Cuando Robert Frank se echó a la carretera en junio de 1955 era un fotógrafo. Durante un año hizo veintisiete o veintiocho mil fotografías. De este a oeste, de norte a sur, de sur a norte y de oeste a este de EEUU.
Un viaje peligroso a través de un país emponzoñado por la caza de brujas, donde un extraño sacando fotos resultaba sospechoso. Lo detuvieron más de una vez y el 7 de noviembre de 1955, en McGehee (Arkansas), lo enchironaron por espía comunista, de nada sirvió que les explicara que le habían concedido una beca Guggenheim para hacer fotos, para documentar una civilización que había nacido allí pero que se había extendido por el mundo; quién era el tal Guggenheim, querían saber los policías.
Incluso unos chicos, que lo vieron haciendo fotos delante del instituto de Port Gibson en Mississippi, lo trataron como a un rojo apestoso y le preguntaron para qué hacía fotos; sólo para ver, dijo Frank; debe ser un comunista, dedujeron los jovencitos, así que le recomendaron que fuera al otro lado de la ciudad, con los negros.
De aquella montaña de negativos, hizo mil copias de trabajo que clavó en las paredes de su loft neoyorquino para estudiarlas.
Y en el curso del tiempo fue cribando la muestra. Hasta quedarse con cien.
Pero al final decantó las ochenta y tres imágenes esenciales que componen The Americans, ese libro crucial que tuvo que publicarse primero en París en mayo de 1958 para que un año después se editara en el país que retrataba.
Walker Evans, su mentor, fue de los primeros en apreciar la poesía desapacible que desprendían. Para entonces, Robert Frank ya era un cineasta; hasta dejó de hacer fotos durante una década. De alguna forma, The Americans fue su primera película. Una obra que cambió la forma de mirar las fotografías (desde luego cambió la mía).
No vemos a los americanos, vemos a Frank viéndolos; no vemos América, vemos la mirada de Frank destilando aquel país, reaccionando ante lo que ve; vemos su mirada, o mejor, vemos a Frank en su aquel de mirar.
El extranjero de Camus fue uno de sus libros de cabecera en aquellos años; también Faulkner, y pensó en él para que le escribiera una introduccción a The Americans.
Pero reconozcámoslo, quién mejor que Kerouac para hablar de quien había fotografiado su camino.
Quizá porque eran fotos para poetas, o para los fotógrafos por venir. Después de ver estas imágenes -escribió Kerouac en el prólogo de la edición americana- terminas por no saber si una "jukebox" es más triste que un ataúd.
Si en una fotografía todo es siempre pasado, si hacer fotos es fabricar memoria de miradas, su patria no puede ser otra que la melancolía
Uno descubría entonces (debió ser a mediados de los ochenta cuando les puse los ojos encima) que también se podían hacer fotografías así, que así -borrosas, desencuadradas, sucias- también podían ser imágenes muy bellas. Eran, son muy bellas.
La fotografía es un viaje solitario. Una road movie por los adentros. De Robert Frank.
Ya no abdicó de su condición de cineasta, aunque volvió a hacer fotos. (Os dejo aquí una película de Robert Frank para Summer Cannibals de Patti Smith rodada en 1996.)
Robert Frank y Jack Kerouac en 1958
durante el rodaje de Pull My Daisy,
un retrato de la beat generation
Había descubierto que no hay un momento decisivo; que cada instante, transfigurado por una mirada, puede serlo:
Estoy siempre mirando hacia fuera intentado mirar hacia adentro.
Alguien definió The Americans -con certero e irónico sentido- como el diario de Robert Frank.
También puede verse como su libro del desasosiego. Íntimo y profético.
Muchas gracias, es muy interesante la manera de ver y retratar una sociedad.
ResponderEliminarCuando miro una fotografía no sólo miro lo que veo ,intento ver lo que llama la atención del fotógrafo ,esa pequeña muestra entre todo lo que ve el ojo y lo que selecciona quien las realiza,mirando las fotografías de Robert Frank no miras a una sociedad miras a Robert Frank
ResponderEliminarGracias