29/9/11

El árbol de la infancia

En las lindes del prado esmeraldino con los frutales, mi madre recoge pavías en el seno del vestido. Nos sentamos a la sombra del membrillo junto al regato que atraviesa el eido. El sol declina y unas hebras de oro encienden las pavías en el regazo de mi madre. Las va pelando, me las da a comer y me cuenta escenas de la infancia. De la mía y de la suya. Enhebradas por el hilo rojo del ocaso. Me cuenta del ciruelo de las claudias, del peral de manteca, del manzano de San Juan, del cerezo, de los frutales que plantó el abuelo; bajo el membrillo la besó por primera vez mi padre. Era uno de los rituales de agosto. El sabor de las pavías y la memoria de mi madre a la sombra del membrillo.

Diez manzanos, trece perales, cuarenta higueras y cincuenta hileras de vides cifran la prueba irrefutable de Ulises para que su padre Laertes, ya ciego, lo reconozca. La memoria de los frutales que su padre le enseñó a nombrar y le regaló representa el fin de la Odisea. Como si Homero no pudiera abandonar a su héroe hasta que recupera el tiempo perdido, porque sólo allí, a la sombra de los frutales y bajo la luz de la infancia, quien sobrevivió siendo Nadie, recobra ahora su nombre, Ulises, en las palabras de su padre. Entonces sí, el regreso ha terminado.


He vuelto a ver una vez más El sol del membrillo (1992), la película de Erice sobre la tarea utópica de Antonio López de aprehender el esplendor de un árbol vivo, el temblor del tiempo, el misterio de la luz fugitiva del otoño. El rastro de un sueño. El sueño del pintor que clausura la película:

Estoy en Tomelloso, delante de la casa donde he nacido. Al otro lado de la plaza hay unos árboles que nunca crecieron allí. En la distancia reconozco las hojas oscuras y los frutos dorados de los membrilleros. Me veo entre esos árboles, junto a mis padres, acompañado por otras personas cuyos rasgos no logro identificar. Hasta mí llega el rumor de nuestras voces, charlamos apaciblemente. Nuestros pies están hundidos en la tierra embarrada, a nuestro alrededor, prendidos de sus ramas, los frutos rugosos cuelgan cada vez más blandos. Grandes manchas van invadiendo su piel y en el aire inmóvil percibo la fermentación de su carne. Desde el lugar donde observo la escena no puedo saber si los demás ven lo que yo veo. Nadie parece advertir que todos los membrillos se están pudriendo bajo una luz... que no sé cómo describir, nítida y a la vez sombría, que todo lo convierte en metal y ceniza. No es la luz de la noche, tampoco es la del crepúsculo. Ni la de la aurora.


Cuando se pasó El sol del membrillo por la 2 de TVE el 16 de noviembre de 1999, se fue la luz en Tui. Justo en medio de aquella escena maravillosa cuando Antonio López y su amigo Enrique Gran cantan Cariño, cariño mío, / ramito de mejorana... El resto hubo que soñarlo en la oscuridad de la memoria. Al día siguiente, di un largo paseo con el maestro, hablamos de la película, le gustaba mucho hablar del cine de Erice y que escribiera de cualquiera de sus películas. Le conté la escena de mi madre pelando pavías a la sombra del membrillo bajo la luz de agosto. Y me la fue pintando de palabra para que algún día la filmara, como si iluminara de metal y ceniza aquella escena de Ulises y Laertes, tanto le gustaba la Odisea. Cuando la recuerdo, la imagen del maestro viendo la escena cobra visos de sueño, porque sólo un sueño puede devenir tan real en la memoria.


Tal día como hoy -un 29 de septiembre-, era sábado en 1990, Víctor Erice acudió al jardín de Antonio López y plantó la cámara junto al membrillo. Y empezó a rodar la aventura de lo visible, una película de altas soledades, que alumbra las fronteras de lo posible aún en el cine entre tantas películas prescindibles. Siendo tan bello el título original -El sol del membrillo-, no lo es menos el elegido para la versión en inglés, El sueño de la luz. Cuenta Víctor Erice que en la casa donde nació Antonio López había un membrillo y que ese árbol es una de las imágenes primordiales del pintor. Cómo no ver en El sol del membrillo una Odisea, un viaje de regreso -mitad memoria, mitad sueño- hacia el árbol de la infancia.

4 comentarios:

  1. Otra de tus finísimas y entrañables entradas.
    El sábado estuvimos en la exposición de Antonio López. Maravillosa.
    Tu entrada irá a parar al catálogo que compramos.
    Abrazo grande.

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  2. Por estas fechas, de críos, íbamos a la feria. Había dos frutos que siempre comíamos entre la noria y el tren de los escobazos: jínjoles y menbrillos.

    Siempre me han atraído los profesores que de vez en cuando arrinconaban su asignatura y nos deleitaban con alguna que otra historia personal.

    Tú eres de esos.

    Un abrazo.

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  3. ¿Se fue la luz? Es increíble :)

    Mi madre también ha plantado un membrillo, está como cohibido entre tanto manzano viejo...No creo que pueda volver a verlo sin acordarme de esta entrada

    Gracias , Daniel. Un beso

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  4. Llevaba tiempo esperando esta entrada, desde el 28 de mayo concretamente, con impaciencia y entusiasmo.
    ¡Por fin la has hecho!
    Has calmado mi impaciencia y colmado mi entusiasmo.
    Gracias.

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