24/9/11

Cuatro esquinitas


Antes de la nouvelle vague, ningún cineasta como Fellini -quizá sólo Bergman- ha evocado el cine de la infancia de forma tan vívida. Aquel tiempo en que el cine era un arte popular, una ceremonia comunitaria y un ritual de iniciación. Una fiesta y una zapatiesta. Esa vertiente estrepitosa y bullanguera, de humanidad en abarrote, es la que cautiva la memoria de Fellini y brota cálida aún en sus recuerdos, quién sabe si porque no iba mucho al cine de niño:


Muchas veces no tenía dinero, no me lo daban. Y en el cine adonde iba yo, el Fulgor de Rímini, se repartía leña. En las butacas "populares", las que estaban debajo de la pantalla, hechas de tablas claveteadas, las escenas de aventuras y de guerra desencadenaban emulaciones todavía más salvajes, entre gritos, zapatazos en la cabeza, empujones que le tiraban a uno debajo de los bancos, y la intervención final del "Ostrazas", un animal violento, ex-púgil, ex-carcelario, ex-mozo de mercado, y que ahora con un fez rojo en la cabeza y una visera de celuloide, hacía de acomodador en el cine y daba golpes como un asesino.

Mi primer recuerdo de una película se remonta, creo, a "Maciste en el infierno". Mi padre me tenía en brazos, la sala estaba llena, hacía calor y echaban un desinfectante que irritaba la garganta y que también aturdía. En aquella atmósfera, un tanto abotargada, me acuerdo de las imágenes amarillentas de muchas mujeronas guapas. (...) Pero del cine se me vienen a la mente sobre todo los carteles, que me encantaban. Una tarde, con un amigo recorté, sirviéndome de una cuchilla, las imágenes de una actriz que me parecía guapísima, Ellen Meis (...)

Llegado a Roma, empecé a ir más al cine, una vez a la semana, una vez cada quince días. Cuando no sabía a dónde ir o cuando había películas próximas al espectáculo de variedades. Mis cines eran el Volturno, el Fénix, el Alción, en Brancaccio. Los preliminares del espectáculo me han emocionado siempre, como el circo. Para mí, el cine es una sala hirviente de voces y de sudores, las mascaritas, las castañas asadas, el pipí de los niños: ese aire de fin del mundo, de desastre, de redada.


Lo cuenta Fellini en Fare un film -aquí lo publicó Muchnik en 1987 como Apuntes. Recuerdos y fantasías-; y cuenta también que a los siete u ocho años había bautizado las cuatro esquinas de su cama con los nombres de los cuatro cines de Rímini -Fulgor, Ópera Nacional Balilla, Saboya y Sultán-, e irse a acostar era una fiesta. Allí germinaron las visiones que animarán un día 8 y 1/2 o Amarcord, en aquel reino fantástico confinado en cuatro esquinitas.

2 comentarios:

  1. La primera vez que yo fui al cine de verdad no fue a ver una película de verdad, yo tenía ya catorce años y había visto en el cine de las monjas(cinco pesetas para las internas, quince para los rapaces de aquel pueblo del Orbigo, tan feo, que venían al colegio ese día) algunas pocas cosas olvidables, muy pocas en realidad porque los domingos solía estar siempre castigada a escribir quinientas o mil veces eso de "no botaré el balón dentro de casa" si esto no es mi casa, decía yo y entonces me llevaba un capón...

    El castigo tenía mucho de premio, porque me quedaba sin paseo: una de las experiencias más humillantes que recuerdo de niña; todas las niñas formadas de dos en fila rigurosa comandadas por la madre Antonia y con la madre Nazaret en la retaguardia...las churras nos llamaban, a mí no, porque me quedaba castigada copiando lo del balón pero luego también me castigaban sin cine y aquello ya era otra cosa.

    La misma cosa que sentí el fin de semana que nevó y con el colegio cerrado tuve que depender de la caridad de mis primos que luego me llevaron al cine. Rambo III me hicieron ver y todavía les hablo...

    y sin embargo, entrar en la sala oscura que olía profundamente a misterio...nunca lo olvidaré :)

    Gracias por tu entrada, Daniel, gracias siempre por tu escuela

    Un beso

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  2. Tengo ese libro, pero en una edición de Paidós de 1999 como nº1 de la colección "La memoria del cine" que incluye a modo de prólogo "Autibiografía de un espectador" de Italo Calvino.
    Creo que en esta misma colección después se publicó "El placer de la mirada" de Truffaut. Por cierto, siguiendo una de tus últimas recomendaciones he visto esta semana "La mujer de al lado" y, como me suele suceder en estos casos, no salí indemne.

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