14/9/11

Para cuentistas, por si acaso...


Sea cuál sea el origen de la historia que cuentes, cuéntala como si fuera tu historia. Y para asegurarte que finges bien, nada mejor que hacerla tuya. Si es tuya, será humana, y nada humano le es ajeno al cuento. Ni a los lectores o a los oyentes.

Cuéntala como si fuera la primera vez y como si no pudieras dejar de contarla. Como si te fuera la vida en ello. Que te va (la vida de cuentista). Y como te va la  vida, el humor nunca está de más (nada más humano), aunque no sea un cuento de humor.

Cuéntala con reservas. Con las reservas de quien sabe demasiado y debe proteger con su vida (de cuentista) un reducto de intimidad, una zona de sombra o un secreto peligroso. Como una casa con una habitación sellada. En realidad, el cuento es lo que no cuentas.

Antes de ocuparte en contar bien la historia, preocúpate de que te van a leer o escuchar igual de bien. Nadie disfruta de un manjar sin apetito. Gánate su curiosidad y su confianza.

Limítalo todo. Espacio, tiempo, personajes. Y entonces habita ese universo. La piel, si la vemos con un microscopio, tiene montañas, valles, corrientes... Un mundo. Trabaja hondo no ancho.

Mira bien qué cuentas. Tacha, aunque sea más de la cuenta. Y recuerda: más vale agujeros que parches (que delatan los agujeros). La tensión sujeta las frases, es la verdadera estructura del cuento.

En vez de adjetivos, detalles. Detalles menudos, leves, pero inolvidables; como aquella mujer (de un cuento de Chéjov) que desprendía un olor a café. Reescribe. De cada cinco palabras, corrige siete, como Dorothy Parker. Lo que no excluye (soñar) que salga (que no saldrá) de un tirón, como le salió a Kafka aquella noche del 22 al 23 de septiembre de 1912 (pero pensaba que sólo era un borrador).

Una historia es un viaje aunque nadie se mueva del sitio. Lo que cuentas sólo es el transporte (público). Si no hay viaje, los lectores o los oyentes se apean.

Quizá no sepas cómo empezar; no importa, puedes descubrirlo. Como decía Chéjov, siempre podrás prescindir de las primeras páginas. Pero más te vale saber cómo y cuándo terminar. El final es lo que cuenta, todo lo demás no es más que preparación, un impulso inevitable hacia las últimas líneas.

Deja espacio al lector o al oyente. Si te ganaste su confianza, ahora puedes y debes confiar en ellos. La historia no está en la página o en la voz del narrador. Los ojos no leen ni los oídos escuchan. Son el pensamiento, la memoria y la imaginación (de lectores u oyentes) quienes crean (producen) la historia que cuentas.


Esto no es un decálogo. Ni un programa. Aunque lo parezcan.

Sólo es una plegaria.

Por si fuera verdad.

Por si acaso.

7 comentarios:

  1. Pues muy didactica e instructiva esta plegaria.
    Tomo nota pues quiero aprender...y cierto hay que tachar y volver a empezar, a veces de ahí no salgo.
    Hasta otro momento.

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  2. Para enmarcar. Junto a los consejos, o plegarias, de Horacio Quiroga o Cortázar.
    Un abrazo.

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  3. Pues que bien rezas, Daniel :)

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  4. Qué envidia, maestro. La que derramamos los que te leemos o escuchamos, y buscamos luego la manera de imitarte, y al espejarnos en tu sabiduría narrativa sólo encontramos reflejos pálidos que quisieran ser relatos y apenas son balbuceos. Será cuestión de rezar un poco más. Carlos Amil

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  5. Que o Señor nos teña presentes nas túas oracións. Alabado!
    Dado o meu estado de lique atlántico, a que máis me gusta e a dos límites. Anque, (ti dirás que tal que sei eu...) pero, qué raio ve un lique, porque un verme ou un saltón andan o mundo, pero un lique alí á chuvia, que?
    Isto dos límites, será pola fatal loita pendular dos galegos entre a parcelaria e as particións; os polas paseatas deste verán á busca de estremas, fitos, marcos e testighos dos marcos.
    Sursum corda. Tan ben traídos, si.

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  6. Como me gusta tu padrenuestro, pero que difícil… Y para colmo camino leyendo a Walser

    Daniel, un abrazo.

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