En Apenas sensitivo, la última entrega del Salón de pasos perdidos, diarios o novela (en marcha), según se mire, Andrés Trapiello relata una visita a Miguel Delibes en 2003. El autor de Los santos inocentes le cuenta que, mientras pudo asistir a la reunión semanal de la Real Academia Española de la Lengua, cada jueves llevaba una palabra nueva para el Diccionario, el nombre de un pájaro:
Dámaso [Alonso] me decía: "¿Otro?" Y yo le decía, sí; tampoco me habéis aprobado el último que traje.
Delibes no se desanimaba y cada semana volvía con otro pájaro:
...logré que entraran veinte pájaros nuevos, ¡veinte!, el charrán, el charrancillo...
Pero ya no se acuerda del nombre de todos los pájaros que le debe el arca del idioma:
-Esto mío ya no es una cabeza.
Debe ser bonito, o distraído, librar en la Academia la batalla de las palabras que vuelan. A sus ochenta y tres años, es lo que le quedaba a Delibes -Los médicos me curaron, pero me han dado esta vida que es un asco-, si no los nombres, al menos la causa de los pájaros.
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