19/2/11

Otra silla vacía por Jafar Panahi


Como el Festival de Cannes en el pasado mayo, la Berlinale empezó hace ocho días con una silla vacía por Jafar Panahi, al que habían invitado a formar parte del jurado y del que han programado sus películas fuera de concurso. Isabella Rossellini, que preside el jurado, leyó una carta del cineasta iraní desde la cárcel donde cumple una condena de seis años, pero además no podrá escribir guiones ni rodar una película en veinte. Como se ve, es una condena de cine, una condena expresamente pensada y ejecutada con saña contra un cineasta. Jafar Panahi fue condenado por oponerse al régimen fundamentalista, cuya cabeza visible es Ahmadineyad, y por ¡rodar una película sin permiso! Mira tú. La Cinemateca Francesa también ha programado la obra de Panahi durante todo este mes de febrero y creo que en Buenos Aires se proyectarán sus películas en la sala Leopoldo Lugones a principios de marzo. En la reciente entrega de los Goya ni uno sólo de los premiados ni el ya ex-presidente de la academia dijeron una palabra en recuerdo de Panahi ni denunciaron, aprovechando que la gala televisada de los premios era una caja de resonancia, la  condena y prisión de un colega. Bueno, lo entiendo, tienen tanto tanto tanto que celebrar los académicos del cine español, que la ignorancia o el olvido de la represión de un cineasta se disculpan. Creo que en esta escuela la mejor forma de denunciar y protestar, de apoyar a Panahi es recomendar sus películas. Y escribir sobre ellas.


Hace un par de semanas recordaba con Ángeles la impresión que nos había causado El círculo (2000), quizá la obra maestra de Jafar Panahi, quizá también la película iraní que conjuga la radicalidad formal y política con mayor decisión y riesgo evidente. Por esos mismos días leía Mutaciones del cine contemporáneo y, entre los textos que reúne, encontré un artículo de Jonathan Rosenbaum sobre El círculo publicado originalmente por el Chicago Reader en 2000, coincidiendo con el estreno del filme de Panahi en EEUU. Como el artículo de Rosenbaum dice, en lo esencial, lo que pienso de El círculo y aun mejor, si no fuera porque ocupa casi quince páginas lo reproduciría aquí, pero en todo caso esta entrada es deudora de ese texto y uno se limita a sintetizar, acotar y anotar, como un simple editor, vamos.

Jonathan Rosenbaum

Tres de las mujeres protagonistas de El círculo acaban de salir de la cárcel, pero en ningún momento llegamos a saber por qué las habían encerrado; las otras dos son una mujer embarazada, que también estuvo en la cárcel, ha sido repudiada por sus hermanos y quiere abortar, y una prostituta sabia que ya pasó por todo. Apenas sabremos nada de su pasado, tan sólo su peso inscrito en el presente, porque lo que realmente importa en el dispositivo de Panahi es mostrar lo que esas mujeres tienen que soportar, la situación intolerable que padecen; un dispositivo que cumple la función de impedirnos pensar, siquiera por una décima de segundo, que algunas de esas mujeres mereciera alguna condena, de tal forma que no saber nos implica aún más en los que se nos cuenta. Como discípulo de Kiarostami, el cine de Panahi también propicia las elipsis, los saltos narrativos, los silencios -lo no dicho- como estrategia de una economía formal y como muestra de respeto a la imaginación del espectador, pero en El círculo las elipsis y los silencios ponen de relieve asimismo una ética de la mirada, un sentido de respeto a la dignidad de esas mujeres -en el curso de la película descubriremos un mundo especialmente hostil con ellas y lo  poco que cuesta meterlas en la cárcel-, que nos compromete a los espectadores en el acto de ver El círculo.


Hay una secuencia en El círculo en que una de las mujeres recién salida de la cárcel, una chica en realidad, intenta una y otra vez subir a un autobús que debe llevarla de vuelta a su pueblo, sabemos que está desesperada por coger ese autobús, pero por alguna razón es incapaz. Panahi convierte la desorientación de la chica en la estación de autobuses en una coreografía que arrastra nuestra mirada y nos compromete con el desamparo de esa mujer que tiene un ojo amoratado pero ignoramos por qué. Como con las demás mujeres, lo que se nos muestra en presente nos sugiere motivos y sospechas, fobias y razones, miedos y esperanzas. Casi al final de la película, cuando vemos cómo tratan a la prostituta en un furgón policial, comprendemos por qué la chica no podía coger aquel autobús para volver a su casa. Y esta historia del autobús puede servirnos para representar la estrategia formal de la composición de El círculo o, por así decir, la matriz de su estructura poética: un momento de la historia de una mujer explica, anticipa, recuerda o desarrolla un momento de la historia de otra. Sin perder un ápice de coherencia, verosimilitud y entidad dramáticas, cada personaje completa el retrato de otro y encuentra en otro más el acabado de su perfil. El don de Panahi se despliega en lograr que semejante artificio -donde conjuga formalismo y realismo, poesía y denuncia política- cuaje con gracia y delicadeza en el retrato de esas mujeres en la pantalla.  


El círculo empieza como termina, con sendas panorámicas de 360º, es decir, se abre y se cierra con el círculo. Un círculo que primero condena -metafóricamente- y luego aprisiona -literalmente- a las mujeres.  En la primera escena, dos mujeres -una mayor, otra más joven- esperan en un hospital, mientras un bebé nace fuera de campo y escuchamos los gritos de la madre; una enfermera le anuncia a la mayor de las mujeres que ha sido una niña, la abuela protesta -"la ecografía decía que era un niño"- y le comenta a la mujer joven, su otra hija, el disgusto que se va a llevar la familia política, salen del hospital y pasan junto a una cabina telefónica donde vemos a las tres mujeres que acaban de salir de la cárcel, tres de las mujeres alrededor de las que se articulará el relato. En la última escena, la prostituta -con quien compartimos la escena del furgón policial- entra que una celda y, mediante una panorámica circular, descubrimos a las mujeres que acompañamos durante la película con la única excepción de la abuela; suena un teléfono, un guardia se acerca a la celda a preguntar por una mujer, no está allí sino en la celda de al lado, es la madre a la que escuchamos dar a luz al comienzo de la película.  


El filme de Panahi nos muestra de forma directa, eficaz y resuelta -aun manteniendo una fuerte carga formal en los encuadres que encierran (y encarcelan) y en los movimientos de cámara circulares con que cerca y asedia a los personajes- que, sencillamente, las mujeres iraníes en tantos detalles de su vida cotidiana no son libres y tienen miedo. No tiene nada de extraño que El círculo fuese prohibida en Irán. En realidad, Panahi está en la cárcel y lo condenaron a no hacer cine en los próximos veinte años, por hacer las películas que hizo, películas como El círculo. Sólo nos queda esperar que en mayo, durante el próximo Festival de Cannes, gracias a la más bella de las razones que imaginamos, no haya otra silla vacía para Jafar Panahi.  

5 comentarios:

  1. El otro día paseando me acerqué por casualidad al lugar donde se celebraban los Goyas, me da rabia todo este despilfarro y mal gusto, lo siento, pero me asquea, puedo entender que para el cine o para ciertos sectores del cine sea importante.
    Me alegro de ver esta entrada y de que hables de cineastas como Jafar Panahi que sufren por mostrar una realidad que no me gusta.
    Gracias por ello .
    Un saludo

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  2. Es un hermoso gesto el de la Berlinale.... y del compadreo de los Goya pues mejor no decir ná.

    Un beso, Daniel

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  3. Tu recomendarla y nosotros verla.

    Gracias, Daniel

    Un abrazo con garras, como la ola de Hokusai.

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  4. La situación actual me hace pensar que injusticias de este tipo tienen sus días contados. Confío en que después se puedan seguir empuñando cámaras de cine, pinceles, batutas, plumas...
    La vi no hace mucho y me encantó. Ahora más, por supuesto.
    Un abrazo.

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  5. Ojala, tenga los dias contados.
    Un abrazo

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