4/2/11

Una mano de lluvia

La corriente del río lleva el cadáver de una niña. Una mujer vive con el nieto adolescente que tiene a su cargo, trabaja cuidando a un viejo impedido y asiste a un taller de poesía, quizá para aprehender con las palabras un atisbo de la belleza del mundo. Un día, la abuela se entera de que aquella niña, antes de suicidarse, dejó escrito en su diario que la violaban seis compañeros de clase. Y su nieto era uno de ellos. Si añadimos que esa mujer empieza a olvidar algunas palabras y que le diagnostican Alzheimer, quién dudaría de que se va a desplegar un tremendo y aparatoso melodrama ante nuestros ojos. Pues nada más lejos de lo que vemos en Poesía (2010), la última película de Lee Chang-dong que, sin perderle la cara al drama, ya desde los primeros momentos nos sumerge en una experiencia interior a través de la contención y la austeridad como principios rectores de la puesta en escena, y de un trabajo de cámara discreto pero dúctil, atento a registrar con sutileza la más leve huella de la secreta conmoción que atenaza el corazón de la abuela.


Poesía recibió el premio al mejor guión en el pasado festival de Cannes, un guión que, otra paradoja, tampoco se hace notar en el fluir de las imágenes; quiero decir, que no es una película donde se noten los designios del guionista engranando los incidentes y gobernando el destino de los personajes (como en tantas películas que no cobran vida sino sólo movimiento, como mera ilustración de las páginas del guión). El guionista Lee Chang-dong ha escrito un verdadero texto combustible que el director Lee Chang-dong ha consumido -y transfigurado- en el aquel de destilar todo el cine que hay en Poesía, como el dibujo que trazamos con el dedo en la piel del curso de un río, así el rastro invisible del guión en la película.  


Lee Chang-dong, quizá el menos llamativo de los cineastas coreanos, parece empeñado en un proceso de depuración respecto a su anterior película, Secret Sunshine (2007). Como en aquélla, Poesía se desarrolla en una pequeña ciudad de provincias y se articula en torno a una mujer que debe afrontar un hecho doloroso, una herida que la empuja a un proceso de búsqueda, de desvelamiento, de revelación. Pero aquí Lee Chang-dong se despoja de la música extradiegética -del score (que tantas veces en tantas películas deviene una prótesis inútil para enmascarar una limitación fílmica notoria)- y se entrega a la transparencia de la aprehensión sensorial de las apariencias del mundo -visibles y audibles, casi táctiles- que amojonan ese camino de iniciación de Mi-Ja, esa abuela maravillosamente encarnada por la actriz Yoon Jeong-hee, una estrella del cine coreano que el cineasta devuelve a la pantalla tras años de retiro. Mi-Ja, encuentra en el dolor por el crimen de su nieto una grieta para descubrir en las apariencias del mundo algo parecido al consuelo o a la redención, como Karin (Ingrid Bergman) en el ascenso por la ladera del volcán en Stromboli.

Lee Chang-dong y Yoon Jeang-hee 
en el rodaje de Poesía

Pero se trata de un camino arduo que exige tiempo y atención para mirar la cosas con intimidad. Para contemplar la vida en toda su ruindad y resplandor, banalidad y gracia, alegría y desconsuelo. Para aceptar la contigüidad de la belleza y el espanto. Lee Chang-dong le concede ese tiempo, conjuga con maestría el fuera de campo de los planos y las elipsis que nos obligan a imaginar lo que no nos muestra, y filma con delicadeza y pudor el itinerario de Mi-Ja, es decir, con la distancia justa para que comprendamos sus silencios lacerantes, el compromiso de su búsqueda, sus dilemas desgarradores, la aflicción por las palabras que se le borran, la urgencia con que anota una mirada, un sabor, una caricia del mundo. O esas gotas de lluvia en una hoja rayada, como si la vida misma escribiera en el cuaderno, como si el cine se hiciera poema para cobijar la experiencia de la abuela.


Hasta que encuentra las palabras para llegar hasta Agnes, la niña suicida, quizá porque también Mi-Ja conserva la inocencia y aún lleva dentro la niña que fue, y entonces se eclipsa en la película mientras Lee Chang-dong nos entrega lo que el poema invoca, el lugar, la mirada de Agnes. Pocas veces en el cine he encontrado tal íntima correspondencia con aquellas líneas de John Berger a propósito de que los poemas procuran un tipo de paz, porque cifran el reconocimiento y la promesa de que lo que se ha experimentado no puede desaparecer como si nunca hubiera existido. Mi-ja se eclipsa en los últimos planos de Poesía porque ha encontrado en el poema un refugio para la memoria de Agnes, un poema para rescatarla del río del tiempo, un poema que empezó a escribir el cine con una mano de lluvia.
     

2 comentarios:

  1. Que entrada tan preciosa, Daniel, "aceptar la contigüidad de la belleza y el espanto" . Gracias otra vez por esta escuela. Un beso

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  2. Y yo que no sabía nada de esta peli...felicidades por tu forma de contar Daniel.
    Un beso

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