31/8/14

El tiempo feliz de las aventis


Vila-Matas dijo o escribió -seguramente las dos cosas- que Marsé, a través de la escritura, se escapó de su barrio del Guinardó a uno que sólo existe en sus libros. Y entonces por fin pudo habitarlo a medida que lo inventaba. Pero del barrio empezó a fugarse mucho antes a través de La isla del tesoro y de la pantalla en los cines de programas dobles.


Los cines amojonan las páginas de Marsé: el cine Rovira (cuenta Vila-Matas que en verano, por las noches, desaparecía el techo y los espectadores podían ver las estrellas verdaderas), el Roxy, el Delicias, el Iberia, el Íntimo, el Maryland, el Metropol, el Verdi, el Proyecciones, el Bosque, el Mundial, el Moderno, el Selecto...

-¿No has visto Pandora?
-Hace años que no voy al cine.
(Un día volveré.)

Escuela de los domingos, el cine. Aunque, la verdad, a propósito de Marsé habría que hablar sobre todo de la escuela de los sábados, como puede leerse en Un día volveré, quizá la novela cinéfila suya que prefiero: Teníamos la sensación de lo ya visto, de haber vivido esta aparición en un sueño o tal vez en la pantalla del Roxy o del Rovira en la sesión de tarde de un sábado... Las películas, umbrales a otros mundos, a otras vidas para los chicos de sus novelas.
 
Cartel de Montalbán.
Los sábados en el cine Delicias... La mano gigantesca del genio de la botella deposita a Sabú en la entrada del templo.(Rabos de lagartija.)
 
Aquel tronante gallinero [del Roxy] con bancos de madera... en Arizona con Destry/James Stewart y la guapa Frenchie/Marlene Dietrich con su peca junto a la boca y suntuosos párpados de seda... (El fantasma del cine Roxy.) 
Cartel de Soligó.
El Selecto es un cine de programa doble... clavados con chinchetas, hay fotogramas ampliados de las dos películas de este semana, El séptimo cielo con Simone Simon y El gato y el canario con Paulette Goddard, dos estrellas gatunas de las que está enamorado... (Caligrafía de los sueños.) 
  
Y desde luego se fugaba a través de las aventis, esas narraciones orales donde se hilvanaban los sueños del cine y los libros con los delirios y fantasías de los niños de sus novelas, como máquinas del tiempo o naves interestelares de los arrabales. 
...la matanza de Chucoti quedó grabada en la mente de los lanceros del Vigesimoséptimo de la Brigada Ligera como una herida que jamás se cerraría. 
Cartel de Raga.
Brota repentinamente una llama en el dulce rostro de Olivia de Havilland, la llama se extiende y devora sus grandes ojos oscuros y su boca y la peli se esfuman, dejando el Delicias a oscuras. (Rabos de lagartija.) 
Cartel de Soligó.
Entre los comensales también está la guapísima Linda Darnell, pero de momento los chicos sólo tienen ojos para Tyrone Power y Basil Rathbone. Este todavía no sabe que su invitado Diego Vega es el mismísimo Zorro, el justiciero enmascarado. Los chicos conocen muy bien a Basil Rathbone, lo han visto haciendo de villano en El capitán Blood, en Robín de los bosques... (Caligrafía de los sueños.)
Cartel de mac.

Porque la del barrio era la vida real, pero -como sabe de sobra Ringo, el protagonista de Caligrafía de los sueños- la verdadera vida está en las novelas o en las películas.

Cartel de Soligó.
La acción del film transcurre en aquella época en que hacía mucho viento, o la gente caminaba como si hiciera mucho viento y a veces se caía por las calles. Las trenzas de las niñas olían a castañas asadas, las manos de la taquillera del cine tenían rojos sabañones, a Toni/Annabella se la lleva un huracán de arena en el desierto de Suez después de salvar a Ty Power/Fernando de Lesseps (¡el tipo cuyo nombre lleva la plaza donde precisamente estaba el Roxy!) atándolo a un poste. (El fantasma del cine Roxy.)
-Ya la he visto La garra escarlata. El asesino es el cartero del pueblo.
Niebla y pantanos, la nariz ganchuda de Sherlock Holmes, una garra metálica ensangrentada y cadáveres destrozados, con aspecto de haber sido mordisqueados por las ratas, recuerda muy bien la sombría película... (Caligrafía de los sueños.) 
Cartel de Soligó
¿Has visto esos carteles antiguos y medio rotos que hay en las paredes del taller del viejo Suau? (...) Hay uno de una peli que me habría gustado ver, El hijo de la furia, con una artista que es igualita igualita que ella... Se llama Gene Tierney. ¿No te has fijado? (Un día volveré.)
Uno siente predilección por Un día volveré, quizá por la ternura con que Marsé envuelve al viejo Suau, el pintor de carteleras -inspiradas en (o copiadas de) las imágenes de los programas de mano de las películas-, ésas que nos llamaban desde las fachadas de los cines de nuestra infancia (aquéllas carteleras del cine Yut, cuando Tui se escribía Tuy).
Suau se levantó trabajosamente de la silla, entró en el taller, se plantó frente al cartel que recibía la luz de un ventanuco alto, escogió un pincel fino y terminó de pintar el revólver plateado que empuñaba el vaquero de rubios cabellos agitados por el viento. Observó que la llama roja que vomitaba el cañón del revólver era demasiado grande para ser verdad, pero no pensó siquiera en corregirla, ya no le importaban esos detalles.
 ...desde las sombras Edward G. Robinson le sonreía con su tensa boca de seda dolorida y su abrigo de solapas de terciopelo, erguido sobre un fondo nocturno de rascacielos... estos pobres fantasmas de cartón condenados a perpetuarse en la fachada de un cine en el acto de disparar, de besarse o morir... 
...nos quedamos abajo esperando, viendo trabajar a Suau sentado en un cajón de madera. Ya era viejo para pintar en la calle como hacían otros, en lo alto de una escalera apoyada en las fachadas de los cines, y sólo le encargaban carteles pequeños para los locales del barrio. Tenía el cartel a medio pintar, clavado en el bastidor de madera, y copiaba sin muchos miramientos el programa de mano prendido con una chincheta en el respaldo de una silla. 
Quince años después, en el verano del 75, el taller del viejo Suau fue derribado para construir una casa de pisos. Durante algunos días, al atardecer, el montón de cascotes y de astillados maderos y los muros renegridos, tiznados de pintura y todavía con jirones amarillentos de viejos carteles, fue escenario predilecto de correrías y juegos infantiles.
Cartel de López Reiz.
-¿No era El beso de la muerte y El sueño de Andalucía el encargo del cine Rovira para la próxima semana? 
Cartel de mac.
...Suau pensó de pronto en las lejanas montañas azules que cerraban la verde pradera barrida por el viento, en las altas cumbres que se erguían en el horizonte a espaldas de Shane, y le entró el deseo imperioso de pintar las crestas de nieve.
Cartel de Soligó
En el Roxy iban a reponer Mercado de ladrones y Néstor, mirando el programa de mano toscamente coloreado, comentó lo difícil que le sería al abuelo reproducir aquella fantástica cara de cínico que tenía Richard Conte, uno de sus artistas favoritos. 
Suau entró en el taller y estuvo revolviendo en una estantería metálica, entre periódicos viejos y saquitos de pintura en polvo, hasta dar con dos maltrechas cajas de zapatos llenas de programas de mano. Cogió una caja y salió.
-Usted mismo -dijo sosteniendo la caja ante el médico, que se había levantado y empezó a hurgar-. Que no lo vea Paquita, los tiene repetidos pero también los guarda. Aunque un día se los encontrará todos en la basura... Algunos tienen más de quince año. Coja este de Las mil y una noches en colores, al tísico le gustará.
-Ya lo tiene, y bien sobado por cierto... Creo que cada día se la pela con la María Montez, pero es igual, de todos modos la diñará muy pronto... 
Cartel de Ramón
(Rafael Raga Montesinos,
 también firmó como Raga.)

...hoy ya no creemos en nada, nos están cocinando a todos en la olla podrida del olvido, porque el olvido es una estrategia del vivir -si bien algunos, por si acaso, mantenemos el dedo en el gatillo de la memoria...-, leemos en las últimas líneas de Un día volveré. El gatillo, quizá, de una pistola enterrada bajo un rosal en un descampado de la infancia. Esa infancia que se evoca a través de un velo de melancolía que envuelve la novela desde las primeras páginas:  ...ahora nos parecía ya lejos el tiempo feliz de las aventis, en las que todo había resultado siempre inmediato y necesario como la luz, duro y limpio como el diamante.

Cartel de Jano.

Y cómo olvidar las resonancias de Un lugar en el sol en Últimas tardes con Teresa, donde el filme de George Stevens deviene un espejo para el Pijoaparte, que ve en Ángela/Elizabeth Taylor a su deseada Teresa Serrat. (El cine sustituye nuestra mirada por un mundo a la medida de nuestros deseos, escuchamos en la voz de Godard al final de los créditos hablados de  Le mépris.) O los ecos de El embrujo de Shanghai en la novela del mismo título, pero a ella volveremos otro día para hablar del magnífico guión que inspiró: La promesa de Shanghai de Víctor Erice.   

Cartel de Ramón (Raga)

En uno de sus autorretratos escribió Marsé: No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, habría preferido pasar de largo de sí mismo, pero acepta resignado el saludo hipócrita del espejo y la broma pesada de la vida: al nacer se equivocó de país, de continente, de época, de oficio y probablemente de sexo. Hay en los ojos harapientos, arrimados a la nariz tumultuosa, una incurable nostalgia del payaso de circo que siempre quiso ser. Enmascararse, disfrazarse, camuflarse, ser otro. El Coyote de Las ánimas. El jorobado del cine Delicias. El vampiro del cine Rovira. El monstruo del cine Verdi. El fantasma del cine Roxy. Nostalgia de no haber sido alguno de ellos.

Cartel de Chapí.

Insoportable peliculero dijo de sí mismo, o sea, incansable cinéfilo y fabulador, nadie como Marsé nos ha devuelto la memoria de los libros, de las películas, de los cines, de los sueños de la infancia.

Cartel de Albericio.

El tiempo feliz de las aventis.

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