Las páginas La chica de ojos verdes de Edna O'Brien alumbran por momentos la memoria de aquel tiempo cuando ir al cine bastaba para vestir cualquier día de domingo, la oscuridad te abrigaba del desamparo y una película te aliviaba la soledad. Cuando el cine te cobijaba. Y cuando la sola promesa del cine -en un cartel- ya nos confortaba.
Marlene, 1937
(Fotografía de Brassaï.)
Cenicienta en la Gran Vía, 1950
(Fotografía de Català Roca.)
-Todos nos sentimos solos -replicó la tía, y Maura sonrió y dijo que ella no porque esa noche iba a las películas. Un cine ambulante pasaba por el pueblo un día a la semana.
Madrid, 1949
(Fotografías de Dmitri Kessel.)
Con frecuencia acabábamos en el cine, entusiasmadas por la oscuridad y la enorme pantalla, a veces con un helado de chocolate para animarnos aún más.
Fotografía de Robert Doisneau, 1947
Baba me había contado un día que Sally Mead había abandonado a su marido, Tod, y éste había pasado tres días rastreando todas las tabernas, las calles y los hoteles hasta que por fin un policía dio con ella en la última fila de un cine, sola, comiéndose un helado. Había pasado esos días en la sala de cine y por las noches iba a dormir a un hostal...
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