28/11/13

Ven y mira (Luigi Martinati)


Luigi Martinati fundó con el gran Anselmo Ballester y Alfredo Capitani la BMC, la primera empresa italiana de diseño gráfico en la postguerra, cuando se produce un incremento notable de la asistencia a las salas de cine y las distribuidoras necesitaban un llamativo cartel (en italiano, locandina, y también il manifesto cinematografico) para promocionar cada película. Podían haber hecho escuela, pero trabajaban sin ayudantes (y seguramente ni se les pasó por la cabeza enseñar el oficio). Luigi Martinati (con una firma bien visible) es uno de los grandes cartelistas de cine italianos (echando la vista atrás, toda una escuela de cartelismo cinematográfico). Alguien comentó -con toda la razón- lo que debió ser callejear por Roma de cine en cine en los 50 y contemplar tantos carteles maravillosos.

 La maldición de Frankenstein (1957) 
de Terence Fisher

Casablanca (1942) de Michael Curtiz

Yo confieso (1953) de Hitchcock

Tener y no tener (1944) de Hawks

El manantial  (1949) de King Vidor

El gran Jim McLain (1952)  de
Edward Ludwig

Amarga victoria (1939) 
de Edmound Goulding

Flamingo Road (1949) 
de Michael Curtiz

Agente confidencial (1945) 
de Herman Shumlin

El signo del Zorro (1940) 
de Rouben Mamoulian

La ley del silencio (1954)
de Elia Kazan

Them (La humanidad en peligro, 1954)
de Gordon Douglas

Ola de crímenes (1954) 
de André De Toth

Jezebel (1938) de William Wyler

High Sierra (El último refugio, 1941)
de Raoul Walsh

He muerto miles de veces (1955)
de Stuart Heisler

The Full Treatment 
(Muerte llega de noche, 1960)
de Val Guest

Extraños en un tren (1950)
de Hitchcock

Gentleman Jim (1942) de Raoul Walsh

Mildred Pierce (Alma en suplicio, 1945) 
de Michael Curtiz

The San Francisco Story (1952)
de Robert Parrish

Kiss Tomorrow Goodbye 
(Corazón de hielo, 1950)
de Gordon Douglas

El tigre de Esnapur
La tumba india (1959)
de Fritz Lang

Ponerle los ojos encima  a estos carteles nos devuelve la memoria de un tiempo perdido, cuando el cine era un arte popular y representaba una experiencia comunitaria. (El cine como ritual y ceremonia de la comunidad de espectadores, que evoca Marsé en sus novelas, materia germinal para las aventis de sus chicos del Guinardó.) Aquellos carteles cifraban promesas de sueños, cuando el cine era aún -en palabras de Lubitsch- el trastero de la felicidad.

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