Luigi Martinati fundó con el gran Anselmo Ballester y Alfredo Capitani la BMC, la primera empresa italiana de diseño gráfico en la postguerra, cuando se produce un incremento notable de la asistencia a las salas de cine y las distribuidoras necesitaban un llamativo cartel (en italiano, locandina, y también il manifesto cinematografico) para promocionar cada película. Podían haber hecho escuela, pero trabajaban sin ayudantes (y seguramente ni se les pasó por la cabeza enseñar el oficio). Luigi Martinati (con una firma bien visible) es uno de los grandes cartelistas de cine italianos (echando la vista atrás, toda una escuela de cartelismo cinematográfico). Alguien comentó -con toda la razón- lo que debió ser callejear por Roma de cine en cine en los 50 y contemplar tantos carteles maravillosos.
La maldición de Frankenstein (1957)
de Terence Fisher
Casablanca (1942) de Michael Curtiz
Yo confieso (1953) de Hitchcock
Tener y no tener (1944) de Hawks
El manantial (1949) de King Vidor
El gran Jim McLain (1952) de
Edward Ludwig
Amarga victoria (1939)
de Edmound Goulding
Flamingo Road (1949)
de Michael Curtiz
Agente confidencial (1945)
de Herman Shumlin
El signo del Zorro (1940)
de Rouben Mamoulian
La ley del silencio (1954)
de Elia Kazan
Them (La humanidad en peligro, 1954)
de Gordon Douglas
Ola de crímenes (1954)
de André De Toth
Jezebel (1938) de William Wyler
High Sierra (El último refugio, 1941)
de Raoul Walsh
He muerto miles de veces (1955)
de Stuart Heisler
The Full Treatment
(Muerte llega de noche, 1960)
de Val Guest
Extraños en un tren (1950)
de Hitchcock
Gentleman Jim (1942) de Raoul Walsh
Mildred Pierce (Alma en suplicio, 1945)
de Michael Curtiz
The San Francisco Story (1952)
de Robert Parrish
Kiss Tomorrow Goodbye
(Corazón de hielo, 1950)
de Gordon Douglas
El tigre de Esnapur /
La tumba india (1959)
de Fritz Lang
de Raoul Walsh
de Stuart Heisler
(Muerte llega de noche, 1960)
de Val Guest
de Hitchcock
de Michael Curtiz
de Robert Parrish
(Corazón de hielo, 1950)
de Gordon Douglas
La tumba india (1959)
de Fritz Lang
Ponerle los ojos encima a estos carteles nos devuelve la memoria de un tiempo perdido, cuando el cine era un arte popular y representaba una experiencia comunitaria. (El cine como ritual y ceremonia de la comunidad de espectadores, que evoca Marsé en sus novelas, materia germinal para las aventis de sus chicos del Guinardó.) Aquellos carteles cifraban promesas de sueños, cuando el cine era aún -en palabras de Lubitsch- el trastero de la felicidad.
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