12/2/13

El cine de los libros


Al cine le gustan los libros, y no hablo de las adaptaciones, sino de los libros que aparecen -que se nos muestran- en las películas, como en otros momentos me referí a las cosas en el cine y al cine de las cosas.

Fotogramas de Charulata (1964) de Satyajit Ray
Fotografía de Subrata Mitra

Hablo de los libros como otra cosa que cuenta con el cine. Y al cine le gusta contar con los libros.


Una historia de amor, por ejemplo. Como en Antes de amanecer (1995).


La historia de Céline y Jesse que se conocen en un tren con destino a Viena. Y qué libro están leyendo es lo primero que saben el uno del otro. Ella, relatos de Bataille; él, la autobiografía de Klaus Kinski, Lo que necesito es amor.


En Antes de atardecer (2004), vuelven a encontrarse en la librería Shakespeare and Co. de París, cuando Jesse presenta su novela basada en la historia de amor que había vivido con Celine nueve años antes. Y ahí empezará otra historia. ¿O vuelve a empezar la misma? (Cuando vimos ambas películas de Richard Linklater, fotografiadas por Lee Daniels, pensé que destilaban buen cine; las hemos vuelto a ver: creo que son algo más que buenas películas, quizá las mejores comedias románticas de ¿los últimos veinte años? Habrá que traerlas por la escuela.)


En una librería se enamoran Martha (Gene Tierney) y Henry van Cleve (Don Ameche) en Heaven Can Wait (1942) -"El cielo puede esperar", que aquí se tituló El diablo dijo no- de Ernst Lubitsch -con fotografía de Edward Cronjager-: no fue su última película pero vale por un testamento (o una confesión, según se mire).


Al cine le gusta contar con las librerías.

Bogart, como Marlowe, y Dorothy Malone, como la librera, 
en El sueño eterno (1946) de Howard Hawks
Fotografía de Sid Hickcox.

Audrey Hepburn, como Jo Stockton, 
en su libreria de Greenwich Village, 
y Fred Astaire, como Dick Avery, en Funny Face (1957)
 -aquí, Una cara con ángel- de Stanley Donen. 
Fotografía de Ray June.

Barbara Hershey, como Lee, y Michael Caine, como Elliot, 
enredados con aquel verso de E. E. Cummings, 
nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas
en Hannah y sus hermanas (1986) de Woody Allen. 
Fotografía de Carlo di Palma.

Recuerdo, aun con envidia, cuánto me había gustado la idea de un misterio en torno al libro perdido de la Poética de Aristóteles, un libro dedicado a la Comedia -el libro de la Risa-, que Umberto Eco desplegó en El nombre de la rosa. Ni la novela ni la película son gran cosa (más allá de que resulten más o menos entretenidas), pero la idea...

Scriptorium de El nombre de la rosa (1986) 
de Jean-Jacques Annaud, con fotografía de  Tonino Delli Colli. 

Y entonces cómo no iba a contar el cine con las bibliotecas.

Marlene Dietrich, como Lily Czepanek, 
en El cantar de los cantares (1933) de Rouben Mamoulian. 
Fotografía de Victor Milner.

En una biblioteca se enamora Macauley Connor (James Stewart) de Tracy Lord (Katherine Hepburn) -cuando la encuentra leyendo su libro- en Historias de Filadelfia (1940) de George Cukor, con fotografía de Joseph Ruttenberg. Y Tracy... Ah, Tracy.


No, no me olvido de la biblioteca de El nombre de la rosa -quizá lo único memorable de la película-, un diseño de Dante Ferreti inspirado en los laberintos de Piranesi.


Y es que al cine le gusta, sobre todo, contar con los lectores.

 Buster Keaton , el proyeccionista que por amor 
se convierte en detective, en Sherlock Jr. (1924), 
con fotografía de Byron Houck y Elgin Lessley.

Pero quizá nadie como Ford filmó el aquel de leer como en El joven Lincoln (1939), con fotografía de Bert Glennon. Es que ves a Henry Fonda leyendo así y te entran ganas de coger un libro. Pero es que, además, yo leí así de niño (y no tan niño), y en un paraje similar (y liminar). Es más que una imagen, es un icono de las horas lentas. Y plenas.


Bueno, Ford... ¿y qué decir de Godard? Quizá ningún cineasta haya filmado, no ya tantos lectores, sino tantos libros, casi siempre de bolsillo (se llaman así, decía él, no porque se puedan meter en un bolsillo sino porque son ellos los que te meten a ti en un bolsillo). Desde luego, Belmondo en Pierrot le fou (1965) -con fotografía de Raoul Coutard- desprende, no ya fruición, sino arrebato lector.


Y Jarmusch -cómo iba a olvidarlo- compone en Ghost Dog: el camino del samurái (1999) -con fotografía de Robby Müller- un bello elogio la transmisón entre Forrest Whitaker, el samurái, y Camille Winbush, como Pearline, la encantadora niña leona, mientras circula por la película Rashomon, el libro de Ryonosuke Akutagawa (uno de cuyos relatos inspiró la película de Kurosawa).


Porque, claro, a la cámara lo que de verdad le gustan son las lectoras.

Gene Tierney en Heaven Can Wait

Anna Karina, como Natacha von Braun, 
lee Capital de dolor de Paul Eluard 
en Alphaville (1965) de Godard, 
con fotografía de Raoul Coutard.

Y recorrer (en travelling) una librería y encontrarse con una lectora en un rincón. Como la cámara de Cronenberg a Elise Schifrin (Sarah Gadon) en Cosmópolis (2012), con fotografía de Peter Suschitzky. 


Pero hay dos escenas que cifran con honda emoción cómo el cine cuenta con los libros. Una ya la evoqué aquí. y en más de una ocasión. Huw (Roddy McDowall), quien invoca la memoria y regresa a su infancia en Qué verde era mi valle (1941), va  a pasar mucho tiempo en la cama y el cura, Mr. Gruffydd (Walter Pidgeon), le trae un libro maravilloso.


Al cura casi le hubiera gustado encontrarse en el lugar del niño para leer el libro por primera vez. La isla del tesoro susurra Huw leyendo el título en el lomo.


Y qué delicia que sea Bronwyn (Anna Lee) quien le lea junto a la cama. La mujer de su hermano, de la que está secretamente enamorado. Cómo no va a curarse.


Pero llevará tiempo. Y libros.


La otra escena pertenece a El hombre elefante (1980) de David Lynch, con fotografía de Freddie Francis. A John Merrick (John Hurt), le encanta el teatro y recibe la visita de la actriz Madge Kendal (Anne Bancroft), la única persona que consigue ver el alma tras la máscara del hombre elefante. Le trae como regalo una edición de Romeo y Julieta.


Merrick no puede reprimir el deseo de perderse en aquellas páginas y empieza a leer una escena.   


Y la actriz le da la réplica haciendo el papel de Julieta. Pero él no puede seguir cuando llega a una acotación donde se besan. Entonces ella se acerca, se arrodilla junto a Merrick y continúa la escena. Una corriente lírica vibra en el aire con visos dreyerianos.


Usted, señor Merrick, no es un hombre elefante. Usted es Romeo


En las mejores manos, el cine cuenta con los libros lo que sólo puede leerse en los adentros. En esos momentos de gracia, el cine de los libros nos lee.

7 comentarios:

  1. Impresionante. Un millón de gracias

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  2. A por la entrada "Fugas de cine sin huir de la sala", entonces.
    Abrazo.

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  3. Deliciosa entrada, que podría ser interminable si quisiéramos.

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  4. Esta entrada era la que estaba esperando. En general. Entre todas las entradas de todos los blogs. Gracias.

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  5. Imperdible entrada. Felicitaciones por el blog entero... Quise enviarte una foto de Jagger leyendo a Borges en "Performance" (1970) pero no puede, por lo menos te dejo el dicho


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