Apenas conocía a John O'Hara. Había leído un relato suyo, ¿Nos vamos mañana?, en una antología del relato norteamericano y sabía que había participado en la escritura de algunos guiones (de películas nada memorables) en el Hollywood de los primeros cuarenta en la Fox.
John O'Hara
No hace mucho supe algo más por unas líneas de Quemar los días, las memorias de James Salter: "escritor deslumbrante del New Yorker", "personaje complicado e imprevisible", "maestro del desaire". Y la semana pasada buscando en una librería de Santiago algo con que entretener una más que previsible espera encuentro Cita en Samarra, en una (estupenda) traducción de Miguel Temprano García.
La edición (de bolsillo) se abre con un prólogo de John Updike que se debe leer como un (perfecto) epílogo. Como se la recomendé a Ángeles -y leerá (y editará) estos parrafitos-, ya os imagináis (por la cuenta que me tiene) cuán cuidadoso voy a ser para no desvelar ni el más mínimo ingrediente de la trama. Pero también porque esta historia de una caída se pespunta con nudos que son poca cosa, pero su tejido deviene la trama oculta del destino, y con esta línea basta de momento para señalar uno de los logros mayores de la novela.
John O'Hara bebía lo que no está escrito -para tomarse vacaciones de sí mismo (por una noche, muchas noches), apuntó alguna vez-, no se privaba de derramar su acidez por donde iba y se metía en cuantos charcos se topaba; era un broncas, vamos. Sobra decir que no le duraban los empleos y su carrera de escritor quedó amojonada por despidos, por muy bien que escribiera (que escribía). Publicó su primer artículo en el New Yorker en 1928. Cita en Samarra era su primera novela. le llevó menos de cuatro meses, entre mediados de diciembre de 1933 y primeros de abril de 1934. Decía que tenía que trabajar mucho más en pulirla, corregirla, y quizá contaba con hacerlo mientras el libro viajara de editorial en editorial, pero la mandó en abril y en agosto ya se había publicado. Quedó tal cual. Una obra perdurable.
El título -Cita en Samarra- proviene de un texto de Somerset Maugham que John O'Hara coloca como pórtico de la novela bajo el rótulo de Habla la Muerte. Aunque sería mejor decir que ese texto lo firma Somerset Maugham, una historia tan suya como de Jean Cocteau -El gesto de la muerte (en Cuentos breves y extraordinarios, la antología de Borges y Bioy Casares)-, de García Márquez -La muerte en Samarra (en Cómo se cuenta un cuento)-, de Juan Benet -Fábula novena (en Trece fábulas y media)-, de Bernardo Atxaga -El criado del rico mercader (en Obabakoak)-, de Godard -en una escena de Pierrot le fou Marianne Renoir (Anna Karina) se la cuenta a Pierrot (Jean Paul Belmondo)-, y, desde luego, de Yalal Al-Din Rumi -Salomón y Azrael-, un poeta sufí del siglo XIII (¿el original?). En fin, variaciones de una historia sobre la ilegibilidad de la trama del destino y una parábola sobre lo impredecible e ineluctable del final de un relato.
Cita en Samarra representa una muestra exquisita de prosa fluida cuyo ritmo transparenta una mirada que encadena seres y lugares -intimidad y geografía-, alumbrando con los faros de un coche que circula hacia ninguna parte las tinieblas domésticas del sueño americano; un sutil ejercicio de composición enhebrando unos incidentes de baja intensidad que, gracias a la maestría de su disposición -orden, combinación, estructura-, y concentrados en el curso de tres días, cobran una potencia inexorable y acaban transformándose en una fuerza fatídica. Y sólo en las últimas páginas empezamos a advertir el (secreto) sentido de los pasos (de la trama) en el dispositivo de John O´Hara, ese hilo de irremediable desamparo que seguimos devanando cuando el libro ya ha terminado, síntoma definitivo del pulso de un escritor que no ha perdido (ni olvidado) detalle, que no ha olvidado (ni perdido) la ternura y la piedad con Julian English, ese protagonista tan desesperante y calamitoso -tan desastriño, diríamos por aquí- que casi maravilla que acabemos queriéndolo. Milagritos de John O'Hara.
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