6/7/12
Despacito, corazón...
Entre mis quince y dieciocho años leí a menudo a Unamuno, y guardo en la memoria la viva impresión de la lectura de San Manuel Bueno, mártir. En Leyendo a Flaubert, uno de los artículos -notas de lector, los llama Unamuno- reunidos en Contra esto y aquello de la vieja -y bella- colección Austral, veo un par de líneas subrayadas por uno hace tantos años: El buen lector debe leer a la vez tres, cuatro o cinco libros, descansando de cada uno en la lectura de los otros. Lo intenté cuando más caso le hacía y desistí, ahora con frecuencia me veo transitando de uno a otro, pero no creo que sea mejor lector, sólo más viejo. De vez en cuando vuelvo a los ensayos de Unamuno, a sus páginas de andariego peninsular. Y a su poesía. Tengo siempre a mano su Cancionero, más de mil setecientos cincuenta y cinco poemas, un verdadero dietario poético -desde 1928 hasta su muerte el último día de 1936-, editado por Akal en 1984 con un prólogo de Andrés Trapiello, en un volumen de casi seiscientas páginas y en pequeño formato con visos de taco (de papel, se entiende). No haría falta apuntar que los poemas son de la más variada condición y dispar calidad, pero hay tantos tan... enteros, de tan claro y hondo decir...
Como éste, de tal día como hoy de 1929:
Despacito; que se duerma
mi cabeza, que está enferma
de soñar;
arrebújate en el pecho,
mira que viene de acecho
a esperar.
Despacito, paso a paso,
sin latir, loco, al acaso,
corazón;
despacito, no te irrites;
despacito, no me quites
la razón.
O éste, del 9 de marzo del mismo año, que parece escrito (para) ahora mismo:
La poesía y el juego
fuego, fuego!
la producción y el consumo
humo, humo!
Y éste, del mismo día; para cada día, de cada año:
EL POETA
Dijo cantando el decir,
hizo cantando el hacer,
quiso cantando el querer,
murió cantando el morir.
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Bueno Maestro, no me muestro pero estoy siempre aprendiendo cada domingo, no importa la que pongan, me arrebujo y aprovecho cada fotograma y cada palabra. Un placer siempre. Hoy con Unamuno me animo y enciendo la luz, aquí estoy. Ya nadie habla de este bilbaíno, nadie lo lee, siquiera en los institutos. Pero además de sus ensayos y de sus nivolas, efectivamente tiene una lírica impresionante: la de su destierro, y la siempre espiritual que le acompañó toda su vida. Si no ahí está su El Cristo de Velazquez. De nuevo su dedo sensible apuntando el camino. Me refiero al suyo, Maestro. En Ekoizle hablé hace mucho en un post llamado NIEBLA. Si me hiciera el favor. Su fologüer: Fructus.
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