15/4/12
Una gramática de fantasmas
Las fotografías de Francesca Woodman que más me gustan me recuerdan las fotografías de los orígenes, algunas placas de los primeros tiempos de la fotografía a mediados del siglo XIX. Entonces menudeaban los "accidentes". Como era imprescindible una larga exposición para que se impresionaran las fotografías, si una figura se movía o no se mantenía ante la cámara el tiempo suficiente, aparecía luego en la placa como un fantasma, como si de la fotografía de un espíritu se tratara.
Mientras Francesca Woodman estudiaba en la Rhode Island School of Desing de Providence, convierte una tienda abandonada cerca de la escuela en su taller de aparecidos. La iluminación y puesta en escena remiten a aquellas fotografías que dan cuenta de los primeros encuentros entre una máquina -la cámara- y el ser humano, cuando una y otro se comportaban como extraños, y aun como antagonistas. Cuando una pretendía capturar y el otro evitar ser presa del cristal de una imagen fija, y quedaba atrapada en el aquel de desvanecerse.
Francesca Woodman nació en Denver (Colorado) en 1958. Su padre era pintor y fotógrafo, y le regaló la primera cámara; su madre era ceramista y escultora. Hizo su primera fotografía cuando tenía 13 años. De una niña que encarnaba ella misma, una adolescente que se ocultaba de la cámara con que se fotografiaba. Como la imagen furtiva de una niña tentada por saberes prohibidos.
El 19 de enero de 1981 se tiró por una ventana de un loft del Lower East Side de Manhattan donde vivía. No había cumplido 23 años. Durante los casi diez anteriores hizo fotos, casi siempre con ella como modelo.
Pero, más que autorretratos, las fotografías de Francesca Woodman representan tránsitos de lo fugitivo, de aquello que sólo puede aflorar en la luz pero que será consumido por ella; mojones del camino hacia el otro lado del espejo donde desaparecer. O cuentos de misterio movidos por el deseo de auscultar los latidos de lo invisible. O formas oníricas (algunas de las fotografías recuerdan ciertos cuadros de Magritte). O huellas de un presagio.
Si nos quedamos a solas con las fotografías de Francesca Woodman, las presencias hacen su trabajo y nos perdemos en ellas como en un laberinto de espíritus que esperan por nuestra mirada para animarse, para manifestarse como ficción o como espejo, según echemos mano del hilo de Ariadna o sigamos los pasos de Alicia, en un aprendizaje de espectros.
Y si miramos las imágenes de Francesca Woodman el tiempo necesario, acabamos por verlas como un atlas de lo invisible.
Como si ojeáramos una gramática de fantasmas.
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"mojones del camino hacia el otro lado del espejo donde desaparecer"
ResponderEliminar¡Que bien dices todas las cosas!
Un abrazo