25/4/12

El 25 de abril de Miguel Torga



Descubrimos a Miguel Torga allá por 1988 gracias a un artículo de Ferrín en el Faro de Vigo -sección Segunda feira, en la página dos de los lunes- donde comentaba los Cuentos de la montaña que Alfaguara - en la época del diseño de Enric Satué- había editado en fecha reciente. Leímos los cuentos -los de la montaña y los de Piedras labradas- y nos convertimos en devotos de Torga. Y hasta peregrinamos a su aldea natal, la transmontana S. Martinho de Anta. Y en sucesivos viajes a Coimbra íbamos acarreando sus obras en portugués, sus cuentos, su diario; libros de impresión ascética que editaba el propio Torga en una gráfica de la ciudad. Y en un viaje por Tras-os-Montes creímos descubrir la aldea que bautizó como Fronteira y que da título a uno de sus Cuentos de la montaña, tan perfecta era la correspondencia entre la escritura y aquel fin del mundo al pie de una muralla granítica; una aldea que, como no llevábamos cámara de fotos, nuestro hijo dibujó en el cuaderno que llevaba conmigo; la aldea  donde acontece, por la gracia de Torga, una hermosa historia de amor entre un guardiña y una contrabandista.


Abro el volumen XII de su Diario y leo las entradas correspondientes a los días de aquel rojo abril del 74, en Coimbra:

25 de abril. Golpe militar en Portugal. ¡Quién pudiese creer en los militares! Ellos han sido los que, durante los últimos mortificantes cincuenta años, nos han detenido, nos han censurado, nos han encarcelado y han ayudado con sus bayonetas a mantener el poder de la tiranía. ¿Quién será capaz de olvidar todo esto? Pero, bien, de todos modos, ya es un paso. Ojalá no sea permanentemente un simple paso de desfile...


27 de abril. Las instalaciones de la P.I.D.E [la policía política] han sido ocupadas. Mientras en compañía de otros viejos veteranos de la oposición al régimen fascista presenciaba la furia de algunos exaltados que reclamaban la muerte de los agentes, acosados en su interior, y destrozaban sus automóviles, pensaba en el hecho curioso de que las verdaderas víctimas de la represión raras veces ejecutan la venganza. Tienen un pudor que les impide manchar su sufrimiento. Son los otros, los que no sufrieron, los que se exceden, como si no tuviesen la conciencia tranquila y quisieran alardear de una desesperación que nunca sintieron.


1 de mayo. Colosal cortejo por las calles de la ciudad. Una explosión de alegría gregaria, generalizada, que ha desfilado frente a las fuerzas de la represión confinadas en los cuarteles.


-Más bonito que la procesión de la Reina Santa... -decía una mujer.


Seguí este caudal humano, callado, oyendo los ¡viva! y los ¡muera!, bloqueado por una especie de inseguridad, sin poder vibrar con el entusiasmo que me rodeaba, con la recóndita y vana esperanza de poder contagiarme. Hay momentos que nos pertenecen a todos. ¿Por qué no había de ser éste mío también? Pero no. Dentro de mí resonaba únicamente una pregunta: ¿en qué océano de sentido común desembocaría todo este delirio? ¿Dónde estaría la oculta e inteligente abnegación que habría de guiar, en el camino de la Historia, la ceguera de esta confianza?


Es esto la vejez: o se llora sin motivo, o los ojos permanecen secos de lucidez.


6 de mayo. Continúa la revolución, y todos se apresuran a dar pruebas externas de pertenecer a sus filas.


-Y usted, ¿no dice nada? -me interpeló hace un rato, sin ningún pudor, uno de esos nuevos prosélitos.


Y la irresponsabilidad de semejante pregunta me dejó sin habla. Fue lo mismo que si me hubieran hecho tragar mis cincuenta años de protesta.


En el 25 de abril de Miguel Torga -censurado y encarcelado durante la dictadura salazarista- hay amargura. Y aun una amargura profética. La de una derrota presentida en las trincheras de un combate solitario. E intransigente. De quien ejerce la escritura. Tan desnuda como la impresión de sus libros.


(Traducción de los fragmentos del Diario de Torga de Eloísa Álvarez.)

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