15/10/10

Sumas y restas

Leo en el editorial de Carlos F. Heredero en Cahiers du Cinéma que este mes la Filmoteca de Cataluña recupera, entre otros tesoros, una copia nueva de El mundo sigue de Fernando Fernán-Gómez, pero busco en la programación de la Filmoteca de Catalunya y no aparece ninguna referencia a la proyección del filme, y tampoco encuentro ninguna noticia a propósito de una copia nueva de la película. Misterio. Por si acaso el enigma fuera imputable únicamente a mi torpeza de buscador, aquí queda dicho. Porque si realmente hay una copia nueva de El mundo sigue, es muy probable que circule por las filmotecas, y sí, realmente se trataría de un tesoro.



En los primeros años 60 del siglo pasado se producen cuatro joyas del cine español, o mejor, del CINE, así, con mayúsculas. Y el hecho mismo de que existan resulta milagroso. Me refiero a Plácido (1961), El verdugo (1963), El mundo sigue (1963) y El extraño viaje (1964). Las dos primeras dirigidas por Luis G. Berlanga -con la mano de Azcona (aunque no solo de Rafael) en el guión- y las dos últimas por Fernando Fernán Gómez. Si nuestra civilización desapareciera y llegaran hasta este planeta libre de nuestra presencia seres de otra constelación, bastaría que contemplaran esas cuatro películas para comprender de que materia estábamos -estamos- hechos, y aun cómo era este país mejor que con el mejor tratado de historia, como si de los más reveladores y verídicos documentales se tratara. Son obras de arte y documentos históricos sobre el país de nuestra infancia.


En 1964, se celebraron a bombo, platillo e incienso los "25 años de paz" (de Franco) y poco después, en un pueblo tan facha y meapilas como Tui -claro que el miedo era el ingrediente principal del crisol reaccionario-, se casó el hijo de un paseador con la hija de un paseado y la boda causó una conmoción, se veía como un matrimonio "contra natura", y eso que habían pasado ya más de "25 años de paz", pero se ve que las heridas aún sangraban con miedo y todo. En ese sótano insalubre llamado España, cineastas como Berlanga y Fernán-Gómez iluminaron con su mirada el corazón de la pobre gente y revelaron la verdadera condición de aquella paz de Franco. Claro que aquella pobre gente no veía esas películas. Tampoco la otra gente. Era un cine -casi- invisible.


Cuenta Fernán-Gómez en El tiempo amarillo -sus memorias-, que El mundo sigue, la novela de Juan Antonio de Zunzunegui editada en 1960, le parecía un material sugerente para hacer una película. Cuando menos una película a mi gusto, aunque no fuera el gusto de la inmensa mayoría, y quizás tampoco el de una minoría selecta. Creo tener una especie de fijación con los temas de la pobre gente, de la gente común. Y en una entrevista, cuarenta años después de rodar El mundo sigue, confesó: Estaba completamente convencido al hacerla de que era el tipo de cine que había que hacer en España en aquel momento (...) Eso demuestra mi completa ignorancia y mi marginación. Porque, además, ya se me explicó después claramente que aquello era justo lo contrario de las corrientes que se intentaban promover [desde la instancias oficiales]. Enternece la ingenuidad, la sorpresa y la amargura -atravesadas por la ironía que otorga la distancia- que destilan las palabras de Fernán-Gómez. Porque, aun vista desde hoy, el mero planteamiento de producir El mundo sigue parece una aventura suicida, vamos que no hay razón para extrañarse de que nadie quisiera hacerla y que tuviera que producirla él mismo.  Fernán-Gómez escribe el guión, produce y dirige una película que constituye la más desesperanzada visión sobre aquellos "25 años de paz" que vendía el franquismo y, aún peor, la más sombría perspectiva del desarrollismo de los años 60. El mundo sigue es la obra de un aguafiestas del régimen, algo así como el reverso tenebroso de aquella España que vende Cuéntame.


No resulta fácil hablar de El mundo sigue. Tampoco resulta fácil de ver. Significa muy poco señalar que se trata de un melodrama, porque Fernán-Gómez desguaza el género para reescribir con  aspereza y negrura materiales -ingredientes y temas- propios del folletín, hasta el punto de que la película deviene un depurado ejercicio de estilo en torno a una escalera, un ático y un sótano donde se cuece una historia claustrofóbica y pesimista, y donde la cámara acosa a lo real con formas oblicuas y crispadas que conjugan costumbrismo y vanguardia. El mundo sigue empieza como un documental, como si la cámara buscara en un bullicioso Madrid alguien en quien centrarse mientras nos conduce hacia el barrio de Maravillas y hasta una plaza de Chueca donde viven los padres de Eloísa -Elo- (Lina Canalejas) y Luisa (Gemma Cuervo) con abruptos y desasosegantes desvíos, como si el relato estuviera deshilvanado: antes de que la historia comience, la película ya se ha encarrilado imparable hacia un final inevitable; o dicho de otra forma, antes de que las forma de la tragedia cuajen, Fernán-Gómez ya ha dispuesto los hilos que se anudarán al final de la película.

El odio entre las hermanas vertebra la línea dramática de El mundo sigue. En un momento de la película dirá la madre: En vez de hermanas parecéis dos fieras.  Desde un punto de vista estilístico, y a la luz del final, diríamos mejor que se trata de dos hermanas que no se pueden ver: cada vez que Elo ve a Luisa las heridas cargadas de tiempo se abren y aflora la envidia, el despecho y la amargura. Pero no sólo Elo, todos los personajes de El mundo sigue son unos fracasados,  ilusos o desesperados, cautivos de la derrota, cobardes, débiles y brutales, hundidos, presa fácil de la corrupción. Pero Fernán-Gómez, que se reserva el papel de Faustino -el marido de Elo-, uno de los personajes más antipáticos y pusilánimes que se hayan visto en una pantalla, no los juzga, sino que los comprende hasta el punto que acabamos de apiadarnos de esos seres que transitan por la película y que tanto dolor nos causan. Una comprensión que se desprende de una dirección de actores y unas interpretaciones  maravillosas, empezando por una magnífica Lina Canalejas. Y no es fácil decir algunas réplicas que suenan como latigazos, como aquélla de Elo: Ese golfo [Faustino, su marido] me ha dejado en el chasis y ya no sirvo ni para venderme.

O aquella escena cuando Faustino vuelve a casa y Elo le reprocha su ausencia, fingiendo rechazarlo mientras lo abraza con pasión y Faustino empieza a manosearla: Asqueroso, más que asqueroso. Que sólo vienes a mí cuando ves que los otros me desean y que se le abren los ojos así al verme. Sólo entonces te acuerdas de que tienes una hembra que no te la mereces. ¡Guarro! ¡Déjame! ¡Baboso, más que baboso! Y lo besa. Y luego, atenuada la pulsión erótica, ella recuerda aquel día en que ganó el concurso de Miss Maravillas y vemos a Elo que disfruta feliz del momento con su banda y su corona. La cámara se acerca hasta un primer plano de su rostro radiante pero la voz en off irrumpe desde el presente con palabras que supuran por una herida abierta: Yo no me opongo a que llenes de cuando en cuando una quiniela. Pero aquí estoy yo, ¿me oyes? Estoy yo que soy tu mujer, y no debo estar tan mal cuando los hombres me comen con los ojos... El dolor se impone con su cruda carga sobre la memoria de una felicidad efímera.


Las páginas que Fernán-Gómez le dedica a El mundo sigue en sus memorias llevan por título Florentina y los globos. El cineasta asegura que la escena más dramática que presenció en su vida ocurrió en el año 1929. Era un jueves de invierno y los niños no tenían clase por la tarde, la misma tarde que también libraban las criadas, como la guapa y coqueta Florentina. Debía ser cerca de la hora de la cena, la chica se retrasaba y los niños estaban impacientes porque Florentina les había prometido que les traería globos de colores. Sonó el timbre, la abuela de  Fernán-Gómez fue a abrir con los niños detrás de ella. Era Florentina, llorando a lágrima viva, con unos paquetes en una mano y unos globos en la otra. Sin dejar de llorar y sollozando, se lanzó Florentina en tromba pasillo adelante, se metió en el cuarto de baño y se dejó caer en la taza del retrete. Los niños y la abuela se asomaron a la puerta: Florentina, espatarrada, seguía sosteniendo en una mano los globos de colores y entre llantos y gritos, nos decía que su familia había recibido carta del pueblo; a su sobrinita pequeña, de cuatro años, la había aplastado un carro. Lo contaba una y otra vez, sentada en el retrete, sin soltar los globos, sin dejar de llorar y de gritar. El retrete, las piernas abiertas, los globos de colores, los gritos y las lágrimas debían de componer una estampa muy cómica... Pero, recuerda Fernán-Gómez, ni la abuela ni los niños reían: Estábamos viendo un drama. Y apunta que si un autor cómico hubiera trabajado esta escena habría suprimido la muerte de la sobrina y Florentina lloraría por cualquier tontería; en cambio, un autor dramático habría suprimido los globos de colores y Florentina no se hubiera sentado en el retrete sino en una silla cualquiera. Pero la realidad no procede así, no selecciona, suma los gritos desgarradores con la niña muerta, con los globos, con el carro, con las lágrimas, con el retrete. Pues bien, en El mundo sigue, como la vida, también Fernán-Gómez suma, si no todo, mucho más de lo que la dramaturgia aconseja sumar. Quizá por eso estoy escribiendo sobre la película. En España no hubo neorrealismo. Tampoco películas como Plácido o El mundo sigue crearon escuela, ni siquiera se convirtieron en precursoras de una cierta tendencia del cine español. Si hubiera cuajado ese cine que alumbraban en los primeros sesenta Berlanga o Fernán-Gómez, quizá hoy no tuviéramos que buscar en The Wire o Treme de David Simon lo real que en la ficción hispana  -en cine y televisión- brilla por su ausencia, lo real que le han restado, vamos; quizá el cine y la televisión no hubiera desertado de las historias de sucia realidad y del crudo presente de estos tiempos sombríos.

  
El mundo sigue se rodó en 1963; la censura pone reparos y, después de algunos cortes, clasificó la película con la categoría 1ªB el 17 de diciembre de ese mismo año; una clasificación que condicionaba la ayuda que iba a recibir.  Fernán-Gómez había financiado El mundo sigue con sus ahorros y la colaboración de los actores; una vez producida la película, su situación económica era catastrófica; lo cuenta en sus memorias: los actores y las actrices que había contratado para trabajar en El mundo sigue y en la temporada del teatro Marquina -María Luisa Ponte, Agustín González, Gemma Cuervo, Fernando Guillén, Francisco Pierrá, Julia Lorente, Charo Moreno...- me prestaban generosamente el dinero necesario para subsistir. En otro lugar, Fernán-Gómez cuenta que Lina Canalejas, la protagonista y miembro también de su compañía, trabaja por una cantidad miserable, como si fuera gratis.  Al fin, El mundo sigue obtiene la licencia de exhibición el 31 de marzo de 1964 y consigue que la compre una distribuidora a la que le interesaba hacerse con una película española con vistas a conseguir permisos de importación de películas americanas; se estrena en el cine Buenos Aires de Bilbao el 10 de julio de 1965, pero desaparece de la cartelera en un visto y no visto, y se reestrena más tarde como complemento en programas dobles. Luego, si te he visto no me acuerdo. Basta mencionar que nunca llegó a estrenarse en Madrid para hacerse una idea del efímero recorrido de El mundo sigue, quizá la obra maestra de Fernán-Gómez, o la que prefiero entre las dos o tres películas que merecerían ese calificativo. En todo caso, un tesoro.


Llevaba tiempo con ganas de traer a Fernán-Gómez a esta escuela de los domingos -que le debe el nombre, sin ir más lejos- y pensé que hablaría primero de El extraño viaje, pero se impuso El mundo sigue. Quedará para otra entrada, porque la deuda de este blog con Fernán-Gómez la pagaremos en cómodos -pero irrenunciables- plazos.

4 comentarios:

  1. Daniel:
    Me quito el sombrero ante tan magnifica entrada en homenaje al maestro Fernán-Goméz.
    Para releer y releer.

    "Ese sótano insalubre llamado España".
    Con esas cinco palabras, Daniel, sobran los historiadores.

    Creo que voy a ver otra vez esta noche
    "La silla de Fernando".
    Sólo por el placer de oirle de neuvo.

    Un fuerte abrazo.
    Elías

    ResponderEliminar
  2. En la última escena de "Las Bicicletas son para el verano" Don Luis le dice a su hijo: "Es que no ha llegado la paz, ha llegado la victoria". Eso fue lo que se conmemoró en 1964, la victoria. No me extraña que el matrimonio fuera considerado contra natura aunque hubieran pasado 25 años, Daniel, algunas heridas sangran todavía hoy.

    Espero que no te demores mucho en el pago del próximo plazo...mientras tanto contaré las monedas de este una y otra vez. Creo que es la tercera que leo la entrada. Muchas gracias y un beso.

    ResponderEliminar
  3. De las cuatro que citas, "El mundo sigue" es la única que no he visto. Me pongo en marcha.

    Lina Canalejas es una de esas mujeres que me agrada hasta como respira. No sé qué es de ella, si vive, si ha rodado en los últimos años. Ya tengo tarea para unos días.

    Cómo aprietas profe, pero los domingos a clase, no me pierdo una.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Finalmente en el año 2015 ha ocurrido lo que escribió Carlos F. Heredero en Cahiers du Cinéma. La película ha sido restaurada y ha tenido un cierto, aunque minoritario, recorrido: El mundo sigue (1963).

    ResponderEliminar