6/9/10

Extraños en casa


Una película (que quiero ver) es como una casa. Una casa en la que quiero entrar. A veces, la casa tiene las puertas abiertas y no cuesta ningún trabajo poner los pies en ella, además resulta muy fácil orientarse y al rato me siento como en casa, en mi casa. Otras veces, la casa tiene la puerta cerrada, llamo y nada, doy un rodeo, pero hasta las ventanas, además de cerradas, tienen las contras entornadas y apenas si puedo entrever qué hay dentro. Entonces descubro que en la fachada posterior hay un ventanuco abierto y, al fin, puedo aventurarme en la casa, pero como si uno fuera un ladrón o un espía. Soy muy consciente de que esta casa no es mi casa. Estoy en la casa de otro. Y muy probablemente encuentre alguna habitación clausurada e inaccesible. Pero quizá al cabo de un tiempo descubra que esa casa también es mi casa, sólo que la he visto como si fuera la primera vez, porque tuve que entrar en ella como si fuera un extraño.

Unos días después vuelvo a la primera casa y sigue con las puertas abiertas y vuelvo a sentirme como en casa, pero al poco rato descubro que la familiaridad me había impedido ver bien, es decir, que la familiaridad misma me ha impedido ver lo que tenía delante de los ojos, oculto de tan claro que estaba. Así que la vuelvo a ver como si fuera la primera vez, porque antes no he visto bien. Es decir, me convierto en un extraño para prestar atención y descubrir qué se oculta en la luz.

Una semana más tarde vuelvo a la segunda casa y sigue cerrada. Entonces, sin perder tiempo, entro por el ventanuco. Me oriento en las sombras y esta vez encuentro una llave en un cajón. Recuerdo la habitación clausurada, pruebo, pero no abre. Pruebo en otras puertas. Nada. Devuelvo la llave al cajón. De pronto, escucho pasos. Hay alguien más dentro de la casa. Me oculto. Escucho abrir un cajón. Aparece una mujer con la llave en la mano y echa a andar. La sigo. Vuelvo a ser un extraño.

Cualquier película que merezca ese nombre convierte lo familiar en misterioso, a veces facilitándonos el camino y poniéndolo todo a la vista, a veces forzándonos a que nos las ingeniemos para entrar. Cualquier película que merezca ese nombre exige la experiencia de ver otra vez. Se nos resiste. Nos extraña. Para que veamos con toda atención lo que se nos muestra. Para que pongamos los cinco sentidos. Para que veamos más.

Cualquier película que merezca ese nombre nos propone una forma de habitar la casa del cine. Como si fuera la primera vez. Como extraños en casa.


(Ilustración: El imperio de las luces de René Magritte)

3 comentarios:

  1. Muy bueno, Daniel. Vale también para las novelas, los cuentos, los guiones, las personas.
    Un abrazo.

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  2. Habitar en una película, o como dice Blanco, en una novela, en un cuento, en un guión, en las personas...

    Yo hace tiempo que dejé en este blog mi cepillo de dientes.

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  3. Cuando "hago mía" la pasión de otra persona, léase película, canción, libro... no me veo con el derecho a nombrarla sin nombrar de pasada o, al menos mencionar el por qué, a ese alguien que la ha querido compartir conmigo.

    Cuando va pasando el tiempo, si esa pasión recién descubierta a través de los ojos y el sentir de otro me ha llegado a apasionar a mí a la vez, ya, tímidamente, la nombro solo por el título, pero eso sí, respeto un tiempo prudencial.

    Besos de un suave septiembre...

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