31/8/10

Filmar agosto


Hasta hace un año pensaba que nadie había filmado el verano como Rohmer. A principios de éste había pensado escribir sobre sus películas del estío, el Cuento de verano, obviamente, pero también La rodilla de Clara que trascurre en el tiempo de las cerezas, y Paulina en la playa, y aun Cuento de invierno que empieza en un verano decisivo para su protagonista; y había programado para nosotros “un verano Rohmer” con las películas distribuidas a lo largo de julio y agosto, en el primer verano sin Rohmer.
Vimos la primera película del ciclo, El rayo verde. Así que el verano no podía empezar mejor. Luego el verano se quebró. Y el ciclo se suspendió. Habrá tiempo de reanudarlo y Rohmer volverá a esta escuela, sobran los motivos. Pero hace un año descubrí a un cineasta portugués que filma el verano tan bien como Rohmer. Bueno, vamos a dejarlo en que filma agosto tan bien como Rohmer. Y es que a mediados de julio del 2009 y en Vilanova de Cerveira, durante el Filminho, vi Aquele querido mês de agosto, un filme de Miguel Gomes.


Así que escribo esta entrada con casi un año de retraso –o con dos, depende cómo se mire-, pero aún llego a tiempo. Y no es buena señal. Me explico. Hace dos años Aquele querido mês de agosto (2008) se presentó en el festival de Cannes y encontró la consideración crítica que merece, por poner sólo un ejemplo: Adrian Martin –en Sight & Sound- la calificó como la mejor de 2008 y la describió como una revelación. El impulso de Cannes proyectó la película por festivales de medio mundo: Viena, Las Palmas, Florencia, Buenos Aires, Valdivia… hasta el Filminho donde la vi el julio pasado. Un recorrido amojonado con premios –el Fipresci en Viena, Mejor Película en el Bafici, el de la Crítica en la Mostra de Sao Paulo, el Especial del Jurado en Guadalajara (México), Mejor Película en Valdivia (Chile), Mejor Película en el Filminho- y reconocimiento de la crítica (cinéfila). Pues ahí están las buenas y las malas señales. Una película que uno definiría como buena, bonita y barata –en el mejor de los sentidos de cada adjetivo- recorre el mundo, cosecha el aplauso de la crítica y de los cinéfilos, y no se estrena en los cines. O sea, se estrenó en Francia, en Argentina, en Brasil…


Pero no aquí. Un síntoma más –o mejor, un conjunto de síntomas- que añadir con vistas al diagnóstico de los problemas del cine contemporáneo más arriesgado y –digámoslo ya y sin rodeos- más valioso: su invisibilidad en los cines –más allá de las salas de los festivales que los programan y de las cinematecas (el CGAI, por ejemplo)-, justo el formato de exhibición para el que los filmes fueron concebidos. En síntesis, desde hace treinta años se produce un efecto de “museízación” del cine que revela la pérdida del aura popular que lo caracterizaba. No es la primera vez que lo recuerdo pero no está de más insistir: hace cuarenta años era posible ver en los cines de las ciudades las películas de Bergman, Antonioni, Godard, Fellini o Buñuel en riguroso estreno; películas que no alcanzaban –o rara vez- un publico masivo, pero sí estimable, es decir –y en pocas palabras-, el cine de autor había alcanzado una recepción plenamente normalizada.


El año pasado, nada más ver la película escribí un artículo para una revista en la que colaboraba y desde la redacción se me reprochó que sólo hablara de ella, dos páginas les parecía demasiado para una sola película. Dejémoslo aquí. El caso es que esperaba que en el transcurso de este año la película se editara en dvd y volver a verla. Pues no. Aquele querido mês de agosto sigue inédita. Pero en mi memoria permanece intacta. Como si la hubiera visto ayer. Por eso no quería que acabara agosto sin traerla a esta escuela. Porque, lo dicho, vengo con retraso, pero –lástima- aún a tiempo. Digamos que me tomé un despacio –que a veces diría Esther- para hablar del filme de Miguel Gomes.


La primera escena de la película deviene una metáfora reveladora tanto de la película que empieza a desplegarse ante nuestros ojos como de la actitud del cineasta –su metodología, digamos- durante la producción de la película: un zorro acecha y luego acosa a unas gallinas en el corral de una casa de aldea. Ese cineasta astuto llamado Miguel Gomes también acecha en Aquele querido mês de agosto el paisaje y el paisanaje de las parroquias de Arganil en la sierra de Lousâ, en el distrito de Coimbra, para encontrar en el registro etnográfico de una comarca del interior y rural de Portugal una ficción esquiva.


O dicho de otra forma, transcurrida una hora –de las dos y media que dura- empezamos a darnos cuenta que la película documental que veíamos –campings, moteros, veraneantes, procesiones y verbenas de los días encantados de agosto cuando tantos emigrantes portugueses vuelven a sus aldeas natales para celebrar las fiestas patronales- ya estaba infectada por el virus de la ficción.


Miguel Gomes ha contado más de una vez –es un eufemismo, lo ha contado mil veces-: al fracasar la financiación de una película para la que había escrito un voluminoso guión –objeto de alguno de los momentos más hilarantes del filme-, empieza a rodar lo que puede, aquellas escenas –llamémosle documentales, de momento- con una cámara de 16 mm en agosto de 2006; luego vuelve a Lisboa, estudia y monta el material, y reescribe el guión en función de la ficción virtual que puede emerger de lo filmado. Y regresa en agosto de 2007 a los mismos escenarios para rodar la ficción latente en las imágenes del año anterior. No sólo eso, también filma al cineasta impasible -o sea, él, Miguel Gomes-, inasequible al desaliento, como si de un Buster Keaton luso y rechoncho se tratara, filmando esa película movediza titulada Aquele querido mês de agosto.


De hecho, la segunda escena de la película –un apagón eléctrico durante la actuación de una orquesta en una verbena- metaforiza irónicamente la catástrofe (financiera) que asedia el filme desde sus nacientes. O ese plano en que los trípodes y los reflectores son utilizados como tendedero de la ropa del equipo que filma la película -¿documental?¿ficción?- denota un trasvase entre la vida y el cine que alimenta el manatial de la película y la mirada del cineasta. Ficción expandida -dirá Adrian Martin en Rouge- en la imaginación del espectador, empujado a leer la primera hora a la luz de lo que va descubriendo en la hora y media restante.


De ahí la perspectiva irónica que amojona los materiales de Aquele querido mês de agosto, como si la ficción fuera una infección vírica que se propaga por cualquier registro fílmico por documental que sea. No hay grado cero en la escritura cinematográfica. Cualquier trozo de vida aprehendido por una cámara lleva la marca del pecado original de la puesta en escena. Pero Miguel Gomes tampoco olvida que ninguna puesta en escena puede protegerse de la vida que penetra en el filme cuando la película echa a rodar, como esa música que aparece en una toma y sobre cuya misteriosa procedencia hablan el director y el sonidista Vasco Pimentel mientras pasan los créditos finales.


Durante la primera parte de la película vemos situaciones que podrían encontrar acomodo en un filme etnógrafico clásico. Asistimos a una procesión fervorosa acompañada por una banda de música mientras una voz en off cuenta un milagro en carne propia acontecido mientras llevaba a la Patrona en andas; asistimos a actuaciones de distintas orquestas en verbenas de las parroquias de Arganil; escuchamos a un viejo en una bodega contar la historia terrible de un crimen sucedido en la aldea, mientras su mujer va acotando el relato con pocas palabra y mucha precisión; visitamos un puesto de vigilancia forestal en una de las cumbres de la sierra, seguimos a un camión de bomberos…


Pero el registro documental se va quebrando por momentos metafílmicos donde el proceso de producción del filme –con el propio cineasta en pantalla- cobra visos cómicos, pero que, precisamente por la vía del humor, alcanzan un aura poética, como en aquella escena en que el cámara, que filma a una orquesta actuando en una verbena, abandona la cámara en el trípode y se une al baile, o como aquella película de terror –una adaptación de Caperucita roja- que unos cineastas aficionados le presentan a unos viejos que asisten con la boca abierta a la proyección, para descubrir poco después que el sonido espeluznante de una escena patética corresponde a la grabación del viento en un monte que está siendo registrado por el sonidista de Aquele querido mês de agosto.


Y cuando ha transcurrido más de una hora advertimos que estamos instalados en una ficción, que Sonia, aquella chica que vigilaba los incendios es ahora Tania, la cantante de una orquesta en una verbena,



que el ayudante de dirección de Miguel Gomes es el teclista, y que Fabio, un jugador de hockey, es el primo de Tania y guitarrista de la orquesta Estrelas do Alva;


y contemplamos una historia de amor, celos e incesto en un paisaje y con un paisanaje que redescubrimos como escenarios y personajes de una tragedia rural, que brota por las hendiduras de lo real gracias a un montaje espléndido que crea armonías, rimas y correspondencias entre los elementos implantados en el filme como material etnográfico y rentabilizados en la segunda parte de la película como ingredientes de la ficción.




Y ese sutil enhebrado entre lo real y la ficción, que impregna también el tratamiento de la música –y de los temas musicales, que remiten juguetona e irónicamente al cine musical, donde lo sublime linda con lo ridículo-, alcanza su perfecta fusión en el clímax de la película, cuando las llamas de un incendio –presentido y real- atrapan el triángulo de la historia –ficción irremediable-, un efecto poético que reúne lo real y la ficción, lo visible y lo invisible, la vida y su representación en la casa del cine.


Lo diré ya: si tuviera que elegir las diez mejores películas de esta primera década del siglo, Aquele querido mês de agosto estaría entre ellas. Rebosa deseo de hacer cine. Y desprende la alegría de hacerlo. Y reencontrarnos a Ford, Renoir, Hawks y Rohmer preñando la mirada propia de Miguel Gomes. Añadiré también, en honor a la verdad, que, en aquella sesión del Filminho, cuando empezó la película éramos cuarenta espectadores y al acabar apenas quedábamos media docena. Por lo visto sucedió lo mismo en el Festival dei Popoli de Florencia. En fin, quizá los problemas para degustar ciertas películas sean todavía más graves de lo que imaginamos. Porque Aquele querido mês de agosto es una película leve, lúcida y lúdica, preñada de humor e ironía, extraña y moderna, divertida y conmovedora, táctil y lírica, humilde y serena. Dos horas y media de muy buen cine. Una belleza de Miguel Gomes en el aquel de filmar agosto.

Miguel Gomes,
director de
Aquele querido mês de agosto


(Todos los fotogramas pertenecen a Aquele querido mês de agosto)

2 comentarios:

  1. Hay personas, entre las que me encuentro, que tienen por más realidad la ficción que la realidad misma.
    Has tocado dos temas de mi alma. Uno, es la pintura/vida de Vincent Van Gogh y otro las películas de Rohmer . ¿Que te puedo decir?. Ah! Si, que soy Agente Forestal y el fuego es un tema, en verano, no del alma, pero si del día a día, tan real como la ficción.
    Por aquí ando, anhelando otoño (aunque los pinos no se ponen amarillos, ni naranjas, ni sueltan la juma…) que ya llega.
    Gracias, Daniel.

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  2. Ola Daniel. Grazas pola entrada, Aquele querido mes de agosto é unha gran película. E unha boa noticia: a película está distribuída comercialmente en internet a través do portal MUBI, onde se pode ver (aí a vin eu) por tres euros: http://mubi.com/films/23846

    Se non coñecías MUBI, bótalle unha ollada, porque está empezando a ter un catálogo bastante xeitoso de cine europeo, igual que Filmin.com. E cunha calidade de navegación e de visionado bastante boas.

    Un saúdo dunha fan do teu blog. Estás facendo un traballo apaixoante. :)

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