Tengo delante a las hijas del Ruso, como apodaban a mi abuelo: a mi madre, Otilia, y a mi tía, Sofía. Llevan toda la vida en la casa en que nací. Me criaron las dos. Pasan de los ochenta años. Y a ninguna de las dos les gusta decir su edad.
Otilia tenía manos de artista para la costura, para los dulces –son memorables sus magdalenas y la leche frita-, para los platos delicados –hacía unas empanadillas deliciosas con una masa finísima- y para la caligrafía –trazaba una letra preciosa y aprendí a escribir con sus muestras-. Ahora la artritis le prohíbe casi todo lo que, hasta hace pocos años, colmaba sus horas con artesana devoción, pero resiste aún con pequeños -aunque preciosos- trabajos de costura, como inventar una rosa con pétalos de tela para un vestido que su hija o su nieta quieran lucir en una fiesta o en una boda.
Sofía cocinaba guisos gloriosos y una torta de chicharrones que se me hace la boca agua sólo de recordarla. Lo suyo eran las cuentas de la casa con sus sumas y restas en papel de estraza, y se ocupaba de la intendencia y de los gastos corrientes. Era ella quien me daba las diez pesetas para ir el domingo al cine cuando era un niño o los veinte duros para salir los domingos cuando era un adolescente. Ahora el Alzheimer se ha llevado todo: la receta de la torta de chicharrones, los números y su mapa del mundo. Apenas si recuerda nuestros nombres. A veces creemos atisbar un relámpago de lucidez que asoma en sus ojos y queremos leer en ese brillo efímero una emoción prendida aún por un frágil hilo de la memoria. La mayor parte del tiempo se lo pasa en una butaca con la mirada vacía, musitando palabras que ya no sabemos qué dicen, si no son la mera inercia de las conexiones neuronales que siguen hablando a piñón fijo.
En la butaca de al lado, Otilia me envuelve en oleadas memoriosas, rescatando incansable hasta el más pequeño detalle del tiempo perdido. Me cuenta la alegría que la embargó hasta el llanto cuando quedó embarazada de mí, cómo fregó de rodillas el suelo del comedor y de las habitaciones cuando se aproximaba el parto, para que la casa estuviera reluciente para la comadrona y las visitas, cómo dispuso la cuna y la ropita al lado de su cama de matrimonio con sábanas limpias, para que la llevaran allí conmigo después de tenerme en la habitación de al lado, porque no quería que nada perturbara la perfección con que había escenificado el mundo al que me había traído. Y se remonta a los años en que conoció a mi padre y cómo su familia lo desheredó porque se casaba con una tuberculosa, una apestada que no podría tener hijos o aún peor, que nacerían deformes.
Otilia y Sofía. Como vasos comunicantes.
Mi vida sola te bastaría para varios guiones, dice mi madre. Parece que ahora, ante el espejo del naufragio de la memoria de su hermana, necesita un guionista que rescate tanta memoria de las playas del olvido. Pero la memoria de mi madre sólo podría encontrar acomodo en una novela con una trama de venganza que lleva mi nombre.
Hola, esto me hizo acordar a algo que dijo Mc kee en un conferencia: una vida fantastica no hace una historia fantastica para un guion, y un conflicto real, no es realmente dramático.
ResponderEliminarSaludos!
Otra joya, Daniel.
ResponderEliminarPor no repetir lo de "otra joya" diré que otra perla, Daniel.
ResponderEliminarLa buena caligrafía es de las cualidades que más admiro en el ser humano. Es de los reflejos del alma que más me deslumbran.
Un abrazo, también para las hijas del Ruso.
Por no repetir "otra joya" "otra perla" diré que otra lagrima, Daniel. De alegría, de tristeza, en mezcla variable.
ResponderEliminar"¡SOBACHKOI! ¡SOBACHKOI!"
La verdad es que algo de pinta de ruso tienes.
Un abrazo.
Yo como tu maestro Xosé Luis de Dios me asomo a esta ventana y te aliento a seguir,merece la pena.
ResponderEliminarEscribe esas historias ,no las pierdas,rescátalas de su memoria.
Un saludo
Has tenido suerte por tenerlas. Y ellas tienen suerte de que seas su memoria.
ResponderEliminarni otra joya, ni otra perla, ni otra lagrima...todo y aún más. Pero lo importante es como tu madre, te otorga el honor, de prolongar el hilo que teme se rompa.
ResponderEliminarun abrazo
Y yo como he llegado la última a esta lectura y por no repetir los adjetivos que han puesto los demás opto por callar y volver a leer, eso sí, como soy algo llorona te digo que mis ojos están un poco húmedos...
ResponderEliminarUn abrazo
Buenos días, este es el primer post que he leído en tu blog, muy hermoso. quisiera darte las gracias por emocionarme. un beso.
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