1/7/09
Un largo viaje
Hay algo misterioso en los descartes de las películas, en esos restos de celuloide revelado, en esos fotogramas que nunca serán atravesados por la luz del proyector de un cine. De cualquier plano de cualquier película se cortará el principio y el final, por lo menos justo después de la ¡acción! y justo antes del ¡corten!, órdenes que, poco a poco, van perdiendo la función que un día tuvieron. A veces, esos fragmentos desechados, si tienen el número de fotogramas suficientes, se recuperan en el curso de versiones posteriores del montaje para aprovechar la expresión de un rostro ensimismado (justo antes de que el director diga ¡acción!), como cuenta Walter Murch en su maravilloso libro El arte del montaje. Pero casi siempre el destino de esos pedazos de película rodada está sellado, y los fantasmas encerrados en esos fotogramas condenados a la inmovilidad, a arder o pudrirse, carne de celuloide.
Rara vez esos descartes se convierten en documentos históricos, en tesoros de la historia del cine, en materia memoria -valga la expresión bergsoniana-, y aun en mirada, cuaderno de trabajo y bitácora de un cineasta; en fe de vida de una estrella fugaz cuya luz no ha perdido un adarme de su incandescencia setenta años después, una luz que pervive en 159 minutos de cine: los 22' de Á propos de Nice (1930), los 10' de Taris (1931), los 42' de Zéro de conduite (1933) y los 85' de L'Atalante (1934), una de las filmografías más breves y esenciales de la historia del cine. Un caso comparable, en lo literario, con la obra de su tocayo Juan Rulfo. Como podéis imaginar estoy hablando de Jean Vigo, el cineasta al que Godard dedicó Les carabiniers, un filme sobre el que cada cierto tiempo procuro provocar a mi hijo para que me hable de él.
Y si hablé de descartes es porque acabo de ver dos piezas sobre el cineasta y, en particular, sobre los avatares de L'Atalante, su único largometraje: Los viajes de L'Atalante, del estudioso del cine (y de la obra de Jean Vigo) Bernard Eisenschitz, y De L'Atalante a L'Atalante de Pierre Philippe. En ambas piezas, el material más precioso son esos fragmentos desechados donde aparece a veces Jean Vigo del que conocemos muy pocas fotos Y lo vemos meses antes de morir de tuberculosis, de hecho completó el rodaje de L'Atalante dirigiendo desde una cama y no pudo ver la película terminada, sino apenas el montaje final, quizá tampoco supo cómo, después de una fría recepción tras su estreno, amputaron la película para convertirla en una mercancía más comercial. Murió el 5 de octubre de 1934, tenía 29 años. Y ahí está Jean Vigo, sonriente, animado, dando instrucciones a sus ayudantes, a los actores, voceando ¡acción! y ¡corten!, vivo para siempre en esos pedacitos de celuloide destinados a desaparecer y conservados de milagro: ¿quién puede dudar que gracias a los dioses lares del cine?
En 1992, encontré en la librería La Hune de París Jean Vigo, la biografía canónica del cineasta, desde su primera edición en 1957, a cargo de Paulo Emilio Salès Gomès en una edición de bolsillo de Éditions du Seuil, de 1988, cuya traducción -francamente mejorable- editó aquí Circe en 1999. Un libro que leí mientras recorríamos la Bretaña de cromlech en dolmen, por Carnac y Locmariaquer, porque nuestro hijo, tenía entonces once años, atravesaba una fiebre megalítica incurable, supongo que inoculada por las historias de Asterix y Obelix que leía con fruición. Así que, mientras él cada noche planificaba con minuciosidad sobre un mapa el itinerario megalítico del día siguiente, yo iba leyendo la biografía de Jean Vigo. La aciaga historia de su padre, un anarquista de origen catalán que murió en prisión, ahorcado -quizá asesinado- con los cordones de sus propios zapatos, unos cordones que le había comprado su hijo justo antes de que lo detuvieran, Jean apenas tenía doce años; los cuatro años que pasó en el internado de Millau que le aportarían la experiencia y nutrirían la mirada con que la vertió en Cero en conducta; el diagnóstico de tuberculosis, el amor por el cine, el amor por Lydou -a la que que conoció en una clínica para tuberculosos y que se convertirá en su esposa-, el rodaje de A propos de Nice, el cine-club Los amigos del cine, la precariedad que envolvió su corta vida, su filmografía tan breve, tan bella...
Las películas realizadas en la frontera del cine mudo con el sonoro conservan la huella de una epifanía, el resplandor de una iluminación reciente y el arrobo del deslumbramiento. Son obras que conjugan, como ya -casi- nunca más, la cualidad documental de la imagen cinematográfica y el aliento poético que trasciende el mundo registrado por la cámara, la fascinación de lo visual y la pulsión narrativa, la mirada y el ojo de la cámara. Pero también la exploración del maridaje de la música con el montaje, la experimentación con el off sonoro y la búsqueda de un tratamiento expresivo del sonido. Películas donde nada estaba consolidado, donde todo existía en grado de tentativa. La obra de los primeros años 30 de Jean Renoir, por ejemplo. La obra de Jean Vigo, desde luego. L'Atalante, por ejemplo.
L'Atalante es el único largometraje de Jean Vigo. La anécdota argumental es mínima: Jean se casa con Juliette y se la lleva con él a la barcaza donde trabaja con el tío Jules y un grumete, allí viven su luna de miel mientras la barcaza prosigue su viaje por el río, sobrevienen los celos y el desencanto, Juliette se pierde en la ciudad y Jean en el desconsuelo, hasta que gracias al tío Jules los amantes se reencuentran, y la barcaza continúa su derrota, río abajo. O sea, el clásico chico encuentra chica, pierde chica y recupera la chica. A Jean Vigo no le costó demasiado aceptar semejante punto de partida, un guión de Jean Ginnée, del que sobrevive el título y el esqueleto argumental. Y si leemos los fragmentos del guión de Vigo que su biógrafo ha reproducido, aparentemente no cambia gran cosa, y aun parece que prefigura la película, pero basta ver -o rever- L'Atalante para comprender que nada puede dar cuenta de ella más que la obra misma, puro cine, puro Vigo. El guión de L'Atalante es a la película que conocemos lo que los apuntes de Van Gogh que podemos leer en sus Cartas a Theo a los cuadros que podemos contemplar, apenas una apunte, un bosquejo, un esbozo rudimentario.
La producción de L'Atalante se puso en marcha con el mismo esquema de Zéro de conduite: Nounez, un hombre de negocios, hijo de un rico ganadero de la Camarga, cautivado desde el primer encuentro por Jean Vigo, ponía el dinero -un millón de francos-, y la Gaumont, el estudio, la película y se encargaba de la distribución. Dita Parlo y Michel Simon aceptaron los papeles de Juliette y tío Jules respectivamente, y el papel de Jean se lo reservó a Jean Dasté, con el que ya había trabajado en la película anterior, de la que también mantuvo el equipo técnico: Boris Kaufman (el hermano pequeño de Dziga Vertov, aunque el biógrafo de Vigo siempre sospechó que se trataba de un parentesco imaginario) como director de fotografía, la música de Maurice Jaubert y las canciones de Charles Goldblatt, y amigos como Albert Riéra y Eugène Merle. Contó también con la colaboración de Francis Jourdain en los decorados y de Louis Chavance, al que Vigo pidó que estuviera presente durante las tomas siempre que pudiera, en el montaje.
Durante las primeras semanas del verano de 1933, Jean Vigo dio largos paseos en chalanas para localizar exteriores y practicar, en compañía de Jean Dasté, en el manejo del timón y de los bicheros. Creo que ya conté en alguna entrada que Georges Simenon, por mediación de Eugène Merle, le aportó datos sobre canales, esclusas y pueblos de marineros. El director eligió una embarcación dotada de un motor de fuel pero de la época en que las chalanas eran arrastradas por caballos desde la orilla, a lo largo de los caminos de sirga. La embarcación se llamaba Luis XVI y pasó a la posteridad como L'Atalante.
Septiembre habría sido un mes ideal para rodar los exteriores, pero Nounez no era lo que se dice un buen director de producción y el rodaje se retrasó hasta la segunda semana de noviembre, una época de frío y humedad en un invierno prematuro especialmente riguroso que no era precisamente lo que mejor le sentaba a un hombre seriamente enfermo como Jean Vigo. Boris Kaufman contaba que "en vez de luchar contra la meteorología se le sacaba partido. Si hacía niebla se incrementaba con humo y si llovía se acentuaba con proyectores. Trabajábamos día y noche, y, subyugados por el río, construíamos la acción con las esclusas". Aun con eso, las escasas horas de luz , la niebla y la nieve provocaron retrasos en la producción y el director se vio obligado a rodar muchos planos con toma única y a prescindir de algunas escenas, y a mediados de enero de 1934 aún faltaba por rodar la escena del robo y algunos planos de Juliette en París. Los productores ponían todo de su parte presionándolo para que acabara cuanto antes. Rodaba enfermo, sosteniéndose a duras penas o echado en una litera. A principios de febrero, Jean Vigo había terminado prácticamente el rodaje y ya disponía de un primer montaje. Pero ya no podía más. Kaufman rodó las imágenes aéreas y Chavance se ocupó en solitario del montaje definitivo.
En L'Atalante es posible apreciar las huellas del cine que le gustaba a Jean Vigo: Esposas frívolas de Stroheim, El perro andaluz de Buñuel, el cine de Chaplin, el René Clair de Entre-act... En sus lecturas de cine había subrayado esta frase de Jean Epstein: "[El cine]Este arte fotográfico de las profundidades ve el ángel que existe en el hombre como la mariposa en la crisálida". Diríase que Jean Vigo, o mejor, su mirada, despertó también el ángel del lugar, de los elementos y de las cosas. El rodaje de L'Atalante estuvo preñado de improvisación pero los descartes prueban hasta qué punto se conjugaba con una concepción muy precisa de la película que quería hacer y una puesta en escena muy definida, es decir, prueban el virtuosismo de una dirección que combinaba instrucciones muy medidas con una flexibilidad obligada por las precarias condiciones de producción.
Basta contemplar una de las escenas memorables de L'Atalante para advertir la poesía -no hay otra forma de definir la aprehensión del misterio- que se desprende del entrañamiento de un personaje, un movimiento de cámara y un lugar. La describiremos con breves ráfagas. Juliette aún vestida de novia, en el barco que zarpa. Una triste y desangelada despedida de los familiares e invitados que se quedan en tierra. Una casa, que recuerda alguna de Magritte, en la ribera, se encienden las luces, ventanas iluminadas. Anochece. La novia contempla cómo se aleja su pequeño mundo. Jean la abraza, efusión amorosa de los novios echados en cubierta, pero ella se resiste a dejarse someter a las reglas del mundo del barco, al mundo de Jean. Los gatos interrumpen el abrazo de los amantes. Juliette pasea por cubierta, en un momento parece caminar por encima de las aguas. Nubes negras. Una mujer con un niño de la mano se santigua en la ribera. La novia ensimismada en la chalana...
...Jean gatea hacia ella, como jugando a atraparla, pero un gato -quizá como emanación del deseo de Juliette- lo ataca, lo araña. La novia se asusta -quizá del poder de su propio deseo-. Jean la toma en brazos, Juliette le acaricia el rostro herido, ahora parece feliz. Fundido negro. La música de Maurice Jaubert se ha coreografiado con los movimientos de cámara de Kaufman y, prescindiendo de cualquier efecto sonoro, y sin diálogo, Jean Vigo nos ha introducido en el alma de un lugar, o mejor, en el pesanervios de una tensión entre la tierra y el río, entre el barco y la ribera, entre Jean y Juliette, entre la realidad y el deseo.
Otra escena inolvidable es la del camarote del tío Jules. Probablemente uno de los grandes momentos del cine de Jean Vigo y de Michel Simon. Parece que fue todo un espectáculo ver al director en acción, explicándole al actor el movimiento de la escena en un camarote abarrotado de cosas -el mundo de los viajes del tío Jules- conseguidas en el mercadillo de Saint-Ouen, en la feria de la Ferraille, un fotógrafo le había proporcionado unos recuerdos de un viaje a las Antillas, Eugène Merle de dio una enorme quijada de un pez y el cineasta amigo Jean Painlevé unas manos metidas en una pecera. Vigo añadió varias piezas de un viejo gramófono, abanicos orientales, fotografías de África... incluso unas viejas coronas de hierro que él y sus amigos habían robado en el cementerio de Montparnasse. "Sólo cosas hermosas" comenta el tío Jules ante la fascinación-repulsión que experimenta Juliette mientras recorre el camarote. Un juego de seducción que continúa con la exhibición de los tatuajes del tío Jules y que culmina cuando éste se corta y la lengua de Juliette asoma con ganas de lamerle la herida. Quizá no haya en la historia del cine una escena entre la bella y la bestia donde se combinen con tanta carnalidad y gracia la inocencia casi infantil y el deseo casi animal.
Jean Vigo no sólo era muy joven sino que había conservado muy vivo el Nono -así le llamaban de niño- que había sido, y lo alimentaba. En L'Atalante asistimos a momentos donde el juego se parece mucho al arte de la magia, como en esa escena maravillosa en que el tío Jules, a falta de aguja, pasa el dedo sobre el disco en el fonógrafo y suena la música; y donde el juego amoroso está muy cerca del juego infantil, más aún, en los momentos en los que estalla el deseo, los abrazos de los amantes no se diferencian de una pelea de niños. Por eso Juliette atribuye el haberse enamorado de Jean a la magia, a la magia de un cuento: "En el agua se ve al amado", le dice a Jean. Lo vio en el agua antes de que apareciera en su vida, por eso lo reconoció. Y entonces empieza el juego: Jean prueba en un caldero, pero nada, no ve a Juliette; salta a la barca auxiliar, mete la cabeza en el agua, sube de un salto: "Te veo, te veo". Juegan como niños felices, mientras Juliette tiende la ropa en cubierta: el barco ya es su hogar. Pero... cuando Jean pierda a Juliette la buscará en el agua con desesperación y tío Jules temerá que se ahogue de tanto buscarla. En fin.
La dirección de Jean Vigo aúna las búsquedas formales de las vanguardias con la expresión de las sensaciones en carne viva. L'Atalante se huele, se asfixia uno dentro, se siente el deseo. La cámara se trasforma en una herramienta poética para despertar vívidas impresiones de cuanto registra. Los movimientos de los personajes revelan un descaro y un apetito lúdico que conmueve. Jean Vigo inventa una forma de hacer cine que sólo décadas después se convertirá en marca estilística de otros cineastas. Él sólo pudo crear con urgencia frágiles formas que fijadas en celuloide y atravesada por la luz, mediante la alquimia de la mirada del espectador, despertaran algo muy parecido a la poesía cinematográfica.
El preestreno de L'Atalante se celebró el 25 de abril de 1934 a las 10 de la mañana en el Palais Rochechouart. La acogida de los críticos, los propietarios de los cines de París y los distribuidores provinciales fue gélida. Los directivos de Gaumont empezaron a presionar a Nounez para remontar la película. Sólo Jacques Brunius en Regards elogió la película -"No hay ni una sola imagen en la que no haya algún detalle por ver y por sentir"-, y Elie Faure, el filósofo e historiador de arte apasionado por el cine, publicó un artículo en la revista Pour Vous con una encendida defensa de la obra de Jean Vigo. No tuvo otros valedores. Los distribuidores pasaron olímpicamente de L'Atalante y los productores, entonces, le metieron mano cuanto quisieron para convertirla en una película "atractiva". De paso le añadieron una canción popular La Chaland qui passe y, ya puestos, la rebautizaron con ese título. La Chaland qui passe se estrenó a mediados de septiembre de 1934. Fue un fracaso.
L'Atalante hubo de esperar al final de la 2ª guerra mundial para encontrar el público y los críticos (y luego cineastas) de la nouvelle vague que la amaran con pasión. Pero sería injusto obviar al crítico que ya en julio de 1947 desde las páginas de The Nation supo ver el cine de Jean Vigo y llamó la atención sobre la obra de un cineasta único, hablo de James Agee, que escribió: "Nadie le va a la zaga en su capacidad de abordar la realidad, la conciencia y el tiempo en el cine (en Zéro de conduite); ni ha superado su vívida expresión de las emociones animales, de los sentidos, y de las interacciones con el mundo de lo inanimado (en L'Atalante); tampoco recuerdo, aparte de en las mejores obras de los grandes maestros, una flexibilidad, riqueza y pureza de pasión creativa que se pueda comparar a aquéllas de las que él hace gala en estos dos filmes". Ahí empezó su resurrección, pero como película mutilada. No será hasta casi medio siglo después que los nuevos directivos de la Gaumont tratarán de reparar el crimen perpetrado auspiciando su restauración, hasta dar forma a una película lo más aproximada posible a la obra que Jean Vigo quiso hacer. Un largo viaje, el de L'Atalante.
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