2/7/09

La última lección de un maestro, de momento...

Sidney Lumet, a los 15 años

Creo que nunca incluí una película de Sidney Lumet entre mis favoritas. Creo que nunca me interesé por su libro Making Movies hasta que mi hijo me lo recomendó, fue el primer libro que leyó en Nueva York durante la temporada que pasó allí. Aquí lo editó Rialp a finales de los noventa con el título de Así se hacen las películas y va por la cuarta edición. Tampoco es que hablemos mucho de Lumet. No forma parte de nuestras referencias. No puede decirse que su cine sea el cine que amamos. Así, a bote pronto, recuerdo una docena de películas suyas de las más de cuarenta que hizo. En esa docena no hay ninguna mala, como mínimo son buenas y algunas muy buenas. Desde la primera, Doce hombres sin piedad (1957), pasando por Larga jornada hacia la noche (1962), La colina (1965), La gaviota (1968), Sérpico (1973), Tarde de perros (1975), Network (1976) o Veredicto final (1983), hasta la última, Antes que el diablo sepa que has muerto (2007). Sidney Lumet ha cumplido, el pasado 25 de junio, 85 años. Su libro me gustó, creo que es un libro muy útil -claro y sincero- para los jóvenes que albergan el aquel de dedicarse al cine, y se recomienda muy poco (mea culpa), desde luego mucho menos que otros más brillantes pero también más engañosos, algún día tendré que dedicar una entrada al asunto. Y Antes que el diablo sepa que has muerto me parece una muy buena película, un thiller obsesivo, oscuro y absorbente, y una autopsia de una familia -y de una cultura- americana, una película que debí incluir en la entrada que le dediqué a la familia. Que no la haya incluido es un síntoma más de la discreción de Lumet. Y de su cine.




Hijo de actor de ascendencia judía y polaca, y de una bailarina, debutó él mismo como actor infantil a los cuatro años en el Yiddish Art Theatre de Nueva York. A finales de los cuarenta dirige obras de teatro en el off-Broadway y a principios de los cincuenta entra en la CBS y dirige, por ejemplo, episodios de la serie Danger. Hasta que rueda su primera película Doce hombres sin piedad. Fue uno de los cineastas americanos de la llamada generación de la televisión -con Stanley Kramer, Martin Ritt, Arthur Penn, John Frankenheimer o Robert Altman- que aprendieron el oficio en un medio cuando aún todo era posible, en una época que se percibe ahora como una lejana edad de oro. Sus comienzos en la televisión se han utilizado con frecuencia para desdeñar su obra cinematográfica y su falta -o ausencia- de estilo para ningunear su condición de cineasta, quizá porque, como dice el propio Lumet, el buen estilo no se ve. El estilo se siente. Y como decía Stendhal "hay que atreverse a sentir"; y aun antes Cervantes había advertido que "hay que saber sentir". Si Lumet hubiera hecho cine en la era de los estudios se le hubiera catalogado de artesano. Ni siquiera se ha valorado su aquel de "director de actores" quien ha confesado cuánto los admira y ha sabido valorar su trabajo como pocos: Me gustan los actores. Me gustan porque son valientes. Todo trabajo bien hecho requiere una autorrevelación. (...) el 'instrumento' que usa el actor es él mismo. Son sus sentimientos, su rostro, su sexualidad, sus lágrimas, su risa, su ira, su romanticismo, su ternura, sus vicios que son aupados a la pantalla para que todo el mundo los vea. No es fácil. De hecho, muy a menudo, es doloroso. Ahora, me da la impresión, se le empieza a hacer justicia y se revisan juicios y valoraciones. Quizá porque se intuye que Antes que el diablo sepa que has muerto puede ser su última película. O sea, quizá nos encontremos ante la contricción inferida por un presagio luctuoso.



Hace poco más de un año, con motivo del estreno de Antes que el diablo sepa que has muerto escribí en otro lugar una reseña en la que transparentaba cuánto me había gustado. He vuelto a verla y no tengo que corregir aquella primera impresión, y, como es una buena película, incluso muy buena, en versión original es aún mejor. La película germina en el primer guión del dramaturgo Kelly Masterson, sobre el que Lumet introduce algunos cambios significativos en una nueva versión, eso sí, conservando la carpintería dramática original, con las rupturas temporales y la fragmentación de la acción en torno al atraco que vertebra la primera parte de la película, una estructura que nos permite contemplar en paralelo el hecho criminal y las turbias motivaciones que lo generan; a partir de ahí la trama entra en una espiral imparable donde se abrasan unos personajes poseídos por la culpa y el resentimiento, la deriva y el malestar existencial, sueños rotos y vidas malogradas, el abismo y el vacío.


Hank (Ethan Hawke) y Andy (Phillip Seymour Hoffman)
en un fotograma de
Antes que el diablo sepa que has muerto.


La primera escena de la película nos introduce de forma abrupta e incómoda, sin que aún podamos advertirlo, en el corazón de una historia turbia que moviliza las pulsiones de Andy (Phillip Seymour Hoffman), el deseo de huida, la tentación de un paraíso perdido o la promesa de una frontera; una escena donde se conjugan la intimidad y el distanciamiento de un juego de espejos (por si alguién dudara de la condición de metteur-en-scéne de Lumet), y donde Gina (Marisa Tomei) apunta los primeros rasgos que componen un personaje donde se reúnen milagrosamente candidez y carnalidad, abulia y lascivia, voluptuosidad y desdicha. Una escena, en definitiva que contiene las claves que el movimiento dramático de la película revelará en el curso del tiempo como una fatalidad. Y aquí cabe apuntar que una de las ideas que introdujo Lumet en el primer guión de Masterson consistió en transformar la relación de Andy y Hank (Ethan Hawke) de amigos en hermanos, es decir, concentra los hilos de la trama en la esfera familiar, convirtiendo los mimbres melodramáticos en ingredientes trágicos que dotan al trhiller de un aquel de impulso irremediable, de abocamiento a un destino fatal encarnado en el impagable personaje de Charles (Albert Finney), el padre.


Sidney Lumet y Albert Finney en el rodaje de
Antes que el diablo sepas que has muerto


Para uno que alimentó su cinefilia en las ubres del cine más negro, en compañía de hombres y mujeres atrapados sin remisión en una telaraña de fuerzas aciagas y sombras tenebrosas, Antes que el diablo sepa que has muerto, rodada en vídeo de alta definición, supone un reencuentro con un magma familiar -en un doble sentido- pero con una plasmación visual que traduce la desazón de un mundo a través de formas sometidas a rarefacción, como si el horizonte de los personajes fuera el de aquéllos de náufragos existenciales de La resaca de R. L. Stevenson. Unos personajes que, entre el desamparo y la desesperación, y en el filo de la angustia vital, atraviesan en pleno desgobierno de la existencia una experiencia devastadora que los arrastra hacia un pozo negro moral. La sabiduría fílmica de Lumet nos lleva hasta el límite de los soportable, hacia una catarsis que constituye otra forma aun más atroz de abrasión. Una película perturbadora desde las entrañas mismas de su concepción fílmica. Cine negro-negro.


Ethan Hawke y Phillip Seymour Hoffman con Sidney Lumet
en el rodaje de
Antes que el diablo sepa que has muerto


No soy de los que creen que hay que esperar a que lleguen las buenas historias, a que llegue ese guión perfecto con el que estás soñando, sino que creo mucho en la idea de reescribir esos guiones que en principio no son perfectos pero que me atraen y tienen posibilidades. Soy más partidario del trabajo duro aplicado a un guión imperfecto. Son palabras de Sidney Lumet que revelan a un director pragmático y posibilista pero capaz de alumbrar películas inspiradas como la que comentamos. Resultan también elocuentes las palabras del guionista Kelly Masterson a propósito de lo que significó trabajar con el director: "Lumet no me dio ningún consejo pero sí aprendí algo del proceso: 'aumenta siempre la apuesta'. Lumet no lo hizo en el sentido hollywoodiense sino indagando más hondo en la psique de los personajes". Y ya que hablamos del guión no me resisto a trasladar aquí un fragmento del libro de Lumet que cité más arriba: Yo procedo del teatro. Allí el trabajo del escritor es sagrado. Expresar la intención del escritor es el objetivo principal de toda la producción, La palabra 'intención' la uso en el sentido de comunicar la razón por la que el escritor compuso su obra. (...) Fui educado [en el aquel] de que quien tenía la idea inicial, quien atravesaba la agonía de plasmarla en el papel, era el único que merecía ser satisfecho. La primera vez que veo al guionista nunca le mando nada, aunque piense que hay mucho por hacer. En cambio, le hago las mismas preguntas que me he hecho yo: ¿De qué trata la historia? ¿Qué viste? ¿Cuál era tu intención? En el caso ideal, si lo hacemos bien, ¿qué esperas que el público sienta, piense, experimente? ¿En qué estado de ánimo quieres que abandone la sala? (...) Bajo las circunstancias más favorables, emergerá una tercera intención que ni uno ni otro preveíamos.


Hank (Ethan Hawke), Charles (Albert Finney) y Gina (Marisa Tomei)
en un fotograma de
Antes que el diablo sepa...

Cuando visitamos a nuestro hijo en Nueva York, nos llevó al East Village y nos mostró el lugar en el que Sidney Lumet dedica al menos dos semanas a ensayar con los actores durante la preparación -que hace posible el 'accidente feliz' que siempre aguardamos que suceda- de una película. Siempre en el mismo sitio, en el salón de baile de la Casa Nacional de Ucrania, en la Segunda Avenida, entre las calles Ocatava y Novena. Ahora, cuando veo Antes que el diablo sepa que has muerto, lo imagino allí -al cineasta que se ve a sí mismo siempre apegado a la izquierda y a Nueva York-, ensayando con Albert Finney, Phillip Seymour Hoffman, Marisa Tomei y Ethan Hawke, creando de sus adentros a Charles, Andy, Gina y Hank. Imagino a Lumet cocinando la última lección de un maestro, de momento....


Charles (Albert Finney) en un fotograma de
Antes que el diablo sepa que has muerto

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