28/10/13

La librería Argosy


La librería Argosy de San Francisco no existe. Nunca existió.


Sólo podemos verla en Vértigo.


O leerla en el guión de Samuel Taylor.

INT. LIBRERÍA ARGOSY - AL ATARDECER

Es vieja, huele a húmedo, está llena de libros antiguos, pero lo más importante es que está llena de recuerdos del tiempo de los pioneros de California. En las paredes no sólo vemos viejos mapas que nos son familiares y grabados, sino también, y esto es lo más sorprendente, cosas tales como concesiones de viejas minas, carteles con descripciones de los proscritos buscados por la autoridad, avisos de la Wells Fargo Pony Express. Y en las estanterías, viejas botellas de whisky, cedazos de buscador de oro, y cosas por el estilo.

POP LEIBEL.- Ah sí, ya me acuerdo. Carlota. La hermosa Carlota. La triste Carlota...


Scotty (James Stewart) acude a la librería Argosy con su amiga Midge (Barbara Bel Geddes), que le habló del librero Pop Leibel (Konstantin Shainey) como un experto en el San Francisco del tiempo de los pioneros. (El librero, un memorialista; la librería, un memorial de la ciudad.)


A medida que Pop Leibel va desgranando la triste historia de la bella Carlota, se va haciendo de noche y los personajes... apenas sombras... Fantasmas prendidos en los hilos de una historia.


Hay tantas historias, dice el librero. (Cómo no va a haberlas en una librería.)


El director artístico Henry Bumstead, siguiendo las indicaciones de Hitchcock, recreó en los estudios Universal la librería Argonaut de San Francisco en la Argosy de Vértigo. Robert D. Haines, el librero de la Argonaut, y Hitchcock se hicieron amigos después de sucesivas visitas del cineasta a la librería, y Pop Leibel -el librero de la película- se inspira en el propio Haines. En una bellísima historia de fantasmas como Vértigo no podía faltar el fantasma de una librería.

2 comentarios:

  1. Las bibliotecas son espacios donde lo real y lo irreal es posible, de forma que un niño tenga al alcance de su mano lo mejor de la literatura del mundo -llámese Borges o Monterroso - o donde la persona que se ocupa de ella encamine a otro ser humano por el sendero del conocimiento de la poesía y del amor, como en la bellísima historia de Jack London en Martín Edén (el nombre ya es toda una declaración, sea dicho de paso): el hombre que se ha enamorado de una joven y al que no le vale cuanto ha aprendido en sus negocios y en su numerosos viajes para poder dialogar con ella, enamorarla, aprender a disfrutar con los libros que ella lee y con los que tanto parece gozar. La solución: acercarse la biblioteca y pedir el consejo de la bibliotecaria, que le descubrirá la poesía, la filosofía y tantas otras cosas y saberes que Martin ignoraba y que poco a poco empieza a apreciar y, de paso, a ganarse el corazón de la joven.
    Cuantos hemos crecido en pueblos pequeños no podemos dar suficientemente las gracias por los mundos que descubrimos en las bibliotecas del terruño, que nos abrieron los ojos y la mente a mundos que parecían imposibles y que, por medio de la imagen cinematográfica, se hicieron reales, fueran de Verne, de H. G Wells y de tantos otros. Es por eso que cuando aparece una librería o una biblioteca en una película, aunque no sea muy buena, eso siempre trae una serie de recuerdos entrañables que el tiempo no hace sino acrecentar. El tiempo, a fin de cuentas, forma parte esencial del cine, pero la literatura que es la esencia de las librerías y de las bibliotecas también, y por eso cuando nos sumergimos en un libro el mundo entero desaparece a nuestro alrededor, como lo hace al apagarse las luces de la sala de cine.

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