El último pionero. Así titula Bogdanovich la entrevista con Allan Dwan publicada en su libro Who the Devil Made It - o sea, "¿Quién demonios lo hizo?"-, que aquí se publicó (en dos volúmenes de entrevistas con grandes directores que desarrollaron su trabajo en Hollywood) bajo el título -engañoso y oportunista- de El director es la estrella; una entrevista que, en realidad, viene siendo un resumen de una mucho más amplia que se publicó en 1970 como Allan Dwan: The Last Pioneer en un volumen propio. A esas alturas, el cineasta contaba ya ochenta y cinco años. Se sentía orgulloso y feliz con el libro, regalaba ejemplares a los amigos y se llevó un disgusto cuando se agotó y ya no pudo seguir regalándolo. Bogdanovich escribió en el preámbulo a la entrevista resumida: [Allan Dwan] Formó parte de la historia del cine, seguramente olvidó más de lo que cualquiera de nosotros puede aprender en la vida.
Allan Dwan sobrevivió a Ford, Lang o Walsh; murió el 28 de diciembre de 1981 -el día de los Santos Inocentes, el día del cine (el día de las primeras proyecciones de los Lumiére)-; llevaba veinte años sin rodar una película quien había empezado a ejercer como director en 1911, tres años después de Griffith; ni se sabe cuántas películas hizo: desde luego más de cuatrocientas (no se conservan ni la cuarta parte). Aún vivía Serge Daney para dedicarle el obituario que se merecía el último de los pioneros: Si existiera, la filmografía completa de Allan Dwan ocuparía una página entera de Liberation [el periódico donde publicó el obituario], erratas incluidas. Y más abajo: Fue al principio conocido y respetado, poco a poco marginado, después completamente olvidado, creído muerto, convertido (como Gance) en un vago dinosaurio. Ayudó a Griffith en la realización del movimiento de grúa de Intolerancia (1916); era ingeniero en electrónica y contribuyó a mejorar la iluminación en el cine, y fue de los primeros en montar la cámara en una dolly para seguir el movimiento de los actores; se convirtió en director años antes que Ford, Lang o Walsh.
A la dcha., Allan Dwan; en el centro, Douglas Fairbanks;
a la dcha., Arthur Edeson, el director de fotografía,
durante el rodaje de Robin Hood.
Abajo, el decorado principal.
Fotograma de Robin Hood.
Para Gloria Swanson era, sencillamente, el director.
A la izqda., Allan Dwan; en el centro, Gloria Swanson,
montados en una dolly de los años 20.
Arriba, un fotograma de Manhandled (1924) de Allan Dwan
con Gloria Swanson.
Abajo, un fotograma de Stage Struck (1925),
donde repiten director y actriz.
Durante los años veinte, Allan Dwan era uno de los directores de referencia en Hollywood; en los cincuenta, un artesano afincado en la serie B. Cuando Bogdanovich lo encontró en la segunda mitad de la década de los sesenta, vivía con una pensión de la Unión de Directores en una casita que le había dejado una secretaria suya, junto a una autopista del valle de San Fernando en California; ahorrar nunca fue lo suyo, ni se lo planteó. Vivía para el cine aun cuando casi nadie se acordaba del último de sus pioneros, pero la posteridad le traía al pairo: Casi nunca pienso en el día de mañana, le confesó a Bogdanovich.
Fotograma de Silver Lode (que debería haber enhebrado
Basta ponerle los ojos encima a tres westerns de serie B de los cincuenta para hacerse una idea cabal del genio de Allan Dwan: Silver Lode (Filón de plata, 1954), Tennesse's Partner (El jugador, 1955), las dos espléndidamente iluminadas por John Alton y protagonizados por John Payne, y The River's Edge (Al borde del río, 1957), con una estupenda fotografía de Harold Lipstein. Las tres producidas por Benedict Bogeaus, que contó con Dwan para dirigir otras siete películas, como Ligeramente escarlata (1956), con guión de Robert Bless a partir de la novela de James M. Cain y fotografía de John Alton (repite también con John Payne y Rhonda Fleming, protagonistas de Tennesse's Partner).
Fotograma de Ligeramente escarlata, con Rhonda Fleming.
(Recuerdo como si fuera ayer el día que el maestro llamó
para contarme que, en una aldea del Salnés,
un viejo marinero había bautizado la dorna
con el nombre de la pelirroja.)
Hablé de tres westerns, pero en Silver Lode la atmósfera se va enturbiando con visos paranoides (que permiten una lectura en clave política sobre la caza de brujas que se vivía durante el rodaje de la película: cómo no verla así con un malo -encarnado por el malo languiano de Scarlet Street, Dan Duryea- que se llama McCarthy, y más sabiendo que su guionista Karen DeWolf acabó en la lista negra y no volvió a firmar otro guión) y saltan a la vista resonancias noir y aun del cine de terror (pongamos por caso, La invasión de los ladrones de cuerpos de Don Siegel, otro filme que también invita a ver en aquellos zombis a trasuntos de quienes se obstinan en ver rojos peligrosos por todas partes).
Fotograma de Silver Lode.
Y en The River's Edge, un territorio western -la frontera- se nutre con las tensiones de un melodrama noir; el cine de serie B de los cincuenta era un campo abonado para semejantes mestizajes de géneros y atmósferas.
Dwan conjugaba motivos y figuras genéricas con extrema economía y claridad narrativas, formas límpidas y una puesta en escena elocuente con una marcada atención a los matices; mimando la armonía en la composición, sacando el máximo rendimiento a la dolly (nadie movió la cámara con más naturalidad y fluidez; aquel memorable travelling lateral en Silver Lode, siguiendo a John Payne que busca refugio en las calles del pueblo ante el ataque de la banda de Dan Duryea) y colmando el espacio de potencia expresiva (es decir, para que cada espectador lo construya en su imaginación; contó con un colaborador excepcional en la dirección artística, el gran Van Nest Polglase, que había colaborado con Welles en Ciudadano Kane, por citar sólo un ejemplo, claro que definitivo para valorar su talento): es como si Godard pensara en el director de Ligeramente escarlata cuando definió el espacio como el tiempo que necesitas para ir hasta otra persona.
Fotograma de Tennesse's Partner.
Fotograma de The River's Edge:
ah, ese maravilloso encadenado con el fuego ardiendo
en el corazón de Ray Milland (cuando ve que
jamás podrá amar como ama Anthony Quinn a Debra Paget).
Pero si tuviera que elegir (sólo) una película me quedaría con The River's Edge, una maravilla de sencillez y concisión, de abstracción y transparencia, quizá la (última) gran lección de cine del maestro subterráneo.
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