4/10/13
Un libro (de cine) raro
Llevaba años sin ver una película de Sirk. En las últimas semanas vimos tres: Escándalo en París (1946), Escrito sobre el viento (1956) y Ángeles sin brillo (1957).
No voy a llevarle la contraria a quienes consideran a Douglas Sirk un maestro del color en el cine -lo es, como Renoir, Ray, Minnelli, Kurosawa o Godard-, y Escrito sobre el viento -iluminada por Russell Metty (un artista también del blanco y negro, basta recordar Sed de mal de Welles)- representa una prueba ejemplar de su magisterio.
Pero las películas suyas que prefiero son en blanco y negro: Ángeles sin brillo, con un bellísimo blanco y negro en scope, iluminado por Irving Glassberg.
Y Escándalo en París, donde aparece acreditado como director de fotografía Guy Roe, pero todo indica -y Sirk así lo recuerda- que fue iluminada por el gran Eugen Schüfftan (el director de fotografía de Los ojos sin rostro de Franju o de Lilith de Rossen).
Tampoco se me ocurre rebatir la condición de Sirk como maestro del melodrama, basta ponerle los ojos encima (otra vez) a Escrito sobre el viento y uno no puede sino quitarse el sombrero (me lo quito), pero, si de melodrama se trata, me quedo con Ángeles sin brillo.
Y no es sólo un director de melodramas -o no debería ser recordado sólo por Obsesión (1953), Sólo el cielo lo sabe (1955) o Imitación a la vida (1958)-, bastaría Escándalo en París -una película al margen del melodrama (y aun al margen de los códigos genéricos, aunque pueda pasar por una comedia sui generis)- para apreciar esa vena mozartiana, que uno lamenta no cultivara -o tuviera oportunidad de prodigar- más; tampoco es una razón menor para gustarnos tanto esta película (tan olvidada como poco conocida) que al protagonista, Vidoq, ese ladrón y fullero que acaba como jefe de policía de París a principios del XIX, lo encarne un actor (siempre espléndido) como George Sanders, razón más que suficiente (siempre) para ver una película y disfrutarla; y un disfrute añadido: era la primera vez que veíamos Escándalo en París.
Ahora viene a cuento un flashback, o mejor un flashback doble. En junio de 1991 pasamos unas horas con Antonio Drove, al que enredamos -aprovechando que impartía un curso en O Ferrol- en un encuentro con los alumnos de la primera promoción de la EIS de A Coruña. Hacía más de diez años que había estrenado La verdad sobre el caso Savolta (adaptación de la novela de Eduardo Mendoza) y habían pasado cuatro desde El túnel (adaptación de la de Sábato). Era de esos directores dignos de ese nombre que hubieran merecido productores ídem. A esas alturas ya intuíamos que a un tipo como él le iba a resultar más que difícil rodar otra película; dirigió aún uno de los episodios de La huella del crimen y otro de Crónicas del mal, pero murió en 2005 sin haber rodado otra película. Pero nosotros lo que quisimos agradecerle de corazón fue la serie Directed by Douglas Sirk, una soberbia lección de cine que se emitió desde finales de 1982 (en el programa Cineclub de la 2 de TVE) acompañando un ciclo de quince películas del director de Ángeles sin brillo, una serie montada a partir de una conversación -profunda, fluida, intensa- entre Antonio Drove y Douglas Sirk. Creo que fue el mejor programa de este tipo que haya realizado nunca la televisión pública, una entrevista digna de figurar en la mítica serie Cineastas de nuestro tiempo creada por André S. Labarthe y Janine Bazin. En realidad no es que fuera el mejor programa de ese tipo, es que fue un programa único, extraordinario... anormal. Raro. Tanto que no hubo otro. Tanto que ni siquiera lo editaron en dvd. Tanto que el único documento que queda es Tiempo de vivir, tiempo de revivir. Conversaciones con Douglas Sirk, el libro de Drove publicado en mayo de 1995 por la Filmoteca de Murcia, un libro (con prólogo de Víctor Erice y epílogo de Miguel Marías) que deviene un perro verde de la literatura cinematográfica en estos pagos. Un libro que conjuga memoria, duelo, confesión, cinefilia y epifanía en torno a (y como umbral de) la conversación de Drove con Sirk. Un libro en carne viva. En fin, un libro también anormal. Raro también. Lo releí al compás de Escándalo en París, Escrito sobre el viento y Ángeles sin brillo como un tributo al cineasta que nos deparó el magisterio de Douglas Sirk (cuando uno más lo necesitaba).
Cuando Drove -en unas condiciones físicas y emocionales lamentables- llega a la casa de Sirk en Lugano el 23 de junio de 1982 y le entrega la lista de las quince películas del ciclo que le va a dedicar TVE, el cineasta alemán advierte con desilusión que no figura Escándalo en París, y su mujer, Hilde, una actriz con la que había montado en Alemania obras como La ópera de cuatro cuartos de Brecht y Kurt Weill, apostilló: Pues es su mejor película. La cosa parecía que no podía empezar peor. Sirk se echó a reír: Digamos que una de las menos malas. De hecho era una de sus películas favoritas. También era una de las preferidas de Drove. Y, sobra decirlo, hablaron de Escándalo en París.
Hablaremos de Encándalo en París. Y más.
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Por desgracia, y por edad también, no pude ver el ciclo de películas de Sirk con las entrevistas con Antonio Drove, y bien que lo siento, porque todos quienes sí las vieron me hablan maravillas. Eso sí, he visto las películas del director alemán siempre que he podido, y tengo que reconocer que varias de ellas gracias a RTVE, quien durante unos años increíbles, y que hoy más que nunca parecen imposibles de repetir, nos ofreció la posibilidad de ver cine de todos los países y de todos los tiempos ( recuerdo los ciclos de cine mudo de Lubistch, de Walsh o Dwan - entre una colección creo que de algún gran aficionado que había guardado o conseguido películas estupendas).
ResponderEliminarDe todas formas, volviendo a Sirk, no quiero olvidarme de su paso por el cine de aventuras en El capitán Lithgfoot, con el mismo Rock Hudson con el que tantos éxitos cosechó en los melodramas que hicieron famosos tanto a la estrella como al director. Ni mucho menos de esa obra excelente de cine negro que es El asesino poeta(Lured, en su título original), en la que podemos ver también a George Sanders -ese actor por el que tantos sentimos predilección -. Ahora bien, no voy a negar que a mí me gustan los melodramas de Sirk, como a Rainer Werner Fassbinder, ese director alemán que soñó un día con ser un nuevo Sirk (al que admiraba profundamente), para que finalmente un director español llamado Almodóvar aspirase a ser una mezcla de ambos, sin acercarse ni de lejos, pero esto ya es una opinión personal a propósito de un hombre que está claro que no confía en su propio medio de expresión, puesto que siempre hay alguien que tiene que estar explicando en sus películas lo que tendría que ser capaz de mostrar únicamente con sus imágenes y sonidos. A mi modo de ver, y con esto acabo, la mejor de las películas de Sirk -y lo digo sin haber visto Ángeles sin brillo, que me han asegurado que está entre lo mejor del cineasta afincado en Hollywood - es Tiempo de amar, tiempo de morir. Las razones serían muy largar para explicarlas aquí, pero tal vez algún día lo haga, sea en alguna revista de internet o mi blog o en alguna otra parte.