13/10/12

Clavada en el alma


Alguna vez imaginé la película de mi vida como un libro de imágenes, enhebrando fotogramas clavados en la memoria. Un fotograma por cada película inolvidable. Un fotograma con el código genético de cada película que nos ha puesto la mirada encima con la intimidad de un ángel de la guarda. Un libro de horas iluminado por los fotogramas que amojonan la memoria del cine para alumbrar las noches de los adentros.Y poder así demorar la mirada en esas imágenes que son un visto y no visto en el cine. Como este fotograma de Campanadas a medianoche con Falstaff y Doll. Con Orson Welles y Jeanne Moreau.


Cada vez que se evoca Campanadas a medianoche se menciona la batalla de Shrewsbury. Esa secuencia creada por Welles en la moviola a partir de unas tomas rodadas con un diseño muy preciso para disimular las penurias de la producción pero sobre todo para transfigurarlas en un poema cinemático -visual y musical-. Una costura fílmica de casi cuatrocientos planos en menos de siete minutos.

Orson Welles dirige la secuencia de la batalla 
en Campanadas a medianoche 

Y cómo no rendirse a tan desbordante despliegue de genio, a esa mirada excesiva donde los planos devienen brochazos, trazos, gestos pictóricos; y lo fílmico, materia plástica; un sincretismo de figuración y abstracción, una alquimia sinestésica: se respira, se huele, se palpa la batalla. Una lección de montaje, suele decirse; pero sobre todo una lección de cine.





Pero uno se queda con Doll y Falstaff. Con Jeanne Moreau y Orson Welles. Con el deseo intacto y la impotencia de un viejo que se despide de un mundo que ya no es el suyo, llevándose el tacto de la piel y la luz de unos ojos de los días venturosos, alejándose ya de las delicias de la mesa y de la carne, confundiéndose ya su sombra con el olvido venidero.






Bastaría esta escena que destila melancolía con la belleza del ocaso para colmarle a Welles una larga espera para rodar su Falstaff. Treinta y cinco años. Campanadas a medianoche. La última película mayor de su filmografía, aunque luego vengan aún -en palabras de José Luis Guarner- maravillosas miniaturas como Una historia inmortal -con Jeanne Moreau por última vez- o Fraude, pongamos por caso. Campanadas a medianoche fue su testamento cinematográfico, la elegía primordial de un cineasta demasiado grande para un reino del cine con monarcas de miras menguantes. Como su Falstaff.

Orson Welles en el rodaje 
de Campanadas a medianoche

Orson Welles tenía quince años cuando concibió la idea de enhebrar varias obras de Shakespeare con el hilo de la amistad (o mejor, amor paterno-filial) entre el vividor Falstaff y el príncipe Hal -futuro Enrique VI- bajo el título de Five Kings. Y el 27 de febrero de 1939, cuando aún no había cumplido los 24 años, la pone en escena en el Colonial Theatre de Boston y se reserva el papel de Falstaff. Iba  a ser la última producción teatral del Mercury Theatre, la compañía de Welles. Todo un espectáculo -complejo y ambicioso (cómo si no tratándose del joven Orson)- en un escenario giratorio y a lo largo de cinco horas, donde refundía  Ricardo II, Enrique IV -primera y segunda parte- y Enrique V al estilo Welles, o sea, cortando y pegando retales de las obras y montándolos como le convenía en torno a la amistad del joven príncipe y el viejo caballero.

Boceto del decorado de la calle de Londres, 
con el palacio y la taberna, en Five Kings 

Después de Boston continúan la gira en Washington y Filadelfia. Las críticas aplauden las cualidades cinematográficas del montaje, en particular la batalla de Shrewsbury que se representa ante un único árbol desnudo en una tierra de nadie enfangada. Pero el montaje tiene escaso éxito de público y la gira acaba. Unos meses después, en julio, Welles firma el famoso contrato con la RKO con carta blanca para hacer la película que quisiera y con el derecho al final cut; el derecho que le habían arrebatado a Stroheim en fecha de infausta memoria y, de paso, a cualquier cineasta venidero; hasta ese mes de julio de 1939 cuando Welles lo recobra; como es sabido, de forma efímera. Pero Welles no se había resignado al fracaso de la gira de Five Kings y le cuesta abandonar el proyecto, y durante años conserva los decorados de James Morcom y el vestuario de Millia Davenport en un almacén a la espera de la ocasión propìcia para resucitar el montaje. Y esperará más de veinte años, hasta que el 13 de febrero de 1960 estrena con el Gate Theatre de Dublin una versión reducida de Five Kings, donde se eliminan casi todos los fragmentos de Enrique V y se añaden algunas réplicas de Las alegres comadres de Windsor, pespuntado la historia un narrador que leía en escena fragmentos de las Crónicas de Inglaterra de Raphael Holinsted; un montaje en el que cobraba aun más relevancia ese hilo conductor que se anuda en la elección del principe Hal entre los valores que representa  Falstaff  y las exigencias del ejercicio del poder. El montaje dublinés llevaba por título Campanadas a medianoche.

Orson Welles se dibuja en 1955 viéndose  por primera vez 
ante el Gate Theatre de Dublín, en octubre de 1931. 
Tenía dieciséis años.   

Sobra decir que Orson Welles era Falstaff y un joven actor llamado Keith Baxter encarnaba al principe Hal. Críticas elogiosas, unas pocas semanas en cartel y otro fracaso comercial. Aun así, Welles no se desanima y, quizá alentado por su descubrimiento, le cuenta a Keith Baxter que ese montaje no era más que un ensayo para la película que tiene en cartera pero que no la rodará si el joven actor no hace el papel del príncipe Hal; no puede imaginar a otro en ese papel.


Welles pasará cuatro años intentando levantar Campanadas a medianoche, hasta que en el verano de 1964 Emiliano Piedra se compromete en el proyecto. Había pasado más de media vida soñando la película que la cifraba por entero, con el papel que retrataba al cineasta y al hombre que era.  Los franceses lo vieron muy bien cuando cambiaron el título de Campanadas a medianoche por el de Falstaff y lo mostraron tal cual, como Orson Welles con el vestuario del personaje pero con un habano encendido en la mano. Como un niño orondo que sigue jugando con el cine, como el más maravilloso tren eléctrico. Falstaff, Welles: tal para cual.


Entremedias rodará El proceso (1962), su primera película con Jeanne Moreau.



No podía imaginar otra Doll Tearsheet en Campanadas a medianoche. Para Welles era la mejor actriz del mundo.

Jeanne Moreau y Orson Welles 
en el rodaje de Campanadas a medianoche

El próximo 1 de febrero se cumplirán diez años de la XVII Ceremonia de los Premios Goya. Esa noche Jeanne Moreau apareció en el escenario para entregar el Premio a la Mejor película europea. Y nadie se puso en pie. Ni siquiera la recibieron con una ovación. Sólo aplausos protocolarios. A uno, televisión mediante, se le caía la cara de vergüenza (ajena). Ángeles aún recuerda la incredulidad de uno, primero; luego, los improperios, y enseguida las blasfemias. Desde aquella noche quedó claro que no tenía nada que compartir con ninguno de los presentes en la sala. A juzgar por los asistentes podría pensarse que forman el gremio con el culo más pesado que pueda imaginarse. Pero ni así cabe justificación. Más bien cabe suponer que viven del cine pero no lo aman.O lo ignoran, no sé qué será peor. Sólo así se explica el comportamiento de quienes no supieron darle el merecido homenaje a una de las mujeres que mejor han iluminado la pantalla desde hace medio siglo. Con esa Doll, pongamos por caso, que escala la panza de Falstaff para abrazar al último hombre de un mundo que se acaba.


En la película que Orson Welles llevaba clavada en el alma. Campanadas a medianoche. La película de su vida. Y de su ocaso. Como cineasta. Como hombre.


Continuará, faltaría más.


(Las fotografías del rodaje de Campanadas a medianoche son obra de Nicolas Tikhomiroff.)

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