Este cartel de los hermanos Stenberg para Las ruinas de un imperio (1929) de Friedrich Ermler sirve como pórtico a la primera entrega dedicada a los carteles de cine, que iremos acercando con periodicidad mensual (mientras dure la cuerda) y evitando repetir (en tanto la memoria se porte) aquéllos que ya han ilustrado entradas de esta escuela.
Coleccionar carteles de cine, colgarlos en las paredes para que nos acompañen, representa quizá una forma de sortilegio para mantener vivo el cordón umbilical con el niño extasiado que fuimos ante el preludio de nuestra cita con la oscuridad.
Para aquel niño, el cartel de una película avivaba el sueño de verla y despertaba el caudal sensitivo para soñarla mientras llegaba el domingo, y lo consolaba si no la podía ver. La película iba cobrando forma en un palimpsesto de miradas y, cuando la veía, llovía en unos ojos ya sembrados y abonados.
El cartel de una película resulta una aleación sensual de tipografía e imagen, de gesto visual y texto, de palabra y forma. Letras que se ven y figuras que se leen. Idea estampada y voz iluminada. Movimiento inmóvil. Una aldaba para los ojos. Hilo de sueños. La promesa de una vida en sombras. Clamoroso silencio. Una llamada de la noche.
El cartel de una película (nos) dice siempre "ven y mira".
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