2/3/12

Un laberinto moral


Cada vez que me veo impartiendo unas clases de guión, además de obligar a los alumnos a ver "viejas" películas como El apartamento y El verdugo -porque parten de guiones magistrales (y por una cuestión de militancia, lo confieso, porque son películas en blanco y negro)-, procuro sugerirles también algunas películas recientes. Para que no se diga. Como esta semana les recomendé Nader y Simin, una separación (2011) de Asghar Farhadi, por qué no hacerlo también aquí -me apunta Ángeles- si se trata de una de las películas más intensas que hayamos visto en las últimas semanas. Porque articula los recursos estructurales -palabras mayores- del guión de forma ejemplar: dosifica con gran inteligencia (dramatúrgica) la información -qué sabemos, que ignoramos-, selecciona con astucia  las elipsis -qué vemos, qué se nos oculta- y administra con ingenio el punto de vista -quién ve qué-, tejiendo una red de sospechas que convierte la incertidumbre del espectador en el nutriente esencial de la trama. Y hasta le acaban de dar un óscar. Hay que ver.


No tiene nada de extraño que el óscar a la mejor película "de habla no inglesa" haya ido a parar a esta película iraní. Hollywood reservaba en tiempos esa categoría para emblemas de otro cine: Bergman, Fellini, Buñuel... Ahora los tiempos son otros, son los tiempos de películas poca cosa, por bonitas que sean, como The Artist, o de premiar el guión de una película muy menor de Woody Allen, por Woody que sea, al que no se lo dieron por obras maestras -guiones y películas- como Delitos y faltas, Maridos y mujeres, o Balas sobre Broadway. Desde luego la película de Asghar Farhadi es otro cine pero sólo porque no la producirían en una fábrica de sueños cada vez más infantilizados -sueños que ya no merecen ser soñados (ni siquiera por los niños)-; otro cine (iraní) sería, pongamos por caso, el de Kiarostami. Pero uno se alegra, porque quizá ese óscar empuje a los espectadores a ver Nader y Simin, una separación que, sin ser otro cine -tampoco hay que exigírselo-, se trata de una película con los ingredientes del mejor thriller -y aun del mejor thriller clásico- y se despliega ante nosotros con una trama poderosa que muy pronto despierta nuestra empatía, nos atrapa con la tensión y nos anuda a la pantalla con la angustia de esos dilemas morales tan sencillos de enunciar como complejos de resolver. Nader y Simin, una separación es un estupendo -duro, áspero y desgarrado- thriller moral (cualquier thriller debería serlo, pero en los tiempos que corren y con tantos ídem banales, adjetivarlo de moral no resulta una obviedad). Y una película de ésas donde los espectadores se quedan hasta que pasa el último de los créditos finales, por si las moscas.


El personaje que encarnaba Jean Renoir en su película La regla del juego decía que lo más complicado de este mundo es que cada uno tiene sus razones. De las razones de cada cual extrae Nader y Simin... la fuerza de un relato que nos arrastra a través de la empatía con cada uno de los personajes, una empatía que deriva de lo que les vemos hacer, de lo que se nos muestra, y se nos muestra con tal cercanía que lo que se nos oculta -los (sabios) agujeros de la historia- devienen centros de gravedad de la trama cuyo corazón delator es la conciencia, los cargos de conciencia, donde se conjugan los motivos religiosos, la condición de la mujer en la sociedad iraní y los conflictos de clase. Una empatía, en definitiva, que se genera en el temor por las consecuencias que atemorizan a los personajes. La angustia que sentimos por ellos germina en las razones y los miedos de cada cual. Y la complejidad de sus decisiones constituye el más significativo índice del realismo de la película, más allá de la ausencia de música -de score- hasta los créditos finales o la cuidada dirección de fotografía de Mahmoud Kalari -el mismo de El viento nos llevará de Kiarostami-; la atmósfera realista aflora desde el interior del relato que desprende la certeza de que ninguna de esas decisiones resulta fácil, todas tienen doble filo y todos se acaban cortando.


Paradójicamente, no se favorece la identificación con los personajes, porque nunca podemos estar completamente seguros, la sombra de la duda (quizá deberíamos escribirlo en plural) no deja de planear sobre nuestra empatía, una empatía que, sin embargo, nunca dejamos de experimentar. Y mantener vivas a un tiempo la empatía y la duda representa el mayor logro de Nader y Simin... Y de Asghar Farhadi.  

Asghar Farhadi en el rodaje de Nader y Simin...

Eric Rohmer decía que nunca se miente lo suficiente en el cine. Porque el cine es un medio especialmente propicio para auscultar las mentiras, pero también  porque no hay información tan privilegiada para el espectador como saber que un personaje miente. Y qué decir del desasosiego que produce el temor de que un personaje, por el que se ha despertado nuestra empatía -y simpatía-, va a ser desenmascarado. En fin, pocos recursos tan rentables como la mentira. Pues bien, no es que en Nader y Simin... se mienta lo suficiente, sino que hace de las mentiras el motor de la trama -y del suspense-, porque todos los personajes mienten... en legítima defensa. En realidad, la separación de Nader y Simin es sólo el contexto de una trama:, que arranca cuando Simin se va a vivir con su madre y Nader contrata a una mujer para cuidar a su padre con Alzheimer, una mujer que no puede contarle a su marido que trabaja en casa de un hombre y que se queda sola con otro, aunque sea un enfermo... No contaré más.


Sólo apuntaré un juego de simetrías, digamos educativo: la hija de Nader, que sigue viviendo con su padre,  y la hija de la mujer que cuida del viejo enfermo, testigos de las mentiras de los adultos y aprendices de las reglas de juego de una sociedad -y un estado (político)- hostil con las mujeres.


Nader y Simin... denota lo social con elocuencia pero sin subrayados, a través de la construcción dramática de un thriller que se nutre de ocultaciones, y que sitúa al espectador como juez de los actos de los personajes -¿quién dice la verdad? ¿quién miente? ¿por qué?-; en ese sentido, podríamos hablar de Nader y Simin... como un thriller judicial. Pero los espectadores acabamos dimitiendo de la función que nos asigna la película, abrumados -y angustiados- por las dudas (de la razón) y las razones (de la duda): no podemos juzgar a los personajes, sólo compadecerlos. Porque los comprendemos. Que una película apele con sobradas razones a las dudas -y a las razones de las mentiras- frente a los dogmas en una sociedad -también la nuestra- propensa a las certezas consoladoras nos confirma el carácter adulto de Nader y Simin, una separación. Razones, dudas y mentiras que cobran visos de un laberinto moral, como el crítico inglés Nick Roddick definió este filme de Asghar Farhadi. Tan humano. Y aun demasiado humano.

3 comentarios:

  1. Parece que Robert Mckee te ha leido el pensamiento... Habla hoy de esa película en una entrevista de El País. Habrá que verla. Un saludo.

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  2. El director decía estos días que, tras varias películas con vocación de funcionar fuera de su país, esta la había hecho pensando sólo en el mercado doméstico. Me encantó el dato.

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  3. A mí me resulta espectacular el equilibrio de la focalización de los personajes sin que se pierda la esencia de la historia. La identificación se hace casi imposible, ya que no hay buenos ni malos. Ni en valores absolutos, ni en valores relativos. Habrá mucha gente acostumbrada/necesitada de buscar/encontrar rápidamente esta empatía con el personaje bueno (o antipatía con el malo), al que la película no sólo le chocará, sino que le resultará incomoda. Depende de qué tipo de espectadores, a veces resulta muy difícil digerir un punto de vista que no plantea versiones, sino propuestas. A mí me pareció magistral el manejo de esta tesitura. Para mí la mejor película de 2011.

    PD: Más que un thriller judicial, yo diría que se trata de un thriller emocional.

    Saludos.

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