Militante comunista en la organización revolucionaria de la extrema izquierda italiana Lotta Continua, obrero de la Fiat, albañil, mozo de almacén, camionero, alpinista... Bastaban estos mojones biográficos para incluir a Erri De Luca en las vidas ejemplares de hace tres años, pero me alegro de haberlo olvidado entonces para acercarlo ahora con razones recientes, con el tacto de su escritura a flor de piel, un tacto de herramienta para ver más claro y más adentro las cosas primordiales. Erri De Luca nació en Nápoles en 1950 y se arrancó de allí (como un diente de una encía, dice) cuando no había terminado el bachillerato, sus únicos estudios convalidados; aprenderá idiomas por su cuenta, el hebreo o yiddish, y traducirá al italiano algunos libros de la Biblia, que sigue leyendo cada madrugada para esperar la luz del nuevo día con las palabras sagradas en la boca; no es creyente, o mejor, ya sólo cree en las historias: la profesión de fe de un gran escritor. Y escribe libros breves como cristales primorosamente tallados.
Me acerqué por primera vez a la obra de Erri De Luca en 2004 con Montedidio, después de leer una entrevista publicada en El País. El periodista trataba de tirarle de la lengua al escritor sobre sus actividades políticas; en el fondo; quería saber en qué creía el viejo militante de Lotta Continua, es decir, un revolucionario derrotado. Escucha que Erri De Luca sigue yendo a las manifestaciones aunque sabe que no sirven para cambiar el mundo, como cuando se trasladó a Belgrado para vivir bajo las bombas de la OTAN en 1999, porque no soportaba estar en un país (vive en una casa construida con otros albañiles, compañeros de obra, en las afueras de Roma) que bombardeaba ciudades (lo considera el acto terrorista por excelencia). El periodista ve el momento de preguntar con mordiente: "Entonces [...], ¿no se puede hacer nada para cambiar la dirección de la historia?" Diríase que la respuesta de Erri De Luca llega desde muy lejos, desde la noche de los tiempos: ¿A usted le parece que se puede hacer una pregunta como esa? Estoy aquí charlando tranquilamente con usted y me pregunta qué se puede hacer para cambiar el mundo. Eso no es de buena educación. Esas palabras me dieron razones de sobra para leer a Erri De Luca. También saber que aún se siente vinculado con aquéllos compañeros que siguen en las cárceles y concernido por un compromiso del que sólo se sentirá liberado cuando el último de los presos de su generación política salga en libertad; leal a las razones de aquel tiempo, porque quiere pensar que aquel joven revolucionario puede reconocerse en el hombre que es ahora.
La semana pasada leí otra entrevista con Erri De Luca -con motivo de la publicación de su último libro Los peces no cierran los ojos- en la que se describe como un hombre con cara de cartón de embalar. Una de esas entrevistas que da gusto leer, porque devienen un retrato de escritor en el aquel de auscultar el latido del hombre en el autor, de la vida en la escritura. De esas que te empujan a salir en busca del libro, pero -no es la primera vez- Los peces no cierran los ojos aún no había llegado a las librerías. Lo encontré el jueves y lo leí el viernes, como se degustaban los primeros helados de la infancia, despacito, saboreando cada frase, prolongando el placer, haciendo durar la felicidad de sus breves ciento veinte páginas, que estiraba con pausas gozosas levantando los ojos, lavados por las lágrimas más de una vez, para que se remansaran en un abedul casi tan reciente como el libro y en un Atlántico casi tan viejo como el mundo, nunca vistos con tanta claridad.
Napoles en los años cincuenta.
Fotografía de Mario Cattaneo
La escritura de Erri De Luca desnuda las frases hasta el tuétano para decantar la memoria fermentada con una transparencia que sabe a manantial. Mis historias proceden de recuerdos repentinos. Tiendo a olvidarlo todo, y cuando me brota algo de la memoria me apetece hacerlo durar. La mejor manera de que dure es escribir... Sabe de sobra que recordar es inventar, acercar experiencias, propiciar encuentros entre el hombre que somos y el niño que fuimos, enfocar las horas germinales. Me da vergüenza inventar. tal vez por falta de imaginación, pero, sobre todo, porque me parece un abuso de confianza. Por eso vuelve a aquel niño de diez años enhebrando el hilo del tiempo con frases como relámpagos. Estallidos de luz del pasado que resuenan en el presente pespuntados por voces que transitan a flor de agua por el río de la memoria para amojonar lo vivido.
Lo poco de un verano de hace cincuenta años, encuadrado por la longitud focal de la distancia, se agranda. No sólo desde la cima de una montaña, también al microscopio se divisan horizontes.
Frases como cristales para fijar las imágenes de un escritor que encontró en el cine una escuela de la mirada:
El cine italiano de posguerra me enseñó a mirar, por lo menos cuanto las voces de las mujeres de Nápoles me enseñaron a permanecer a la escucha. Lo han llamado por aproximación Neorrealismo, pero era visionario. Narraba los desconocidos, arrollados por un siglo entusiasmado ante la mecánica. El acero, la luz eléctrica, los aeroplanos, la irrupción de las multitudes en la historia: hacía falta una fiebre para encuadrarlo todo. [...] Así era aquel cine, fulminaba el instante como una visión, hermana de un verso de poesía más que de una frase en prosa.
En aquellas salas me abrasaba los ojos, tosía los humos ajenos y, sin embargo, me hallaba en una multitud de enmudecidos que por primera vez se veían a sí mismos en la pantalla, junto a la fragancia de los dialectos.
Tutti a casa (1960) de Luigi Comencini
evocada por Erri De Luca
en Los peces no cierran los ojos
En el cine aprendía por absorción, recuerda Erri De Luca, rumiando las imágenes impresas en la memoria. He amado mucho ese cine, como espectador puro. Un modo de ver que sólo se enseñaba en la escuela de los domingos.
Erri De Luca escribe corto con filo cortante para abrir la piel tierna de la infancia y arrancar destellos en el pedernal del dolor de crecer, para destilar la experiencia con iluminaciones líricas y transfigurar la memoria en presencias de fantasmas olvidados en las revueltas del tiempo.
Las historias de mamá, acompañadas por su voz enojada, divertida, grata en cualquier caso a su juventud, hacía que se me pasaran los dolores. Me olvidaba incluso de existir, cuando ella relataba. Era un saquito vacío que se llenaba con el aliento de las historias. Cuando se cansaba, se interrumpía bruscamente, "Ya está bien", y la bolsita de papel acababa estallando con estruendo. Y volvía yo.
Erri De Luca fotografiado por Piergiorgio Pirrone
Las páginas de Erri De Luca se paladean como las cosas primeras que se quedan con nosotros para siempre, como aquella hora en la boca que la memoria nos devuelve como una epifanía. Cuando termino Los peces no cierran los ojos se lo pongo en las manos a Ángeles, como quien entrega una candela para iluminar los desvanes de la memoria; como dice uno de los personajes de Montedidio, no para ahuyentar la oscuridad, sino para transfigurar las sombras, con la humilde llama de una palmatoria, en amigas de nuestra noche del alma.
deixo uns links... como é habitual
ResponderEliminarErri De Luca canta a Genova "Ballata per una prigioniera" http://youtu.be/OB1mfDKIxz4
texto>>> http://www.antiwarsongs.org/canzone.php?id=3775&lang=it
Erri De Luca racconta l'immigrazione da Lampedusa
http://youtu.be/gPEmvU3R_i0
texto aquí: http://blog.libero.it/ArteNetBac/7512480.html
"la fragancia de los dialectos"...Yo tambíen voy a buscar el libro y no voy ahora mismo porque todavía no somos chinos y no habría nada abierto. Un abrazo muy agradecido, Daniel.
ResponderEliminarEntro con gozo en La Escuela de los domingos, tras ocho fantásticas sesiones en la escuela de Voz Audiovisual.
ResponderEliminarGracias, Daniel, por lo pasado y lo que vendrá.