29/1/17

Entre susurros


Revisando los primeros textos publicados en esta escuela, compruebo que hace casi ocho años prometí contar una lección (de dirección) de Víctor Erice a propósito de una escena de El espíritu de la colmena, y después de haber escrito unas diez entradas sobre la película (un hilo cardinal de la escuela), el cuento sigue pendiente, así que ya era hora de cumplir lo prometido.


El contexto de aquella lección lo referí aquí en más de una ocasión, el curso impartido por Erice en la EIS de A Coruña entre el 11 y el 15 de julio de 1994, El cine como experiencia de la realidad. La escena, la conversación de las niñas, cada una en su camita, de noche, después de haber visto El doctor Frankenstein (1931), de James Whale; aunque, en el caso de Ana, sobre todo, se trata de una de esas películas que han visto su infancia.


La contemplación de la película del monstruo suscita en Ana las preguntas primordiales sobre la vida y la muerte, que resuenan en las preguntas que le susurra a su hermana Isabel en la noche -¿Por qué el monstruo mata a la niña y por qué luego lo matan a él?-, y esa conciencia le causa una herida (la de los aprendizajes cardinales) que le va a permitir crecer, madurar, descubrir. Ir al encuentro del misterio (ese camino interior cuyas huellas transita El espíritu de la colmena). El cine -la película de Whale- deviene así una experiencia fundacional, un factor de revelación para aquella niña encarnada por Ana Torrent.


Cuando asistí al curso de Erice, había visto El espíritu de la colmena veinte veces por lo menos (me la sabía de memoria), y al segundo día, como él no la traía a colación, le hice una pregunta concreta, la que me había hecho una y otra vez cada vez que le ponía los ojos encima a la escena de la conversación de las niñas tras la sesión de cine: ¿cómo había hecho para rodar algo así?  Erice se quedó en silencio. Durante unos instantes temí que fuera a soslayar la pregunta. Insistí aludiendo al milagro que había capturado: las niñas hablaban entre susurros, parecía que las voces iban a ser devoradas por el silencio, estaban a punto de quedarse dormidas, el más mínimo ruido le encogía el corazón a Ana, la noche se preñaba de presagios... ¿Cómo fue posible lograr todo eso con unas niñas? Y no se trataba sólo de un milagro de dirección; incluso desde el punto de vista técnico, la toma de sonido resultaba un verdadero prodigio. El cineasta continuó en silencio un tiempo. Yo había decidido no insistir más. Entonces empezó a hablar... de su encuentro crucial con Ana. Con Ana Torrent. Erice tenía una lista de colegios de Madrid que debía visitar en busca de las niñas protagonistas de El espíritu de la colmena.
El primer día empecé por un colegio mixto que no estaba lejos de mi casa. Había hablado ya con la dirección y llegué a la hora del recreo. Los niños y niñas estaban jugando en el patio. Me fijé en una niña que jugaba sola. Le pregunté si conocía a Frankenstein y ella me contestó. "Claro que lo conozco, pero todavía no me lo han presentado". Y me habló del monstruo como si fuera un ser real, cotidiano, con el que uno se podría tropezar en cualquier momento. Aquella niña era Ana Torrent.   
Erice con Ana Torrent en el rodaje 
de El espíritu de la colmena.

A mediodía, Erice volvió a la productora y anunció que ya tenía a la niña de la película, a la protagonista. Primero se lo tomaron a broma, luego empezaron a pensar que era rarito (ya durante el rodaje confirmaron que era raro, y aun raro raro). Los dioses lares del cine acaban de hacerle un regalo y una faena. Para tranquilizar al equipo siguió buscando niñas, pero ya sabía que Ana Torrent era su protagonista, tenía la convicción de que encarnaba el modelo interior de personaje con el que había convivido durante la escritura del guión. Y para Erice la encarnación es la manera de hablar de algo que escapa a la consciencia o la razón en el proceso de realización cinematográfica:
Entre la idea y su materialización discurre la cuestión decisiva de la forma, la manera que el cineasta tiene de encarnar sus ideas.

Y ya puestos, de qué forma se dirige a unas niñas. Si hasta aquí sigo -y cito- los apuntes de aquel curso de Erice en la EIS, cito ahora las palabras del cineasta -por un aquel de fidelidad y pormenor- en un encuentro celebrado en Valencia el 7 de mayo de 2004 (declaraciones recogidas en El espíritu de la colmena... 31 años después, editado por la Filmoteca valenciana):
¿Cómo orientar la interpretación de unas niñas de seis y siete años de edad, que son las protagonistas absolutas de una película. Respecto a esta cuestión quizás existan tantos métodos o procedimientos de actuación como directores. Pero, en fin, lo que yo hice en este caso fue crear, sobre todo, un ambiente. En la habitación donde las niñas pasaban la mayor parte del tiempo exigí al equipo de rodaje el respeto de una serie de pautas. En ese espacio reinaba siempre la luz artificial de los proyectores, ya que en todas las ventanas creamos cámaras oscuras para no tener que depender de las oscilaciones de la luz exterior. Propuse a los técnicos que, en ese lugar, todas las palabras que cruzáramos entre nosotros fueran dichas en el mismo tono que las niñas daban a sus diálogos, en un susurro, como si estuviéramos en la iglesia. A la vez, nuestros movimientos debían ser sigilosos, como si temiéramos molestar a alguien. Este ritual incluía también, como ya he apuntado antes, el efecto de la luz, muy determinante; es decir, en la calle ya podía ser de día que allí dentro era noche cerrada. En definitiva, que ese espacio parecía estar situado fuera de la realidad. Las niñas lo percibían de una manera inmediata. Ya podían estar brincando en el jardín que, en cuanto llegaba el momento de rodar, al entrar en el set percibían enseguida la atmósfera que allí había, todas esas personas hechas y derechas que se movían con una cautela especial, que hablaban por señas o en voz muy baja, como si temieran despertar a alguien... ¿A quién podía ser? Al fantasma, al monstruo, a Frankenstein. Y así, de inmediato, ellas también se trasformaban, sugestionadas por la ficción con todas sus consecuencias, adoptando los mismos gestos, la misma cautela, el mismo temor que parecía desprenderse del comportamiento de los adultos. La consecuencia de esta mise en scène es que el monstruo siempre estaba acechando, merodeando el lugar y podía aparecer en cualquier momento. Por eso mismo nunca tuve que pedir a Ana e Isabel que entraran en situación. Además: ¿cómo se le puede pedir a una niña de seis años que "entre en situación"? 

Erice, pues, creó una mise en scène tras la cámara que propició la mise en scène delante de la cámara, Y al crear una ficción tras la cámara permitió aflorar una verdad -una verdadera experiencia- que la cámara milagrosamente capturó. Una ficción en una frontera movediza con lo real: Erice le había prometido a Ana Torrent que, si rodaba la película, Frankenstein vendría a encontrarse con ella.


Entonces vuelvo a las notas del curso de Erice en la EIS, cuando aborda el rodaje concreto de aquella escena de la conversación de las niñas en las camitas, de noche, después de ver El doctor Frankenstein:
Ana Torrent se sabía a la perfección los diálogos, los suyos y los de Isabel Tellería, su hermana Isabel en la ficción. La conversación no la rodaron juntas. En la escena, filmada en plano/contraplano [plano de Ana en su camita/contraplano -plano simétrico con el anterior- de Isabel en la suya], con quien hablan en realidad cada una de ellas es conmigo. Situado fuera del campo de la cámara, yo les daba la réplica. Acostado en la otra cama [fuera de campo], les hablaba bajito, entre susurros. Les iba bien a las dos niñas. Era una forma de marcar el tono del diálogo, el nivel de la voz, sin necesidad de explicaciones, sin pedírselo expresamente. Ana e Isabel se adaptaban y correspondían al tono de voz con que yo les hablaba. Como rodábamos con sonido directo, mi voz quedaba registrada, así que tuve cuidado de no pisar nunca el diálogo de las niñas, para luego, en el montaje, poder suprimir mis palabras sin problema.

Erice contó también que hubo quién no se creyó que aquella escena fuera capturada con sonido directo y pudimos sentir la emoción que desprendía su evocación del milagroso trabajo del sonidista Luis Rodríguez a la hora de registrar las voces de las niñas entre susurros con el monstruo al acecho, merodeando en la noche, el fantasma de un sueño de cine hecho memoria.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario