5/2/17

Tempestades


Por acordar el refugio de aquí dentro con el temporal bramando ahí fuera, elegí ver Remorques, de Jean Grémillon, una película de tempestades, en el mar de fuera y de los adentros.


Remorques. Remolques, remolcadores. Y más precisamente el cabo que se emplea para remolcar un barco a la deriva (una acepción que cobra visos simbólicos en el curso de la película).


Se estrenó el 27 de noviembre de 1941, pero había empezado a rodarse casi dos años y medio antes, así que bien puede verse como la última película europea de los años 30. En todo caso, Remorques figura como uno de los últimos resplandores de una década espléndida del cine francés.


Antes de desgranar los pormenores de un filme de producción tan accidentada, quizá no esté de más contar algo de su director, Jean Grémillon, con una filmografia poco conocida. Se pasó alguna que otra película suya por televisión: Gueule d'amour (1937), con Jean Gabin, y guión de Charles Spaak, en los setenta, y L'amour d'une femme (1953), en los ochenta. Gracias a un pase en (el añorado canal) Cineclassics vi Remorques por primera vez hace quince años o así, y a día de hoy aún no hay ninguna edición decente de la película.

Grémillon dirige Lumière d'été (1943), 
una obra maestra.

Aunque nació en Bayeux (Calvados, Normandía) en 1901, Grémillon sentía por ascendencia e infancia un vínculo entrañable con Bretaña. Remorques, como otra de sus obras maestras, Pattes blanches (1949), reflejan esa íntima sensibilidad por el universo bretón.

Fotograma de Pattes blanches.

Su primer amor fue la música; estudió violín y composición en la Schola Cantorum de París. A comienzos de la década de los 20 trabaja acompañando la proyección de películas (mudas) en cines parisinos. Aquella exposición, digámoslo así, al cine a través de la música devino una experiencia cardinal y cambió para siempre la vida de Grémillon, pero, en su cine, la música, o mejor, una concepción musical de la obra cinematográfica, resulta una clave primordial para apreciar sus películas. En uno de esos cines en los que trabaja conoce al proyeccionista Georges Perinal y se hacen amigos. Perinal será el director de fotografía de dos de los primeros largometrajes silentes de Grémillon, Maldone (1928) y Gardiens de phare (1929), y antes, quien le consiga trabajo en la industria del cine, en un principio como escritor de intertítulos y luego como montador.

Fotograma de Gardiens de phare.

Aviva su cinefilia en el movimiento cineclubista francés de los años 20, presenta películas y escribe sobre sus favoritas (las de Griffith, por ejemplo). Como director, empezará rodando documentales; para Un tour au large (1926), sobre los pescadores bretones, se encargará también de componer la música. Cuando llega el sonoro, rueda La petite Lise (1930), con Nadia Sibirskaïa, a partir de un guión de Charles Spaak, un filme donde la banda sonora muy experimental (de la partitura ya se encarga, como en Remorques, Roland Manuel) armoniza de forma integral música, sonidos concretos, ambientes, silencios y muy poco diálogo. Henri Langlois escribio que La petite Lise fue la primera película hablada que le hizo dejar de lamentarse por el fin del cine mudo, y hay quien habló de la fotogenia acústica del filme de Grémillon.

Fotograma de La petite Lise.

El caso es que la película fue un fracaso y el cineasta tuvo que aceptar en adelante compromisos comerciales para seguir rodando. Por ejemplo en España, donde dirige La Dolorosa (a partir de la zarzuela del maestro Serrano) que se estrena el 24 de diciembre de 1934 en el cine Callao de Madrid, todo un éxito. Y no fue su única película española.

Fotograma de La Dolorosa.

Por sugerencia de Buñuel, amigo suyo (se habían conocido en los estudios Billancourt, cuando el calandino rodaba Un chien andalou y el normando Gardens de phare), Grémillon acaba dirigiendo ¡Centinela, alerta! para Filmófono, la productora donde Buñuel, además de socio, ejercía como productor ejecutivo; la película se estrena el 12 de julio de 1937, un fracaso de crítica pero un éxito de público. Al parecer, Grémillon tenía la intención de instalarse definitivamente en Madrid y trabajar en el cine español, pero Buñuel lo obligó a coger un avión hacia París en vísperas de la guerra civil. Ni uno ni otro vivieron el éxito de la película que hicieron juntos.

Grémillon, en el centro, con el equipo de ¡Centinela, alerta!
Buñuel, el segundo por la izda., de miliciano.

Ahora creo que ya es un buen momento para volver a Remorques. El guión se basa en la novela del mismo título de un autor muy conocido (entonces, por lo menos) en Francia, Roger Vercel, quien (según alguna fuente) escribió una primera versión. Lo que sabemos con certeza es que el primer guionista asignado al proyecto fue Charles Spaak, que había escrito con Jean Renoir La gran ilusión (1937). El guión de Spaak fue rechazado por la UFA, que contrató a André Cayatte para escribir una nueva versión; no les gusta ni a Grémillon ni a Jean Gabin. El actor insiste para que reescriba el guión Jacques Prévert (había escrito para Gabin Le quai des brumes y Le jour se lève, obras maestras de Marcel Carné). Prévert, de acuerdo con la concepción de la película de Grémillon (escribirá su siguiente película, Lumière d'été), además de firmar esos diálogos tan suyos, desarrolla -sobre todo- la historia de amor entre André Laurent (Jean Gabin), el patrón del remolcador, y Catherine (Michéle Morgan), la mujer del patrón del carguero rescatado por aquél, una historia trágica con resonancias mitológicas. (Jean Gabin y Michéle Morgan, pareja por entonces habían protagonizado Le quai des brumes.)


Grémillon tenía previsto rodar la mayor parte de la película en Brest y distintas localizaciones de Bretaña, también las escenas de tempestad en el mar, para las que ya contaba con la colaboración de la Armada y disponía de varios cargueros y remolcadores. El rodaje comenzó a principios del verano de 1939, pero los dioses lares del cine le gastaron una faena y el mal tiempo, peor aún de lo que podía prever, impidió filmar muchas tomas.

Jean Gabin y Michéle Morgan 
durante el rodaje de Remorques en Bretaña.

El 11 de agosto la producción se trasladó a los estudios de Billancourt, donde Alexandre Trauner (el director artístico de Le quai des brumesLe jour se lève y Lumière d'été) había construido los decorados. El 2 de septiembre, al día siguiente del comienzo de la 2ª guerra mundial, movilizan a  Grémillon y la producción de Remorques se interrumpe. Reanudará el rodaje en mayo de 1940, aprovechando un permiso, y vuelve a interrumpirse en junio con la rendición de Francia. En el verano de 1941 (para entonces Jean Gabin y Michéle Morgan ya se han ido a los EEUU) consigue acabar la película, pero Brest ha quedado bajo jurisdicción alemana y se prohíbe la navegación a buques civiles, así que definitivamente deberá conformarse con rodar la tempestad (realmente soberbia) en una bañera de Billancourt con maquetas.


En Remorques, iluminada por Armand Thirard (el director de fotografía de Hôtel du Nord, de Carné, o de El salario del miedo, de Clouzot) se respira el mismo aire desesperado y fatalista que, pongamos por caso, en Le quai des brumes (1938) o en Le jour se lève (1939). El aire de los tiempos sombríos. Sombríos también unos personajes anclados a un trabajo y a una rutina, suspirando en los adentros por que algo o alguien les eche un cabo y los remolque lejos de allí, (pre)sintiendo que la verdadera vida está en otra parte.


Al patrón André Laurent, que lleva diez años plácidamente casado con Yvonne (Madeleine Renaud, la actriz preferida de Grémillon), una tempestad le trae del mar a Catherine. Por primera vez experimenta una pasión que lo desarbola y lo remolca lejos de los firmes asideros donde creía apuntalados principios y lealtades.

Dicen que un rayo puede quitarte todas las prendas 
sin herirte... Tú también sabrás hacerlo... 
escribe Prévert y dice Catherine.

Y cuando otra tempestad se la lleve, sólo quedará el vacío y la oscuridad donde braman las sirenas de los barcos que claman por un rescate (esas sirenas enhebradas en la música de Roland Manuel).


Admirable ese gran plano general con André bajando las escaleras hasta el muelle para embarcar en el remolcador bajo la lluvia inclemente y sacudido por el viento con el alma a la intemperie.


Las secuencias del paseo por la playa solitaria (bellísimos los grandes planos generales con las minúsculas figuras de André y Catherine perdidos en la arena) y en la casa vacía frente al mar cobran un fulgor fugaz (en contraste con la densa oscuridad que envuelve la secuencia del rescate) que cobija con visos casi fantásticos el arrebato de los amantes, esa estrella de mar -caída del cielo, quiere pensar ella- que se va a transfigurar en prenda de amor perdido.


Catherine recuerda haber visto una casa así en una película de fantasmas; los espectadores se reían, pero ella se moría de miedo...

Una chica se sentaba en un sillón como éste y desaparecía...

Ella es ahora aquella chica en esta casa donde habita el fantasma de una felicidad imposible, la promesa de otra vida que no será.


Tampoco para Yvonne. Esa otra vida se aleja de ella como presagia ese magnífico travelling que la abandona en su cuarto contándole sus cuitas a una recién casada y sale por la ventana (¡cerrada!) azotada por la lluvia, esa noche de tempestad, cuando André y el recién casado las han dejado solas para acudir con el remolcador al rescate de un carguero.


Los dioses lares del cine se hicieron perdonar y, milagrosamente, una película tan hermosa como pesimista fue autorizada por el régimen de Vichy y cosechó el favor del público. Sólo dos apuntes postreros. En 1944 -tras la Liberación-, Jean Grémillon fue elegido presidente de la Cinemateca Francesa. Muere en 1959. Tenía 58 años.

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