10/9/13

Pasamos


Uno de estos días vimos Antes del anochecer (2013), la tercera entrega de esa trilogía (de momento) -con Antes de amanecer (1995) y Antes del atardecer (2004)- que viene rodando Richard Linklater con Ethan Hawke y Julie Delpy, y que nos ha permitido acompañar a Jesse y Céline desde su enamoramiento en Viena, pasando por su reencuentro en París (tras la cita fallida y la separación), hasta estas vacaciones en Grecia, ya casados y con hijos, y con la relación en crisis. En el tramo central de Antes del anochecer, durante un largo paseo de Jesse y Céline, ella recuerda una película que vio de adolescente y la emocionó.


No menciona Viaggio in Italia, pero basta la evocación, porque el filme de Rossellini resuena en el curso de las imágenes de Linklater -como resuena en Un couple parfait de Suwa o en Copie conforme de Kiarostami-, hilvanando una suerte de filiación.


Ese paseo acontece tras un memorable monólogo de Natalia (Xenia Kalogeropoulou), una viuda, recordando a su marido durante el almuerzo de despedida de los protagonistas de Antes del anochecer con los amigos que los acogieron en el Peloponeso.


Natalia rememora cómo la abrazaba para dormir o cómo silbaba al caminar, pero últimamente empieza a olvidar los pequeños detalles y siente que lo está perdiendo. Entonces se obliga a recordar, cada rasgo de su cara, sus dientes, su pelo... Sólo que ya no está.


A veces puede verlo, como si un velo se moviera y él aparece y casi puede tocarlo...


Lástima, enseguida vuelve la realidad y se desvanece otra vez.


Procura estar atenta a primera hora, cuando la luz llega más atenuada, porque el sol consume la visión; él, no siempre, pero a veces aparece y desaparece, como el sol sale y se pone. Es como la vida. Aparecemos y desaparecemos. Y somos tan importantes para algunos... Pero sólo estamos de paso.


Algún día Jesse y Céline recordarán las palabras de Natalia y quizá entonces, a solas -quién sabe si también solos- la memoria los trastorne íntimamente, más hondo en todo caso que la conmoción presente al escucharla de viva voz. Desde luego fueron esas palabras las que me llevaron de vuelta a Viaggio in Italia (1953), aun antes de la evocación de Céline (y de la contemplación de los iconos en una capilla bizantina que visitan en el curso del paseo, otro pespunte con el filme de Rossellini).



Los filmes de Rossellini con Ingrid Bergman -y en especial Viaggio in Italia- devienen tentativas de dar forma fílmica a la experiencia de lo sagrado, no en un sentido religioso, o no sólo religioso, o religioso en un sentido etimológico: de religare, estar unido, atado... Para Rossellini la experiencia de lo sagrado se cifraba en una conmoción íntima, como revelación de nuestra contingencia, de nuestro desamparo, de que el único asidero reside en la conciencia de unión con el lugar -como matriz numinosa (el caos primordial en la isla volcánica de Stromboli)- y con el tiempo -como ese pasaje entre el pasado y el presente (las ruinas y el arte, la historia y la cultura en Viaggio in Italia); una conciencia que sólo aflora en el desvalimiento y la soledad, pero no siempre... La conciencia, en fin, de las ataduras con la tierra -naturaleza y misterio- del peregrino que somos, de que estamos de paso. Y pasamos.

(Continuará el "Viaje por Italia".)

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