15/9/13

Hierbas del verano


El poeta errante hace un alto en el  lugar donde se refugió Yoshitsune, el más amado de los jóvenes héroes medievales del Japón. Allí mismo, su bravo escudero (un gigante que colgó los hábitos de monje y se jubiló de bandido), guardó el umbral resistiendo el asedio y murió de pie atravesado por las flechas de los enemigos, ya sólo sostenido por la recia armadura, para que su señor culminara el suicidio ritual.


Así nos pinta Marguerite Yourcenar, en un bello ensayo que lleva por título Basho va de camino, la evocación del poeta peregrino, sentado en la cuneta, mientras el pasado se despliega ante sus ojos con visos de una puesta en escena de Kurosawa. Pero de ese cuadro magnífico -espléndido de heroísmo y bárbara fidelidad- el poeta retiene, nos recuerda la Yourcenar, apenas lo esencial: Bashô sueña al borde de un prado donde se mueven suavemente los tallos del susuki, esas hierbas altas, flexibles y temblorosas que, de una punta a otra del Japón, palpitan durante el verano a lo largo de los caminos:

Las hierbas del verano:
Es todo lo que queda
De los sueños de los guerreros muertos.



Como si al poeta le bastara la memoria de un plano de Mizoguchi.

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