23/9/13

El laberinto de los espejos



Sostener un espejo frente a la naturaleza... En eso consistía para Welles el oficio de director de cine: reflejar la naturaleza humana a través de una mirada. ¡Si no sabes nada de la naturaleza frente a la que sostienes el espejo, qué limitada debe resultar tu obra! Y añadía: Uno es el ángulo con el que se sostiene el espejo. Lo que finalmente resulta interesante no es el temblor romántico o el movimiento nervioso con el que se sostiene el espejo, sino la imagen que éste nos devuelve.


Podría hilvanarse la filmografía de Orson Welles con el motivo del espejo: desde su multiplicación en Ciudadano Kane, hasta Sed de mal, Míster Arkadin, Una historia inmortal y Fraude pasando por El cuarto mandamiento, El extraño La dama de Shanghai, por no hablar de los reflejos en las ventanas en todas ellas (especialmente en Sed de mal).


Hasta el cine como espejo en una escena (no rodada) de su Quijote donde Sancho y el Ingenioso Hidalgo se verían a sí mismos proyectados en la pantalla de un cine de pueblo. En la secuencia imaginada por Welles, a diferencia de lo que ocurre en la segunda parte de la novela de Cervantes, los vecinos no sólo han oído hablar de don Quijote y su escudero y saben de memoria sus aventuras, también pueden espiarlos gracias a ese invento diabólico llamado cinematógrafo.

Fotograma de una escena de Don Quijote
el caballero andante en un cine de provincias 
donde arremeterá contra la pantalla para defender 
a una dama asaltada por unos facinerosos 
(en la película que se proyecta).  

Un espejo tan caro, por otro lado, al sentido épico (y memorioso) del aquel de narrar, como nos recuerda Borges, desde ese lugar de la Ilíada en que Elena de Troya teje su tapiz con las batallas y desventuras de la guerra misma de Troya; un rasgo que debió impresionar a Virgilio, pues en la Eneida consta que Eneas, uno de los héroes de la guerra de Troya, arribó al puerto de Cartago y vio esculpidas en el mármol de un templo escenas de esa guerra y, entre tantas imágenes de guerreros, también su propia imagen. Tan lejos podemos remontarnos con el cine de los espejos, con su laberinto en La dama de Shanghai.


Un espejo, la película misma, de la relación de Orson Welles y Rita Hayworth, y de Orson Welles y Hollywood. Un espejo, también, de ese laberinto emocional que figuraba el alma de aquella neoyorquina de ancestros irlandeses y sefarditas llamada Margarita Carmen Cansino.


El laberinto de los espejos de La dama de Shanghai deviene quizá una imagen de la imposibilidad del cine por transparentar el alma de los personajes, de la condición ilusoria de lo real -y de la identidad misma- como pura telaraña de reflejos.

(Continuará.)

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