20/9/12

Eustache, con el corazón en la mano


Al primero que le escuché hablar con pasión de La maman et la putain fue a Guerín. Ya conté aquí hace unos meses que usaba la película de Eustache para comprobar si una chica era la chica. El último que me habló de ella tan rendido fue nuestro hijo a principios de este siglo (cómo suena dicho así), y no sería la última vez. La vio cuando había que verla, a los veinte años. Cuando de verdad hace su trabajo (por dentro).

Jean Eustache

Tenía pendiente traerla a esta escuela, pero creo que Marcos Ordóñez me acaba de ahorrar el viaje con su (memorable) artículo en El País de hoy, de ésos que justifican un periódico y compensan una sección -y crítica- de cine tan raquítica, signo de los tiempos. Y descubro que pudimos haber visto la película por primera vez en la misma sesión. Quién sabe. Quizá haga el viaje por La maman et la putain de todas todas, pero tendrá que esperar porque, por un tiempo, Asuntos primordiales: Jean Eustache ya habla por nosotros de una película esencial con el corazón en la mano. Como el cine de Eustache.

Françoise Lebrun (Veronika) 
en La maman et la putain (1973)


Asuntos primordiales: Jean Eustache
Marcos Ordóñez

Hubo una época en la que podía recitar de memoria los nombres de las amantes de Jean Eustache como si fueran personajes de una novela clásica: Jeanne Delos, Catherine Garnier, Marinka Matuszewski, Françoise Lebrun. Ahora he tenido que rastrearlas. Y sabía también que en la rue Nollet, donde se suicidó de un balazo en el corazón, como Guy Debord, habían vivido Paul Verlaine, Henry Miller y Barbara. Decían que apenas salía de casa pero cuando murió tenía cuatro proyectos. Sus títulos recordaban canciones o películas de los años cincuenta: Peine perdue, La rue s'allume, Un moment d'absence. El cuarto proyecto era la segunda parte de La maman et la putain, su cumbre. Decían que solo le interesaban cuatro o cinco cosas, pero esas cuatro o cinco eran oceánicas: las mujeres, el dandismo, París, el campo, el idioma francés. Decían que antes de matarse clavó un rótulo en la puerta donde se leía: "Llame fuerte, como para despertar a un muerto".

¿Cómo había empezado todo aquello? La chica pelirroja del cine club había ido a Francia y volvió enloquecida por la película de aquel amigo suyo que se había llevado el premio especial del jurado en Cannes. Dijo: Tenéis que verla, es lo más importante que os va a pasar este año. Dijimos que sí, pero no teníamos dinero ni pasaporte, nada. Pasaron dos o tres años y de repente alguien llegó con el notición: iban a proyectar La maman et la putain en un lugar llamado Fundación Miró. Corrió la voz como una contraseña. Fuimos allí, vimos la película. Tres eternidades más tarde salimos a la oscuridad del parque como si nos hubiera caído un rayo. Mudos, reconocidos, hermanados: aquella película hablaba de nosotros. ¿Cuánto tiempo hacía que no nos sucedía algo así? Nosotros éramos como Alexandre, pero sin follar tanto. Vaya, ni de lejos. El color de la película era el color de nuestro mundo, un mundo de tres cafés (nos gustaba decir "cafés") y doscientas personas, decía Eustache. Tirando largo. Los mundos adolescentes siempre son mundos de doscientas personas. Ahora creo que hay más gente virtual.

Sería interesante, por cierto, rastrear si fuimos los mismos que, veinte años después, nos hicimos del Plus porque Fernando Trueba había elegido La maman et la putain para el ciclo La película de mi vida. Fue la última vez que pasaron una película en blanco y negro (y de más de tres horas) en prime time, aunque fuera en un canal de pago. Gracias, Trueba.

Ahora estoy en la Facultad. Mi segundo año de periodismo. Nos dicen: Tenéis que hacer un periódico. ¿Entre todos? No, cada uno. Me dan un puñado de páginas blancas. Tienes que escribirlo, sección por sección. Y buscar las fotos y compaginarlo. Cuando me vi con todo aquel papel en las manos supe en el acto lo que tenía que hacer con él. Un mes más tarde presenté mi gran obra. A la profesora le extrañó un poco que sólo hubiera una noticia en la portada, pero pasó la página. Aquello seguía. Y seguía. Y seguía. Eustache y La maman et la putain cubrían política, economía, sucesos, deportes, como el avance maníaco de un regimiento de húsares. Sí, señor: aquel fue mi primer periódico. Me gustaría tenerlo ahora ante mis ojos, pero en aquella época no guardaba nada, o las cosas tenían una curiosa tendencia a perderse. ¿Cómo pude llenar todas aquellas páginas? Bueno, es una pregunta retórica. Lo verdaderamente sorprendente fue que la profesora me aprobó. Y con nota. Santa mujer.

Cuando llegó a la última página me preguntó: ¿Así que, según tú, esto es lo más importante que ha pasado? Pensé en la chica pelirroja, que a saber dónde andaría. Probablemente se habría convertido en un personaje de película de Eustache. Pensé: Lástima, se me ha olvidado hablar de ella, pero no me pareció prudente pedir una página más.

Respondí: Sí, exacto. Esto es lo más importante que ha pasado.


1 comentario:

  1. Yo también la vi por primera vez con 25 años y en Canal+. Para mí no es una película, es una obsesión, una obra de arte, un trozo de humo que a veces pasa otra vez ante nosotros, el corazón de un hombre puesto en imágenes y una amarga disección de lo que significa estar vivo en un momento dado del tiempo y el espacio... Todo eso y un poco más...

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