4/8/11

La medida de la gloria


Las novelas de Dickens se publicaban por entregas mensuales en cuadernos azules que se convirtieron con los años en cotizadas piezas -de caza- de bibliófilos, pero en su tiempo los lectores las aguardaban con ansia. Miles de lectores esperaban en el puerto de Nueva York a los barcos que venían de Inglaterra, no ya cuando llegaba la nueva entrega de David Copperfield o de La tienda de antigüedades, sino antes, por si algún marinero la había leído allá y sabía cómo continuaba la novela.


Para dar una idea del amor que le profesaron a Dickens sus contemporáneos, Stefan Zweig refiere en las primeras páginas del ensayo que le dedica en Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski) lo que le contó uno de los viejos lectores dickensianos:

...el día de reparto del correo eran incapaces de esperar al cartero en casa, que al fin llegaba con el nuevo cuaderno azul (...) en la bolsa. Lo habían estado esperando hambrientos todo un mes, con el alma en vilo y discutiendo si Copperfield se casaría con Dora o con Agnes, celebrando que Micawber tuviera que hacer frente a una nueva crisis -¡de sobra sabían que la superaría heroicamente con buenas dosis de ponche caliente y buen humor!-, ¿y ahora tenían que esperar a que llegara el cartero con su perezoso carro y les trajera la solución a todas esas alegres charadas? Imposible, no podían esperar. Y todos, jóvenes y viejos, año tras año, recorrían dos millas el día señalado para ir al encuentro del cartero y tener el cuaderno sólo unos minutos antes. Empezaban a leerlo ya por el camino de regreso, unos mirando las páginas por encima del hombro de otros, unos cuantos leyendo en voz alta, y sólo los más bonachones echaban a correr para llevar rápidamente el botín a la mujer y los niños.

Página del manuscrito de David Copperfield

No las millas atlánticas hasta Nueva York, sino esos minutos ahorrados al cartero son la medida de la gloria.

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