12/4/15

Un ojo con cuatro esquinas


Hace quince meses traje a la escuela un primer avío del cine de los espejos. Vuelvo sobre el motivo a través de la encrucijada de una imagen de Anne Bancroft en Siete mujeres y un poema -Mirror- de Sylvia Plath.

I am silver and exact. I have no preconceptions. / Whatever I see I swallow immediately / Just as it is, unmisted by love or dislike. /  I am not cruel, only truthful-- / The eye of a little god, four-cornered. / Most of the time I meditate on the opposite wall. / It is pink, with speckles. I have looked at it so long / I think it is part of my heart. But it flickers. / Faces and darkness separate us over and over. / /  Now I am a lake. A woman bends over me, / Searching my reaches for what she really is. / Then she turns to those liars, the candles or the moon. / I see her back, and reflect it faithfully. / She rewards me with tears and an agitation of hands. / I am important to her. She comes and goes / Each morning it is her face that replaces the darkness. / In me she has drowned a young girl, and in me an old woman / Rises toward her day after day, like a terrible fish.
Os dejo un par de versiones en castellano a cargo de Xoan Abeleira y  Eli Tolaretxipi:

         ESPEJO
        (Traducción de Xoán Abeleira)
        Soy plateado y exacto. No tengo prejuicios.
        Me trago de inmediato todo cuanto veo,
        Tal y como es, sin sombra de aprecio ni desprecio.
        No soy cruel sino sincero:
        El ojo cuadrado de algún diosecillo.
        Casi siempre estoy meditando sobre la pared de enfrente.
        Es rosada, con manchas. Llevo tanto tiempo observándola
        Que creo que ya forma parte de mi corazón. Pero ella va y viene.
        Los rostros y la oscuridad nos separan una y otra vez.

        Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí,
        Buscando en mi superficie lo que realmente es.
        Luego se vuelve hacia esas mentirosas, las velas, la luna.
        Veo su espalda, y la reflejo con toda fidelidad.
        Ella me recompensa con su llanto y el temblor de sus manos.
        No le importo nada. Me deja y vuelve a mí constantemente.
        Cada mañana su rostro viene a reemplazar la oscuridad.
        En mí se ahogó una joven antaño, y en mí una anciana hoy
        Se yergue hacia ella, día tras día, como un pez terrible.

El espejo mágico de 
La Bella y la Bestia (1946), de Jean Cocteau.

        ESPEJO
       (Traducción de Eli Tolaretxipi.)
       Soy de plata y exacto. No tengo prejuicios.
       Todo lo que veo lo trago de inmediato
       tal y como es, sin la turbiedad del amor o de la antipatía.
       No soy cruel, solo veraz-
       el ojo de un diosecillo con cuatro esquinas.
       La mayor parte del tiempo medito sobre la pared de
          enfrente.
       Es rosada. Con manchas. La he mirado tanto
       que creo que forma parte de mi corazón. Pero se mueve.
       Caras y oscuridad nos separan una y otra vez.

       Ahora soy un lago. Una mujer se asoma sobre mí,
       buscando en mi extensión lo que ella es en realidad.
       Luego se vuelve hacia esas embusteras, las velas o la luna.
       Veo su espalda y la reflejo con fidelidad.
       Me recompensa con lágrimas y gesticula con las manos.
       Soy importante para ella. Viene y va.
       Cada mañana es su cara lo que sucede a la oscuridad.
       En mí ha ahogado una muchacha, y desde mí una
          mujer mayor
       se eleva hacia ella día tras día, como un pez terrible.

Sonata de otoño (1978), de Ingmar Bergman.

True Grit (2010), de Joel y Ethan Coen.

La belle personne (2008), de Christophe Honoré.

Un amor de juventud (2011), de  Mia Hansen-Løve.

À nos amours (1983), de Pialat

La última película (1971), de Bogdanovich.

Esplendor en la hierba (1961) de Elia Kazan.

Cat People (1982), de Paul Schrader.

Masculin féminin (1966), de Godard.

Placeres desconocidos (2002), de Jia Zhang-ke.

Mala sangre (1986), de Leos Carax

La bête humaine (1938) de Jean Renoir.

Tristana (1970), de Buñuel.

House by the River (1950) de Fritz Lang.

Hombres buenos, mujeres buenas (1995), 
de Hou Hsiao-hsien.

Los amantes (1958), de Louis Malle.

They Were Expandable (1945), de John Ford.

Breve encuentro (1945), de David Lean.

Une femme est une femme (1961), de Godard.

Perdición (1944), de Billy Wilder.

La mujer del cuadro (1944), de Fritz Lang.

El eclipse (1962), de Antonioni.

Phantom Lady (La dama desconocida, 1944), 
de Robert Siodmak.

Larga es la noche (1947), de Carol Reed.

Shock Corridor (Corredor sin retorno, 1963), de Sam Fuller.

La Venus rubia (1932), de Sternberg.

Violette Nozière (1978), de Chabrol.

Juegos de verano (1950), de Bergman.

Eva al desnudo (1950), de Mankiewicz.

La baie des anges (1963), de Jacques Demy.

The Breaking Point (1950), de Michael Curtiz.

Party Girl (1958), de Nicholas Ray.

Una gallina en el viento (1948), de Ozu.

El espejo (1975), de Tarkovski.

La paura (1954), de Rossellini.

Gertrud (1964), de Dreyer.

A propósito del espejo donde se mira Anne Bancroft en la memorable escena de Siete mujeres escribí que en ese umbral de la mirada se juega toda una vida. 

Unos días después recordé que justo es eso lo que acontece en el poema de Sylvia Plath, donde se figura el espejo con la imagen de un ojo con cuatro esquinas (four-cornered). o sea, como una pantalla que nos ve, que nos mira vivir y cómo el tiempo nos trabaja.

El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice.

En fin, la mirada y el trabajo del cine.

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