29/3/15

Saber de sombras


¿Qué es el film noir sino la noche con sombras?
Me gusta esa definición (aforismo) de David Thomson. Cabe añadir: en un noir que se precie hasta el día viene con la luz aprendida en la escuela de la noche. Hablo de Jacques Tourneur. Hablo de Nightfall (1957).


Más que un título -el de la novela de David Goodis, que adapta el guionista Stirling Silliphant- viene a ser la divisa de su cine; así tituló Chris Fujiwara su libro sobre la obra de Tourneur: The Cinema of Nightfall. El anochecer, iluminado esta vez por Burnett Guffey.


Pero quizá nada delinea mejor el trabajo sobre las formas del cineasta -ese saber de sombras- como el título del último disco de Bob Dylan, Shadows in the Night. Sombras en la noche.


A medida que vuelvo a ver Nightfall va cuajando la impresión de contemplar un destilado del cine de Tourneur; una película por así decir puro Tourneur. Pedro Costa, quizá el más tourneuriano de los cineastas del presente, habló de un cine de la sustracción a propósito de Nightfall.


Un filme donde Tourneur lleva la idea de crepúsculo hasta el límite, hasta esa frontera en que los personajes tuvieran ya un pie fuera del mundo, como si ya se estuvieran yendo, como si ya casi no estuvieran aquí.


Como su protagonista, Jim/Aldo Ray. (Como Robert Mitchum en Retorno al pasado.) ¿Quién habló de la naturaleza mercurial, inaprensible, del cine de Tourneur? No se puede expresar mejor.


Hay una réplica de uno de los personajes principales de El hombre leopardo,
Sabemos muy poco de las fuerzas que nos mueven,
que viene a ser una divisa de los personajes de Tourneur.


El detective de Nightfall -que le sigue los pasos a Jim- le confiesa a su mujer una noche de insomnio:
Lo sé todo excepto lo que necesito saber.

Los raccords (cambio de plano) entre escenas amojonan la fatalidad -pasos, relojes-, la amenaza latente que se cierne sobre Jim desde un episodio del pasado que ahora lo tiene atrapado.


La incertidumbre, o mejor, la dudosa consistencia de lo visible transfigura las apariencias en una pesadilla donde hasta la luz produce desasosiego. Y resulta un milagro encontrar a alguien que te escuche, y aun más que te comprenda y se ponga en tu piel. Alguien como Marie/Anne Bancroft:
Lo que realmente sucede siempre es difícil de explicar.

Así arranca la película, al anochecer, con el protagonista que (de espaldas, en un quiosco) reacciona con aprehensión cuando se encienden las luces.


El peso de la soledad y el dibujo del vacío de sus vidas -acosadas por el pasado- colman la abstracción de las formas en la encrucijada existencial de los personajes de Nightfall.


En el corazón del filme de Tourneur palpita la condición menesterosa del ser humano, la necesidad de trabar un vínculo con otro ser humano, de cuidar de otra persona, de que otra persona te cuide, vele por ti. (Parafraseando a Vila-Matas: al anochecer, todos necesitamos a alguien.)

Foto fija de Anne Bancroft y Aldo Ray en Nightfall.

Esa es la historia memorable de Jim y Marie, con la música íntima que los envuelve, con el abrazo tierno con que la cámara de Tourneur los cobija: la certeza inefable que alumbra a esos dos seres desamparados en la  negra sombra de sus vidas. Como le confía Jim a Marie una noche:
No te puedes imaginar cuántas veces he estado aquí viendo cómo oscurece. Sé dónde aparece cada sombra,

Recuerdo la última vez que hablé de cine con mi madre, cuando le conté esa escena tan bonita en que Jim y Marie huyen de los tipos con los que nuestro protagonista tiene una cuenta pendiente: ella abandona el desfile de modelos con un vestido ceñidísimo (desde el cuello a los pies) que no la deja correr. (Le muestro en la pantalla de este mismo portátil en el que escribo las fotos publicitarias, para que compruebe que no exagero sobre la prenda que luce Anne Bancroft. Mi madre había sido una gran costurera, hasta que la artritis la retiró, y le encantaban los trapos, y hablarlos.)


Aun así, Marie corre a pasitos hacia Jim, y suben una escalera hasta la calle, pero le resulta casi imposible moverse con semejante modelito y los tipos se les echan encima, hasta que él -ya era tiempo- la toma en brazos y corre con ella hasta el taxi en el que huyen.


Mi madre no podía entender cómo Jim esperaba tanto para tomarla en brazos: Cómo pudo dejar que subiera corriendo las escaleras con ese vestido. A mi la escena me parece una delicia justo por eso. A mi madre le parecía casi insufrible. Claro que contada no destilaba el goce que deparaba su contemplación, con ese toque Tourneur, cuando Marie se desprende de la levísima capa -justo al pie de las escaleras- y se nos muestra Anne Brancroft con todo el esplendor sensual del vestido -como una segunda piel- mientras las sube. Eso sí, a mi madre le gustaba -y consolaba- lo que se decían en la escena del taxi en que desemboca esa huida con el dichoso vestido. Jim se disculpa con Marie: tiene que llevarla con él porque si la deja aquí la encontrarán enseguida. Ella le asegura que iría con él aunque no la persiguieran: 
Eres el hombre más buscado que conozco.


Mi madre comentó muy seria que una mujer así un hombre tendría que merecerla. Y yo puse la mano en el fuego por el bueno de Aldo Ray, ese Jim al que, desde que su vida se torció por un aciago azar, sólo le ha sucedido una cosa buena en el mundo: Marie. Y viceversa.


Creo que mi madre me creyó. O quizá sonreía sólo porque le había contado una película. La última película. Al anochecer.

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