20/4/14

Historia, historias


Cuando nuestro hijo empezó a estudiar Historia le regalé un par de libritos (de los breviarios de la editorial FCE) que, pensé, podrían hacerle mejor compañía que muchas clases. Me bastaron unas líneas de las veinte primeras páginas de cada uno para elegirlos.

Incluso si hubiera que considerar a la historia incapaz de otros servicios, por lo menos podría decirse en su favor que distrae. (Marc Bloch, Introducción a la historia.)

Lo que sobrevivió [de la obra de Homero, Platón y Euclides, y en general de los clásicos griegos] fue, aparte de algunas excepciones accidentales, lo que se juzgó digno de ser copiado durante centenares de años de la historia griega y después, durante los siglos de la historia bizantina, en los cuales los valores y las modas cambiaron más de una vez, con frecuencia radicalmente. (...) [A propósito de la obra de los trágicos griegos] lo que leemos es un texto laboriosamente colacionado de manuscritos medievales. generalmente de los siglos XIV y XV de nuestra era, producto final de un número desconocido de sucesivas copias, y por consiguiente de una transcripción deformada. (Moses I. Finley, El mundo de Odiseo.)


Vuelvo a encontrar las mismas citas espigadas en La invención del pasado de Miguel Anxo Murado, un libro -que también disfrutó leyendo nuestro hijo- donde se ventila con humor e ironía el relicario de la historia de España. Un libro del que espigo citas, y citas de citas.

El pasado es inaprensible. La historia es como la ceniza de un incendio. No es el incendio, ni siquiera un resto del fuego sino tan solo un vestigio de los efectos del incendio. El viento sopla constantemente dispersándola.

No somos seres "científicos" sino literarios, y nuestra manera de recordar, también la del historiador, funciona más como la de un novelista o un poeta que como la de un científico. Esto no tiene nada de extraño, puesto que un historiador es, después de todo, eso, un escritor.

Un historiador se propone escribir la historia y acaba contando una historia. Los historiadores son de la estirpe del siempre imaginativo Heródoto (el adjetivo es de Murado).

Después de todo, el relato histórico no deja de ser precisamente eso, un relato, una historia, y por tanto está sometido a las reglas de la narración, en la misma medida que cualquier otro relato, ficticio o real. Para que pueda ser comprendido y asimilado por los lectores, es necesario darle una forma que lo haga interesante y mantenga una cierta lógica narrativa. (Basta leer el primer apartado -La narrativa tipo- del capítulo 5 -Estructurando el discurso- para hacerse una idea cabal del libro de Murado y caer en la tentación a llevárnoslo a casa.)

La historia, lo mismo que la literatura, hace verosímil el material que utiliza porque emplea los recursos para hacerlo verosímil. (...) porque no hay escapatoria: relatar es transformar en relato.

Como dice Lowenthal [en El pasado es un país lejano], "los hechos contingentes y discontinuos del pasado sólo se vuelven inteligibles cuando se entretejen formando [una] historia"; esto relativiza los accidentes y hace que la historia resulte más "lógica" y predecible de lo que fue.

Simplemente mirando a su estructura y sin fijarse en el contenido, el discurso histórico es en esencia una forma de (...) elaboración imaginaria. (Barthes)

Los hechos por sí mismos no existen a menos que se los convierta en hechos dándole un significado (Nietzsche citado por Barthes).

Cronistas e historiadores, a la hora de escribir, acaban atrapados en el tejido del relato mítico. Por eso la historia, si sirve para algo -apunta Murado-, sirve para cambiar el pasado, para darle (o lo que es lo mismo, inventarle) una forma comprensible (verosímil, narrativa), o sea, mítica.

Una mitología -no lo olvidemos- del presente. Benedetto Croce escribió que toda historia es historia contemporánea. Lo mismo cabe decir del cine histórico. La Marsellesa (1938) de Jean Renoir dice tanto (o más) del presente (de su rodaje: el Frente Popular en Francia) que del pasado (de su historia: la Revolución Francesa). Y el cine histórico español de los años 40 nos habla sobre todo el imaginario franquista.

La historia, después de todo, es un "culto", una creencia basada en grandísima medida en la fe.  (...) la historia nacional es una fe que requiere reliquias.

El anacronismo no es una anomalía, es la manera que tenemos de relacionarnos con el pasado.

[La historia] es el producto químico más peligroso que haya creado el intelecto. Da a la vez sueños y ebriedad. Llena a  la gente de recuerdos, exagera sus reacciones, exacerba los viejos sufrimientos y anima unas veces los delirios de grandeza, otras las manías persecutorias. Hace que naciones enteras se amarguen, se vuelvan arrogantes, insufribles o engreídas. (John H. Plumb, La muerte del pasado.)

La memoria del mundo no es un cristal luminoso que brilla, sino un montón de fragmentos rotos, unos pocos destellos de luz que se abren paso a través de la oscuridad. (Herbert Butterfield)

No es extraño que la historia sirva para hacer los debates políticos más irracionales de lo que ya son. Nació para eso. (Esta cita le encantó a Ángeles.)

Como el estupendo narrador que es, Miguel Anxo Murado cuenta la mar de bien en La invención del pasado cómo cuenta la historia sus historias.

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