13/4/14

El alma en carne viva


Hace un par de años, en una librería de viejo, encontré (sin buscarlo) el Diario de cine de Jonas Mekas, un libro que ya olvidé cuánto tiempo llevaba perdido. Desde que volvió conmigo no pasa un mes sin que vuelva sobre algunas de esas notas cobijadas en sus quinientas páginas, que se van descuajaringando sin remedio. Hace nada se abrió sin querer por el 9 de febrero de 1961, un texto sobre la -entonces- recién estrenada The Misfits -"Los inadaptados", aquí Vidas rebeldes- de John Huston; en realidad, un mero pretexto para escribir sobre Marilyn. Qué mejor pretexto.


Marilyn Monroe, la santa del desierto de Nevada. Así empieza Jonas Mekas. Para que no haya dudas.


Y cuatro líneas más abajo: M. M. es la película. Una mujer que ha conocido el amor, que ha conocido la vida, ha conocido los hombres, ha sido traicionada por los tres, pero que ha conservado su sueño del hombre, del amor y de la vida.


Y tres párrafos después: ¿Está M. M. representándose a sí misma o creando un papel? ¿Crearon Miller y Huston un personaje o simplemente recrearon a M. M.? ¿Estará acaso hablando de sus propios pensamientos, de su propia vida? Poco importa. hay tanta verdad en sus pequeños detalles, en sus reacciones frente a la crueldad, a la falsa hombría, a la naturaleza, la vida, la muerte, que se hace sobrecogedora, uno de los más trágicos y contemporáneos personajes del cine moderno...


Y las últimas líneas: Siempre estamos buscando "arte" o buenos argumentos, drama, ideas, contenido en las películas, como lo hacemos habitualmente con los libros. Porque no olvidamos la literatura y el drama y Aristóteles. Contemplemos el rostro del hombre en la pantalla, el rostro de M. M. mientras cambia, reacciona. Ni drama, ni ideas, sino un rostro humano en toda su desnudez: algo que ningún otro arte puede lograr. Contemplemos este rostro, sus movimientos sus sombras; es éste, el rostro de M. M., lo que constituye el contenido, la historia y la idea del filme, que en realidad es el mundo.


John Huston escribió en sus memorias -A libro abierto- que Marilyn no actuaba; quiero decir que no fingía las emociones. Era algo auténtico. Se metía hasta el fondo de sí misma, encontraba esa emoción y la hacía aflorar a la conciencia. Es posible que en eso consista toda interpretación realmente buena. Fue profundamente triste ver lo que le estaba ocurriendo. Ya la conocía desde hacía diez años; la había elegido después de una prueba para el papel de Angela en La jungla de asfalto, un papel que Marilyn no le tenía que agradecer a nadie porque era condenadamente buena; fue su primer papel significativo: apenas tres escenas, pero representaron la (primera) prueba inequívoca de la gran actriz que era, aunque los estudios no supieran qué hacer con ella.

John Huston con Marilyn Monroe en el casino. 
(Fotografía de Eve Arnold.)

Una noche, durante el rodaje de The Misfits, Marilyn acompañó a Huston al casino (donde el director perdía lo que no está escrito). Cuando llegó su turno cogió los dados, los agitó en la mano y le preguntó al cineasta qué número debía pedir. Huston nunca apartaba los ojos de la mesa: Tú no pienses, cielo, sólo tira. Ésa es la historia de tu vida. No pienses, hazlo. Todo se mezclaba como sin querer en esa frase: el juego y la película, el azar y la dirección, la apuesta y el destino.


The Misfits era -es- un retrato de Marilyn. Un retrato cultivado en el surco de una herida, concebido en el vientre del desamparo. Arthur Miller y Marilyn Monroe alquilaron una casa en Long Island. El dramaturgo cuenta en sus memorias -A vueltas con el tiempo- que ella cocinaba tallarines caseros, le cortaba el pelo y paseaban por la playa desierta de Amagansett. A veces se paraban a charlar con los pescadores que echaban las redes desde los cabrestantes de sus viejas camionetas. Los pescadores se quedaban pasmados cuando Marilyn echaba a correr por la playa para devolver al mar las jadeantes "sobras" piscícolas que ellos no querían y que habían echado de las redes. Había en su interior por entonces una intensidad conmovedora, aunque algo enervante, un sentido de identificación insalubremente próximo a su miedo a la muerte. Un día tuvo que llevársela de allí tras devolver al mar una docena de peces uno por uno; se estaba quedando sin aliento, al borde del desmayo.


A cualquiera que haya visto The Misfits esta escena de la playa no puede sino traerle a la memoria el clímax de la película con Marilyn intentando salvar a los mustangs y devolverlos a las montañas. Pero hay más, había un motivo primordial para la felicidad de aquellos días en Long Island: Marilyn estaba embarazada. Para ella -cuenta Miller-, un hijo propio era una corona de un millar de diamantes. Un hecho que vuelve aun más farragosa esa interpretación del comportamiento insalubre de Marilyn.


Pero la dicha fue breve; no tardó en diagnosticarse que el embarazo era tubárico; hizo falta una intervención para interrumpirlo y mientras yacía en la cama del hospital su desamparo llegó a extremos casi insufribles. En pocas palabras: ella temía que Miller la abandonara. Ahora aquella escena de los mustangs cobra, si cabe, visos de desesperado desgarro que a Marilyn le salía de las entrañas.


El guión de The Misfits fue el gesto de Miller para demostrarle cuanto significaba para él. En la película que acabó siendo The Misfits -iluminada por Russell Metty-, la piel de la ficción apenas consigue envolver el documento de una Marilyn hecha cine en carne viva.


Cine frágil, desnudo, íntimo. Con el alma a la intemperie.

1 comentario:

  1. Como casi siempre que hablamos de una obra señera del cine, Cahiers du Cinéma publicó hace unos quince años un libro con las fotos que la Agencia Magnum realizó durante el rodaje de The Misfits, la película de Huston de la que hablas en esta última entrada. Por si eso no fuera bastante aliciente, incluía una entrevista con Miller, creador de la novela en la que se basa la película, marido de Marilyn Monroe en esos momentos y, a la sazón, privilegiado espectador del rodaje. El resultado final es una obra impagable: las fotos en blanco y negro hacen justicia a una obra maestra de Russell Metty, uno de los mejores directores de fotografía de la historia, en mi humilde opinión; pero es que la entrevista con Miller no tiene desperdicio, dentro de la cual hay una reflexión del dramaturgo americano que merece la pena pasar a la historia de la literatura o quizás sólo a la de los pensamientos inmortales. No la recuerdo con exactitud y ahora mismo no estoy en casa para comprobarla, pero la idea básica es “creé el personaje para que Marilyn pudiera dar de sí lo mejor de sí misma, para que demostrara lo buena que podía llegar a ser, y al final lo único que obtuve fue un divorcio”.
    Claro que para entender todo ello habría que repasar algo en lo que todos estaban de acuerdo: la malograda actriz no parecía hacer caso a nadie más que a una especie de directora de interpretación que estuvo todo el rodaje con ellos, una tal Strasberg –desconozco si tiene algo que ver con Lee, uno de los creadores del método Stanislavski en los EE. UU. -. Y lo cierto es que en no pocas fotos se la ve como una especie de sombra tenebrosa de la actriz, aspecto que resalta aún más si consideramos que siempre aparece vestida de negro.
    Es una pena que no mucho después de acabado el rodaje muriesen tanto Monroe, Clark Gable y Montgomery Clift, aunque en último término se nos antoja una forma de terminar casi justa con los personajes a la deriva que todos ellos interpretaban en la estupenda película de John Huston, que me parece es una de las mejores que rodó a lo largo de su dilatada carrera. Y perdona por la extensión de este comentario, Daniel.

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