A fuerza de no publicar no le quedó otra a Rulfo que hablar de por qué callaba y, a falta de cuentos, contó por qué no contaba, hasta destilar todo un fabulario sobre la orfandad de historias de un escritor callado, porque se le había muerto el tío Celerino. De tan verosímil la damos por verídica (hasta la verdad se inventa, decía don Antonio Machado; casi podríamos añadir que no queda otra sino inventarla). Tan verdadero deviene el tío Celerino en la voz de Rulfo que la inspiración -verídica- de Pedro Páramo resulta casi fantástica. El escritor se ganaba la vida como viajante -vendiendo cubiertas Goodrich- y volvió al pueblo de su infancia. Lo encontró abandonado:
La gente se había ido. Pero a alguien se le ocurrió sembrar de casuarinas las calles del pueblo. Y a mí me tocó estar allí una noche, es un pueblo donde sopla mucho el viento, está al pie de la Sierra Madre. Y en las noches las casuarinas mugen, aúllan. Entonces comprendí yo esa soledad.
Aquella noche del viento en las casuarinas resuena -en Pedro Páramo- en la voz de Damiana Cisneros que escucha Juan Preciado en Comala: Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.
Juan Rulfo
El gramático del silencio había llegado en la noche propicia para desenhebrar ese hilo aun enlanado (de una historia que llevaba tiempo incubando) y, cuando escuchó las voces de los muertos (antes de que se apagaran), inventó Comala con un abecedario de murmullos (de unos muertitos tan viejos ya, tan cansados, tan consumidos de soledad y con tantas ganas de callar). Aquella noche el viajante de cubiertas se transfiguró en amanuense de fantasmas.
(Las fotografía huérfanas de pie son obra de Juan Rulfo.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario