25/5/11

Un cineasta discreto


Hace un año vimos en Madrid Two Lovers (2008) de James Gray, una buena película que se estrenaba con dos años de retraso. A estas alturas no vamos a extrañarnos pero, si tenemos en cuenta que sus protagonistas son Gwyneth Paltrow y Joaquín Phoenix, y que el cine americano que llega a las carteleras resulta básicamente prescindible -bastan los dedos de una mano (cuando no sobran) para contar los filmes estimables al cabo del año (cuento los que llevo vistos, además del citado: La red social de David Fincher, Valor de ley de los Coen, Winter's Bone de Debra Granik y Toy story 3 de Lee Unkrich; una manita)-, suena sintomático que le haya costado tanto a la película de James Gray encontrar un hueco en las salas.

James Gray

Antes de Two lovers, James Gray dirigió tres largometrajes -Little Odessa (aquí, Cuestión de sangre, 1994), The Yards (La otra cara del crimen, 2000) y We Own the Night (La noche es nuestra, 2007)-, tres thrillers (no les viene grande la consideración de cine negro) y un melodrama, cuatro películas en catorce años. Alguna vez nuestro hijo nos ha comentado la injusticia que se comete con James Gray si no valoramos lo suficiente el hecho de que sólo ha hecho buenas películas; sólo cuatro, es verdad, pero las cuatro buenas. Y tiene toda la razón; si uno se pone a pensar, a ver cuántos cineastas pueden presentar una hoja de servicios semejante; quizá sólo otro cineasta de la misma generación -y amigo suyo- Paul Thomas Anderson.


Además, eran las películas que quería hacer y luchó durante años para hacerlas como y con quien quería hacerlas, es decir, para mantener el control de todo el proceso de producción que finalmente consiguió con Two Lovers. Basta recordar que tuvo que batirse con los hermanos Weinstein  para acabar La otra cara del crimen -casi- como quería, después de una conflictiva preproducción defendiendo su visión de la película, aunque los susodichos hermanos se tomaron la revancha olvidando la película un año entero y estrenándola luego de mala manera y casi de tapadillo. Un independiente vocacional, vamos, pero un independiente con algunos rasgos distintivos que vale la pena señalar: Gray hace películas que encuentran fácil acomodo en los géneros -el thriller para los tres primeros (y aun merecen definirse como cine negro) y el melodrama para el último-, carece de pretensiones autorales y tampoco busca integrarse en la industria de Hollywood. ¡Te sientes liberado de una pesada carga cuando eres el responsable de todo y sabes que es contigo con quien la gente la tomará en caso de problemas!, comentó tras la experiencia de Two Lovers.



Two Lovers es una historia de amor que bebe en las Noches blancas de Dostoievski -adonde llegó, confiesa el cineasta, no desde la adaptación de Visconti, sino a través del descubrimiento de Ana Karenina- y en Vértigo de Hitchcock, que les proyectó a los actores al comienzo del proceso de preparación del filme, aunque también encontramos ecos de La ventana indiscreta. De todas formas -y las formas no deben tomarse en vano- conviene poner las fuentes y las referencias entre paréntesis, porque, sobre todo, estamos ante una película de James Gray que, a partir de unos mimbres genéricos -y aun trillados- del melodrama romántico, se distingue por un exquisito cuidado de la puesta en escena, donde los planos -ángulo, encuadre, composición de figuras y fondo, iluminación (de Joaquín Baca-Asay)...- destilan ideas.

 Leonard con Sandra, rodeado por fotos familiares 
(promesa de refugio, amenaza de reclusión); 
abajo, con Michelle, en la parada del metro 
(promesa de huida, amenaza de extravío) 

Pero donde se la juega -y gana- James Gray es en el dibujo del triángulo amoroso, la piedra angular de la construcción dramática de Two Lovers: un bipolar Leonard (Joaquín Phoenix) atrapado entre dos polos de atracción Michelle (Gwyneth Paltrow) y Sandra (Vinessa Shaw), entre la mirada y el miramiento, entre el arrebato y el sosiego, entre la intemperie y el cobijo. Y gana porque ambos polos resultan convincentes, es decir, porque encarnan el dilema del protagonista y dibujan la tortuosa encrucijada que vive -Michelle representa aquello de lo que debería apartarse; Sandra, aquello de lo que quiere apartarse-, porque ambas mujeres dejan a su paso un rastro de sombra y ofrendan una promesa de abismo: he ahí el vértigo. Y porque, contando una historia tan contada, el cineasta cuenta una historia que merece ser contada, justo porque las emociones de los personajes palpitan y reverberan en las imágenes.




¿Qué nos gusta de Gray? Quizá, sobre todo, la sensualidad que destilan las formas de sus películas mientras los fantasmas del cine clásico reaparecen en el presente, unas formas que han transfigurado la mitología -de los géneros- del cine y han decantado su esencia para envolver la piel de lo real que aprehende la mirada del cineasta.



Por así decir, en las películas de Gray resuena el cine, o mejor, la memoria del cine, lo que hemos visto: una puesta en escena donde los espacios, los cuerpos, las luces, las sombras y el tiempo que pasa y pesa transita con fluidez entre el detalle concreto (el guante que Sandra le regala a Leonard en Two Lovers) y la abstracción (la idea de abrigo), entre la realidad y el deseo o el sueño (Leonard entre Sandra y Michelle).


Gray es un cineasta de universos familiares, en una doble vertiente: entramos en sus películas como en una casa familiar y la casa familiar representa un espacio dramático relevante y revelador a través de sus rutinas -y rituales- cotidianos.


De una u otra forma los protagonistas de Gray han de volver a casa, una casa que a veces es una cárcel y a veces un refugio, pero que los atrapa siempre, para fagocitarlos, como a Mark Wahlberg en La otra cara del crimen, o para vampirizarlos, como a Joaquín Phoenix en  La noche es nuestra, que se ve empujado a elegir entre dos familias -la suya (de policías, de la que se separó) y la de la mafia (que lo adoptó)-; los protagonistas de las películas de Gray devienen hijos pródigos a su pesar, arrastrados a un descenso a los infiernos amojonado por la violencia y la autodestrucción. En definitiva, la familia deviene un reino de sombras que impregna el tejido fílmico de las películas de Gray, deudor confeso del Coppola de El padrino, de tal forma -la forma otra vez- que la cuestión de la sangre representa la trama principal de sus películas: el malestar de los hijos pródigos, vástagos dolientes, extraños en casa.


Descubrimos el cine de Gray hace diez años con La otra cara del crimen, no sé si es la mejor de sus películas o la más hermosa, tengo pendiente revisarla, pero conserva aún el aura que envuelve a un filme que nos reveló a un director que no debíamos perder de vista, justo porque no llamaba la atención, porque se trataba de un cineasta discreto que hace películas familiares.

James Gray en el rodaje de La noche es nuestra

2 comentarios:

  1. ¡Estos son los buenos! Discretitos, sin hacer ruido. Ganas de verla y de ponerme al día con el resto de su filmografía.
    Gracias.

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  2. Sólo vi Two Lovers, y, confieso, me gustó poco. Pero no había leído esta entrada, claro. No vi las otras. Cuando Jose las vea, ya me las pasará. Abrazo.

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