24/5/15

La película de nunca acabar


En los primeros noventa (del siglo pasado) impartí Historia del Cine (además de Guión) en la Escola de Imaxe e Son de A Coruña. Procuraba articular las clases -una sesión semanal de un par de horas- en torno a historias ejemplares que evocaran (acercaran, pintaran o revelaran) una época, una corriente, una poética. Una de esas historias tenía a Orson Welles como protagonista.

Welles dirige a Anthony Perkins 
en El Proceso.
(Fotografía de Nicolas Tikhomiroff.)

Les contaba que tras el rodaje de El proceso -uno de los más felices que vivió el cineasta- a principios de junio 1962, cogió las latas de material revelado y se largó de París. Y desapareció. Los productores, alarmados, reclaman su búsqueda, incluso por la Interpol. Al final lo encuentra la Guardia Civil en una cueva del Sacromonte. Welles la había amueblado con una gran cama con cabezal de hierro, comprada en un anticuario de Granada, y una moviola (con la que viajaba siempre) dedicado en cuerpo y alma al montaje de la adaptación de la novela de Kafka, que acabará estrenándose en diciembre. ¿De dónde había sacado esa historia? La había leído en alguna parte, pero en todos estos años perdí la pista de la fuente.

En el rodaje de El proceso,
Welles con Anthony Perkins.
Debajo,  Romy Schneider, en primer término;
detrás, Welles con Anthony Perkins.
(Fotografía de Nicolas Tikhomiroff.)

La historia ejemplar venía (viene) a cuento, claro, de la poética de Welles, un cineasta melancólico (saturnal) que necesitaba llevar entre manos tres o cuatro proyectos para desvivirse por uno de ellos, y entonces le costaba un mundo ponerle punto final. Más precisamente: no es que le costara terminarlas, es que no podía abandonarlas. Por eso ponía tierra de por medio para que los productores no se las arrancaran de las manos. Nunca encontró un productor más paciente que Emiliano Piedra; un año se pasó montando Campanadas a medianoche, y aun seguiría. Jesús Franco, que lo conoció bien durante ese rodaje, se refirió a Welles como un enfermo del montaje. Y quizá ninguna película (inacabada) como su Don Quijote deviene un espejo de su carácter.

Welles con Akim Tamiroff en el rodaje de Don Quijote.

Se pasó años rodando material con su Cameflex (tampoco viajaba sin ella), montando, volviendo a rodar escenas pero con nuevas ideas, y a montar otra vez; trabajando como actor para ganar dinero para continuar su Don Quijote. (Tenía razón quien dijo que ejercía de actor profesional para poder rodar como director amateur, o sea, por amor al cine.) En 1970 Bogdanovich le pregunta a Welles cuándo cree que podría terminar la película (Francisco Reiguera, que encarna al caballero andante, ya había muerto un año antes):
Así es como voy a titularla: ¿Cuándo vas a terminar Don Quijote? 
Y se echan a reír. Welles comenta que empezó a rodar las primeras tomas en 1955 en el Bois de Bologne (sólo que entonces, aunque Akim Tamiroff ya era Sancho Panza, era Mischa Auer -y no Francisco Reiguera- quien encarnaba a don Quijote). O sea, quince años antes de la conversación con Bogdanovich y, como aquel que dice, murió quince después con su Don Quijote en la moviola. Seguro que Welles conocía aquello de Valéry:
Un poema no se termina, se abandona.
Pues de las películas ni te cuento, pensaría el cineasta. Y cuando dependía sólo de él acabarlas, ni por asomo.


Hace quince días, leyendo Las cosas que hemos visto. Welles y Falstaff de Esteve Riambau, un espléndido estudio sobre Campanadas a medianoche (de todas las suyas, la más amada por Welles), encuentro en la página 199 (casi) la misma historia (ejemplar) contada por Jesús Franco: tras el rodaje de El proceso huye de Francia con todo el material...
Lo buscó hasta la Interpol y lo encontraron en un pueblecito de la provincia de Córdoba donde él había alquilado una casa y dos moviolas.
La verdad, suena sosita. ¿La habrá quijoteado uno con la cueva del Sacromonte, la cama de anticuario y la Guardia Civil? Creo que no. Y juraría que tampoco lo soñé. Pero quién sabe.

¿Qué le habrá contado Welles, que Perkins se destornilla?
(Fotografía de Nicolas Tikhomiroff.)

Para quienes amen el cine de Welles -y no digamos para quienes las Campanadas les hagan latir más fuerte el corazón- el libro de Riambau resulta imprescindible. Dicho esto conviene mencionar obras de referencia como Orson Welles. España como obsesión de Juan Cobos y Orson Welles. Una España inmortal (también) de Esteve Riambau; sin olvidar Orson Welles en acción de Jean-Pierre Berthome y François Thomas, y por supuesto el inagotable Ciudadano Welles -citado más de una vez en la escuela-, que recoge las conversaciones del autor de las Campanadas con Bogdanovich.

Welles durante una lectura (del guión) con los actores 
en el rodaje de Campanadas a medianoche

Os dejo una (estupenda, y hasta emocionante) entrevista con Welles realizada por Bernard Braden en un hotel de París en 1960, un programa para la CBC (Canadian Broadcasting Corporation) dirigido por Allan King -Orson Welles: The Paris Interview-, que emitió subtitulado el Canal Encuentro de Argentina:


Welles asegura que ¡ha terminado su Don Quijote! -una película experimental-, y probablemente estaba convencido a esas alturas. Hay un momento especialmente revelador cuando asegura:
No me considero un profesional. Soy básicamente un aventurero.
La gente seria y profesional es la que hace verdaderas aportaciones al arte, pero...
 Yo no quisiera ser como ellos.
Porque hay otras lealtades más importantes que con el arte. Por eso queremos tanto a Welles.

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