Nuestros cantos serán silenciados,
pero qué importa.
Seguid cantando.
Orson Welles, F for Fake.
Aquel que gobierna los accidentes.
Pero si recordamos la penúltima, F for Fake (1973), un filme-ensayo que deviene una suerte de poética del cineasta, entonces la figura del director cobra visos de un mago, o sea, un impostor que domina el arte de hacer creer. En fin, un cuentista. Desde luego, Welles era un narrador soberano. Un alquimista genial con una moviola por atanor.
En apenas trece películas (terminadas) legó una obra inagotable. Nadie lo dijo mejor que Godard:
Orson Welles es el único con Griffith -uno en el mudo, otro en el sonoro- que ha desencadenado ese maravilloso tren eléctrico, aquel en el que no creían los Lumière. Todos los cineastas, siempre, le deberemos todo.
Aunque nada nos consolará nunca de un filme masacrado como The Magnificent Ambersons (1942) y de ese cine invisible, escondido en las películas que no pudo terminar.
El 18 de febrero de 1979, Welles publicó en Los Angeles Times un obituario de Jean Renoir, quizá el cineasta por el que sentía más devoción en sus últimos años. Al final, traía a cuento un comentario del director de Le déjeuner sur l'herbe...
Todo artista tiene que ir veinte años por delante de su tiempo y esto resulta mucho más duro para el artista de cine [quizá recordaba a Stroheim], porque el cine insiste en estar veinte años por detrás del público.
Llevamos treinta años sin Welles.
(Las imágenes, fotogramas de F for Fake.)
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