28/12/14

Pasarlo pipa


Hace unas semanas, mi hermana me pidió cinco o seis líneas que destilaran el placer -el arrobo, el transporte, el viaje- que depara el cine. Unas líneas para un folleto con la programación de un cine-fórum que montó con el CRA (Colexio Rural Agrupado) Mestra Clara Torres de Tui que dirige. Tentado estuve de decirle que buscara esas cinco o seis líneas en las más de 900 entradas que amojonan esta escuela, que no habla de otra cosa. Pero yo conozco a mi hermana. Así que... obedecí. Por un momento estuve a punto de ponerme estupendo y aliñar la faena con una cita sacada de los diálogos de Brigitte et Brigitte (1966), un filme de Luc Moullet:
-¿Cuál es tu sueño más caro?
-Morir durante una proyección.
O quizá podría haber descrito la escena que prefiero de Cinema Paradiso (1988), de Giuseppe Tornatore, aquélla en que Alfredo, el proyeccionista (el operador de cabina, el maquinista) encarnado por el gran Philippe Noiret, lleva la película de Totó, mediante un juego de espejos y ante los ojos maravillados del niño aprendiz (más que cinéfilo, hijo adoptivo del cine: el cine de Alfredo), desde el cine Paradiso hasta la plaza del pueblo, para que la disfruten también los que no encontraron sitio en la sala. Una suerte de milagro de los panes y los peces.


Y a punto estuve de mandarle esta sucesión de fotogramas de Nana/Anna Karina -radiante de lágrimas (Raymond Bellour)- en Vivre sa vie (1962), de Godard, viendo en un cine La pasión de Juana de Arco (1928) de Dreyer. Uno de los emblemas de esta escuela.


Más que un mirar de Nana/Anna, vemos cómo la película de Dreyer la mira, cómo le desnuda el alma: no hay una mirada más íntima que la del cine que nos mira. Al final escribí cinco o seis líneas. Estas líneas (traduzco del gallego):
Hay películas que miramos. En la pantalla se abre una ventana sobre el mundo (cómo fue, cómo habría sido, como llegaría a ser, cómo es). El mejor cine es siempre un arte comprometido con el presente, un espejo sobre el mundo en que vivimos. 
Pero hay películas que nos miran. En la pantalla se abre una ventana que ilumina nuestra intimidad. El mejor cine es siempre un espejo que nos retrata. Esas son las películas que nos cambian. 
Así, el cine representa una experiencia de la mirada como medio de conocimiento.
 Fotograma de La regla del juego (1939), de Jean Renoir.

Pero nadie lo dijo mejor que Jean Eustache:
El cine es pasárselo pipa. No hay ninguna película de Renoir, por trágica que sea, con la que no me lo pase pipa, aunque esté llorando todo el rato.  
Fotograma de Mes petites amoureuses (1974) 
de Jean Eustache. En el cine del pueblo pasan
Pandora y el holandés errante (1950) de Albert Lewin 
y Daniel (trasunto de un adolescente Jean Eustache)
se extasía ante Ava Gardner.

Hoy, día de los Inocentes, se cumplen 119 años de la primera proyección cinematográfica de los Lumière. Celebremos entonces 119 años de pasarlo pipa. Con una de esas películas que vieron nuestra infancia, fieles a la memoria -como decía Serge Daney- de lo que un día nos estremeció. Pongamos por caso, Pasión de los fuertes, El capitán Blood, Scaramouche, La tumba indiaEl mundo en sus manos, La mujer pirata, Hatari...

John Ford con una manta -regalo de los navajos- 
durante el rodaje de Centauros del desierto.

(La verdad, de mil amores me iría un par de meses a París: en la Cinemateca Francesa le dedican una grandiosa retrospectiva a John Ford; más que un cineasta clásico, un inmenso artista americano, dice el programa. Para pasarlo pipa.)

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