El 66-67 fue un curso movido para Anne Wiazemsky. Se enamoró de Godard mientras veía Pierrot le fou y cuando ve Masculin Fëminin le escribe una carta (como había hecho Ingrid Bergman con Rossellini; ella no lo sabía, pero Godard lo sabía de sobra). Lo había conocido unos meses antes, en el plató de Au hasard Balthazar, una de la cumbres de Bresson, pero el amor prendió al calor de las imágenes de aquellas películas,
Anne Wiazemsky en un fotograma de Au hasard Balthazar.
Luego rodaron La chinoise y se casaron. (Godard quiso rodar con ella La prisionera, la quinta parte de En busca del tiempo perdido de Proust, pero no pudo conseguir los derechos; al parecer, la sobrina y heredera del escritor consideraba que aquello estaba por encima de las posibilidades del cineasta y había pensado en un director más importante. Hay miopías y hay cegueras. Una pena que Godard no la hubiera rodado... con Anna Karina como Albertine. Lo que más temía Anne Wiazemsky cuando rodaba La chinoise era que la compararan -son sus palabras- con la maravillosa Anna Karina. No voy a disculparme por la maldad; además, estoy seguro que Ángeles me la consiente y perdona.)
Anne Wiazemsky en un fotograma de La chinoise.
Cuenta Anne Wiazemsky en Un año ajetreado ("un año estudioso", en una traducción ajustada al original) que pasaba horas en la cafetería de la facultad de Nanterre leyendo los libros que Godard le regalaba, por ejemplo el diario de rodaje de La Bella y la Bestia de Jean Cocteau.
Cocteau, en el centro, durante el rodaje
de La Bella y la Bestia.
Las penalidades físicas y los tropiezos de la producción que debió afrontar Cocteau lo trasfiguraban a ojos de Anne en un mártir y...
Jean-Luc [Godard] veía en aquel heroico rodaje la genuina encarnación de la nobleza del cine.Para el director de Bande à part era el más hermoso libro de cine que se había escrito. Se publicó en 1946, el mismo año del estreno de la película, celebrada por Godard en el capítulo 3b de sus Histoire(s) du cinéma, justamente titulado Une vague nouvelle. Un texto germinal aquel diario -tentando estuve de escribir texto sagrado- para los cineastas de la nouvelle vague -los Rohmer, Rivette, Chabrol, Truffaut, Godard...-, donde el magisterio de Cocteau fluye como una (secreta) corriente subterránea. Lo acaba de editar Intermedio.
Lo leo despacio. Es de esos libros que uno debiera haber leído hace cuarenta años. Es de esos libros que hay que leer a los veinte años. Entonces sí, habría sido el mejor libro de cine jamás escrito. Ahora es un hermoso libro que uno lee con la mirada en el retrovisor. Con melancolía. Entonces viene muy a propósito un fundido a negro. Para volver a la edición de Intermedio. Ya comenté aquí otro de sus libros, el delicioso Amistad de Samson Raphelson, así que ya no me resulta una sorpresa el buen gusto para la cubierta y el papel, la buena traducción y las (oportunas y golosas) notas de Vanesa G. Cazorla para este diario de rodaje de La Bella y la Bestia. Notas como la de la página 100, pongamos por caso, donde trae -y viene- a cuento la banda de los cuatro, como se refirió Godard a unos escritores -Jean Cocteau, Marcel Pagnol, Sacha Guitry y Marguerite Duras- que hacían mejores películas, más atrevidas y arriesgadas que los propios cineastas; unos escritores que desde el principio habían amado el cine y se dejaron tentar, como seducidos por una princesa o embrujados por el mago Merlín.
Digamos que estaban casados con la literatura, pero el cine era su amante. Después ya no sabían con cuál de las dos quedarse. Eso era lo que nos gustaba. Este es un hecho típicamente francés, no se dio en ningún otro lugar.
Quizá la escena más hermosa de La Bella y la Bestia,
hilvanada por Godard en una bella secuencia
de Une vague nouvelle.
hilvanada por Godard en una bella secuencia
de Une vague nouvelle.
Me cuesta mucho trabajo hacer comprender a los actores que el estilo de la película exige un realce y una falta de naturalidad sobrenaturales. Hablamos poco. No se pueden permitir la mínima imprecisión. Las frases son muy breves y precisas. El conjunto de estas frases que tanto desconcierta a los intérpretes y les impide actuar, forma los engranajes de una enorme maquinaria incomprensible en detalle. Por momentos, me da vergüenza exigirles una disciplina que tan sólo aceptan por la confianza que tienen en mí: una confianza que usurpa la mía y que me hace temer que no soy digno de ella.
Vivir y trabajar juntos, y hablar sobre el trabajo son para mí el colmo del lujo.
Nunca alabaré lo suficiente a los maquinistas y los eléctricos que nos ayudan. Es una maravilla verlos trabajar tan rápido y sin asomo de mala gana. Colaboran en la película. La quieren. La comprenden y se inventan mil cortesías para agradarme.
Estoy contando un cuento, como si escondido tras la pantalla estuviera diciendo: Entonces, sucedió tal o cual cosa. Los personajes no parecen vivir una vida real, sino una vida contada. Quizá deba ser así en un cuento de hadas.
En una película hay un montón de gente implicada, por lo que el sentido de la responsabilidad se vuelve visible, implacable, obligando al director a vencer la duda y las debilidades. Un mínimo signo de desánimo haría que el equipo se desmoralizara. Imagino que es una obligación parecer seguro de sí mismo, lo cual, a la larga, otorga a los directores tanta seguridad.
Alekan [el director de fotografía] ha logrado un estilo sobrenatural dentro de los límites del realismo. Es la realidad de la infancia. El país de las hadas sin hadas. El país de las hadas en la cocina.
Fotograma de La Bella y la Bestia.
La Bella y la Bestia, diario de rodaje, la rosa (del cine) de Cocteau.
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