21/12/14

Colmos


Leyendo estos días el diario de rodaje de La Bella y la Bestia de Cocteau, recordé el primer diario de rodaje que leí (tampoco es que se hayan publicado tantos), el que escribió Truffaut durante el rodaje de Fahrenheit 451 en los primeros meses de 1966 en Londres.

Truffaut con Julie Christie en el rodaje de Fahrenheit 451.

El libro incluye también el guión de La noche americana. Compruebo que lo compré en la (desaparecida y añorada) librería Michelena de Pontevedra el 30 de agosto de 1982.


Hojeo el diario de rodaje de Fahrenheit 451. Qué insólito me resultó entonces que se pudiera rodar una película y los días libres -o aun tras una intensa jornada de rodaje- ir al cine. Pensaba uno que rodar una película representaba un trabajo tan absorbente y avasallador que no dejaba margen para otras. Pero Truffaut rodaba la suya e iba a ver otras películas (las películas de otros), lo que me parecía ya el colmo jubiloso del cine. Por ejemplo, iba a menudo al cine con Suzanne Schiffman, su inseparable script, al British Film Institute donde vieron -con Godard, que había ido a visitarlo (aún eran muy amigos)- Capricho imperial de Sternberg o al National Film Theater donde pasaban todo un ciclo dedicado a Jean Renoir, un cineasta venerado (también) por Truffaut: por ejemplo, el jueves 10 de febrero van a ver La regla del juego (1939) y el sábado 19, Esta tierra es mía (1943). Ese día escribe:
Lo más agradable que hay en el oficio de cineasta es que se puede no parecer nada, parecer un idiota o simplemente un tipo que ha filmado la belleza por casualidad.
El sábado 26 de febrero, Memorias de una doncella (1946), y el sábado siguiente, La carroza de oro (1953), y el domingo anota:
Cuando se rueda, resulta estimulante ver obras maestras y desmoralizador ver películas mediocres o tan sólo regulares. 
Y encuentro alguna que otra entrada que había olvidado por completo. La del 3 de mayo, pongamos por caso, cuando ya trabaja en el montaje de la película. Comenta que en la moviola -la mesa de montaje- se llega a saber mucho de los actores, mucho más de lo que nunca contarán a nadie. Por así decir, la moviola los desnuda. Para Truffaut, sólo en la mesa de montaje se conoce a un actor -a una actriz- y por eso quiere volver a rodar otra película con los -las- que le gustan cuando los -las- ha descubierto ahí, desnudos -desnudas-. (Quiere volver a rodar con Jeanne Moreau y hacer La novia vestía de negro, cuando la ha descubierto -de verdad- en la moviola, montando Jules et Jim.)
Se puede ver si eran felices o infelices tal día, si habían hecho el amor o se encontraban indispuestos.
De las tres mil películas que ha visto Truffaut, el mejor plano que desnuda a una actriz figura en Cantando bajo la lluvia (1952), de Stanley Donen y Gene Kelly, una de sus películas preferidas. Vale la pena traer aquí la evocación de Truffaut:
Hacia la mitad del film, Gene Kelly, Donald O'Connor y Debbie Reynolds, tras un momento de desánimo, recobran las ganas de vivir y se ponen a cantar y bailar en el apartamento. Su baile les lleva a saltar por encima de un sofá sobre el que deben caer los tres, sentados uno junto a otro. Durante su caída bailada por encima del sofá, Debbie hace un gesto decidido y rápido con la mano, bajándose con habilidad su pequeña falda rosa arrugada sobre sus rodillas, de modo que no puedan verse sus bragas cuando cae sentada.

Bueno, sí, la falda de Debbie no es rosa sino azul (la memoria, ya se sabe, pinta como y donde quiere), y en esta imagen de Cantando bajo la lluvia el gesto ya ha sucedido unos fotogramas antes. Pero Truffaut lo recuerda a la perfección y no exagera lo más mínimo. Es un gesto tan breve como raudo. Justo en el momento de caer sentados. Cuesta verlo y casi resulta imperceptible. Visto y no visto. Podéis probar; el gesto de Debbie Reynolds se produce en el 3' 39":


¿A que es un visto y no visto? ¿Cuántas veces le habrá puesto los ojos encima Truffaut? Sigamos con la cita:
Ese gesto rápido como el rayo es hermoso porque en la misma imagen tenemos el colmo de la convención cinematográfica (gente que canta y baila en lugar de andar y hablar) y el colmo de la verdad, una damisela cuidadosa de no mostrar su trasero. Todo esto ocurrió una sola vez hace quince años y duró menos de un segundo, pero fue impresionado sobre la película de modo tan definitivo como la llegada del tren a la estación de la Ciotat. Esos dieciséis fotogramas de Cantando bajo la lluvia, ese hermoso gesto de Debbie Reynolds, casi invisible, ilustran a la perfección esta segunda acción de las películas, esta segunda vida, legible en la moviola.
Por la rendija de esos dieciséis fotogramas hemos entrevisto a Debbie Reynolds, desnuda de Kathie, el personaje que encarnaba (y con el que se enmascaraba) en Cantando bajo la lluvia.  ¿Hace falta decirlo? Por esa rendija del azar se ha asomado la vida. El (otro) colmo del cine.

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