17/5/20

Un cinéfilo habanero


Hacia finales del año pasado me enteré, gracias a un tuit de Roger Koza, de la publicación de El fantasma material, de Gilberto Pérez, publicado por Los Ríos, la editorial argentina de Córdoba. Ya quisiera uno haberlo podido leer en inglés hace como veinte años.


Durante el mes de enero traté de conseguir la edición de Los Ríos en un par de librerías. Esperé semanas y no hubo noticias. El 20 de marzo lo pedí a través de una web (sin gastos de envío). Y esperé. A finales de marzo llegó la noticia de que el proveedor argentino aceptaba el pedido. Y esperé. A finales de abril supe que el libro estaba viajando. Y esperé. Una semana después imaginaba que cruzaba el Atlántico en bergantín o goleta. Llegó el jueves.


Hasta el jueves sólo había leído algunos textos de Gilberto Pérez, pongamos por caso El puente y la balada, sobre Toni (1935), de Renoir. Desde el jueves tengo El fantasma material como libro de cabecera. Hay que leerlo -y disfrutarlo- despacio, recordando las imágenes que evoca, y aun volviendo a ver aquella escena de El intendente Sansho o de Carta de una desconocida o de El navegante o de Tabú o de La regla del juego... que acaba de comentar en esta, esa o aquella página. Gilberto Pérez deambula por el cine como por su barrio y visita la casa de Murnau o se detiene en un pasaje entre Buster Keaton y John Ford, y más allá entre Griffith y Eisenstein o al doblar una esquina donde Renoir se encuentra con Brecht. De momento sólo leí 200 y pico páginas de las más de 500 que agavilla El fantasma material (traducido por Luciana Borrini), pero en lo que llevo leído ya encontré algunas de las más espléndida e iluminadoras páginas que haya leído nunca sobre el cine Buster Keaton (el capítulo 3, El equilibrista desconcertado) y sobre el Nosferatu de Murnau (el capítulo 4, El mortal espacio intermedio).


Espigo apenas un par de citas del libro con ecos del título:
El proyector, la linterna mágica, anima los rastros de luz con su propia luz, le da a las impresiones de la vida una nueva vida en la pantalla. Las imágenes de la pantalla conservan algo del mundo, algo material y, no obstante, es algo transferido, transformado en otro mundo: el fantasma material. De ahí la peculiar cercanía a la realidad y la no menos peculiar suspensión de la realidad, la unión del mundo real y ese otro mundo característico de la imagen cinematográfica. (págs. 46-47)
El poder evocador del cine de Keaton surge en gran medida de la forma en la que combina (...) lo real y lo espectral, la realidad y una sensación de extrañeza propia de los sueños; el costado onírico de sus composiciones hacía que todo fuera más cautivador por estar materializado de una forma tan convincente. Para Keaton el mundo era ya un lugar real e irreal a la vez, y adoptó el cine por ser un medio real e irreal: el fantasma material. (pág. 146)

Al cine le gusta que se hable de él, decía Antoine de Baecque y le gustaba citar a Bénard da Costa. Al cine no sólo le gusta que se lo palabree, lo necesita. Las palabras que lo nombran, las historias que lo cuentan, las discusiones que lo hacen revivir, modelan su verdadera existencia. Cada remembranza deviene un don para una película: su verdadero valor. Todo eso depara la escritura de Gilberto Pérez en El fantasma material, donde conjuga  devoción y reflexión, pasión e iluminación, gracia y elocuencia. Y un amor al cine que germinó en la infancia, como evoca en las primeras líneas del libro:
La Habana donde crecí era una gran ciudad para ir al cine. Era la La Habana de los años 50, durante la dictadura de Batista, por eso no era la mejor época. Pero era un buen momento y lugar para que un chico empezara a ir regularmente al cine. En las pantallas de mi ciudad se exhibían películas de todo el mundo: todas las películas de Hollywood y, además, muchas películas de Italia y Francia y Rusia, de México y España y América del Sur, de India y Japón y Escandinavia, y no sólo algunas películas para entendidos. Mi cine preferido, el Capri, tenía regularmente un programa internacional de películas, de modo que en una misma programación podía ver El cuentero [Il bidone] (Fellini, 1955) y Casta de malditos [The Killing] (Kubrick, 1956), o El oro de Nápoles (De Sica, 1954) y Un americano en París (Minnelli, 1951), o Madame de... (Ophüls, 1953) y Ensayo de un crimen (Buñuel, 1955).
El fantasma material puede leerse como la carta de amor al cine de Gilberto Pérez, un cinéfilo habanero.

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