Esto va de cocina. ¿De qué iba a ir si no? De la cocina del guión all'italiana. Lo cuenta Ugo Pirro en Celuloide, ese libro espléndido que ya cité más de una vez, entre otras a propósito de Paisá, de Rossellini, o de Ladri di biciclette, de De Sica. En aquellos días inciertos que siguieron a la ocupación en Roma, después del toque de queda, Rossellini dormía con frecuencia en la via Gregoriana, en casa del escenógrafo Gastone Medin, y allí se encontraba con Ivo Perilli, el guionista habitual de Mario Camerini.
A Perilli le encantaba montar artefactos narrativos pillando un personaje de esta novela, otro de ésa y otro más de aquélla, aliñándolos aún con algunos de este drama o de aquella tragedia. Rossellini pasaba horas escuchándolo, sin distraerse pero con un aire distante, cautivado pero disimulando su interés. A menudo, Perilli se perdía en sus recuerdos y no remataba el relato, como quien pierde alguna que otra pieza del rompecabezas.
Singular figura de guionista, amigo de escritores y pintores era como el perejil: en cada guión que se escribía siempre llegaba el momento de recurrir a Ivo Perilli, pero ¡cuidado con hacerle escribir!Bien, ya os podéis imaginar que es uno de mis héroes. No hacía falta más, aun así mencionaré apenas tres películas -ya legendarias- que firmó. Riso amaro (1948), de Giuseppe De Santis (uno de esos filmes míticos con un guión cocinado all'a italiana con seis guionistas acreditados, entre ellos Perilli, aunque hubo otras manos en el aliño, pongamos por caso Mario Monicelli).
Anna (1951), de Alberto Lattuada (aquí, cinco guionistas acreditados, y Perilli por el medio), con esa escena de Silvana Mangano bailando El negro zumbón, citada con deleite por Nanni Moretti en Caro diario.
Podría contaros muchas más cosas sobre la cocina del guión all'italiana (o eso dice Ángeles), pero ¡cuidado con hacerme escribir!
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