Tengo la impresión de que todos somos
hijos de Los amantes de la noche.
No se me ocurre una declaración cinéfila más bella que esta de Claire Denis. La cinefilia como filiación con el cine, o mejor, con una forma de ver del cine, con un cineasta, con una película. Los amantes de la noche, así se tituló aquí -como en Francia (Les amants de la nuit)- They Live by Night (literalmente, "Viven de noche"). En Portugal, Fihlos da noite. ¿Puede haber un título más cinéfilo para la opera prima de Nicholas Ray? Hijos de la noche. Qué título tan bien traído para la historia de amor de Keechie y Bowie, dos huérfanos que sólo la noche cobija. Y ya no digamos para nuestra historia de amor con el cine.
Todo empezó por una novela de Edward Anderson, Thieves Like Us (aquí, Son ladrones como nosotros, habría quedado mucho mejor sin el "son"), que había comprado la RKO por 10.000 dólares en 1941. John Houseman, el productor de They Live by Night, cuenta que después de las tentativas fallidas de adaptación por sucesivos guionistas (uno de ellos Dudley Nichols), como le gustaba tanto la novela se la dio a leer a Nicholas Ray, que estaba familiarizado con el universo del libro, había recorrido aquellos lugares con Alan Lomax en 1939, grabando a cantantes folk y blues, como Leadbelly, para la Biblioteca del Congreso, y -son palabras de Houseman (en su autobiografía, Front and Center, publicada en 1979)- sabía más que nadie sobre los años de la Depresión en el Suroeste. A Ray le entusiasmó la novela y se embarcó en un tratamiento con ánimo febril. El productor recuerda que...
Ray escribió dos tratamientos de Thieves Like Us, en abril y agosto de 1946. Puso un acento inusual en el sonido, por ejemplo en esos trenes que pasan pero casi nunca vemos, y en el uso diegético de la música -anotando las canciones que se escucharían- y de la radio, con efectos narrativos y dramáticos (Ray había trabajado con Lomax, a principios de los 40, en un programa de radio de la CBS donde participaron los principales cantantes de folk).
Según Bernard Eisenschitz, Ray destiló un viaje íntimo, lírico y autobiográfico, donde resuena su experiencia vital, su sensación de extrañamiento ("Soy un extraño aquí" es el título de todas mis películas, llegó a decir el cineasta, y la banda sonora de They Live by Nigh incluye un blues titulado I'm a Stranger Here, otros de los títulos que -como veremos- se barajó para la película), su propensión a la errancia, la historia de amor que vivió con su primera mujer, la periodista Jean Evans, que siguió siendo su amiga y veía en la historia de Keechie/Cathy O'Donnell y Bowie/Farley Granger muchas cosas de su propia relación con el cineasta. Pero no sólo ella: Connie Bessie, otro de los amores de Ray en los años 40 (trabajaron juntos en la radio), que también siguió siendo amiga suya y lo acogerá en su casa, en la calle Sullivan de Nueva York, a principios de los 70, habla de They Live by Night como de su historia con Nick. Quizá, después de todo, They Live by Night cuenta la historia de amor según Nicholas Ray.
Tal era la pasión de Ray que Houseman nunca dudó de que acabaría dirigiendo la película, pero despidieron a William Dozier, el jefe de producción que había aprobado el proyecto, y el nuevo ejecutivo de la RKO no tardó en cancelarlo; los gerifaltes no lo consideraban comercial ni veían con buenos ojos ponerlo en manos de alguien sin experiencia como director; Ray sólo había trabajado en el cine como ayudante de Kazan en A Tree Grows in Brooklyn (1945). A Houseman...
Aquel coitus interruptus -son palabras del productor- los dejó presos de desasosiego e impaciencia que trataron de aliviar con un musical en Broadway, Beggar's Holiday, una adaptación de la obra de John Gray (que Brecht había convertido en La ópera de cuatro cuartos) con libreto de John La Touche y partitura de Duke Ellington, producido por Houseman, dirigido por Ray y coreografiado por Valerie Bettis (en el cine coreografió escenas de Rita Hayworth: Trinidad Lady y I've Been Kissed Before, en Affair in Trinidad, y la danza de los siete velos, en Salomé). Se estrenó el 26 de diciembre de 1946 y alcanzó 111 representaciones. En Nueva York, Ray no se olvidó de Thieves Like Us y consultó el tratamiento con Joan Evans, Connie Bessie y Alan Lomax, quienes debieron reconocer en aquellas páginas fulgores de experiencias compartidas.
Entonces, a principios de 1947, tras cinco meses de letargo, Dore Schary, para quien toda película debía contemplar un elemento de riesgo, se hace cargo de la producción en la RKO, lee el tratamiento de Ray, le gusta y el 10 de febrero le firma un contrato, donde se especificaba su intención de que dirigiera su primera película, Thieves Like Us. (También apostó por Joseph Losey, quien pudo rodar su primer largo, The Boy with Green Hair.) De todas maneras fue Houseman -nos permitimos un flashforward en la secuencia temporal- quien acabó de convencer a Schary; le pidió que le permitiera a Ray dirigir las pruebas con actores, rodadas en marzo con el operador Nicholas Musuraca (aunque el director de fotografía de la película será George E. Diskant); las pruebas fueron tan buenas que para la última semana de abril Ray era ya oficialmente el director de Thieves Like Us, cuando faltaban dos meses para el rodaje.
Una vez aprobado el proyecto por Schary, Houseman contrató a Charles Schnee para escribir el guión, aunque le preocupaba la posible alteración de un tratamiento que le gustaba tanto. Charles Schnee y Ray trabajaron juntos -bajo la supervisión de Houseman- y en seis semanas aquel tratamiento torrencial se materializó en un guión que se presentó a la RKO en mayo de 1947. Claro que (otro flashforward) durante el rodaje Ray volvía siempre a su tratamiento para reescribir las escenas. Sobre la primera página del guión dejó por escrito una frase que cifraba su película:
Hace un año quise releer Son ladrones como nosotros para comprobar hasta qué punto -tal cómo recordaba- Ray hizo suyo el material de la novela de Edward Anderson. Del libro llegaron a la película bastantes líneas de diálogo: de las escenas del primer encuentro a solas entre Bowie y Keechie; de cuando ella lo cuida tras el accidente de coche, que acaba en un asesinato; de las escenas en el bungalow de la montaña, del paseo por el parque y de la escena del club. Pero la orfandad, la noche, la carretera, esa vena romántica, esa deriva arrebatada de los amantes fuera del mundo pero, al tiempo, porfiando por vivir como todo el mundo en este mundo... eso sólo lo experimentamos en la película, y sólo en la película se destila la metáfora -pespuntada por el reloj- de un tiempo suspendido, esa burbuja donde viven su amor Keechie y Bowie, como en otro planeta (en la novela Bowie le regala un reloj a Keechie, nada más).
Bowie y Keechie son personajes creados por Anderson, pero Ray nos los vuelve inolvidables, y gracias a la mirada del cineasta nos enamoran. Desde luego en la novela tiene más espesor la Depresión (y la crítica social inherente a la novela negra), y más recorrido los personajes de Chickamaw/Howard Da Silva y T-Dub/Jay C. Flippen (Mattie/Helen Craig, sin embargo, cobra mucho más peso en la película), y más presencia los atracos, desplazados al fuera de campo en la pantalla.
Releyendo la novela se ve hasta qué punto Ray se centró en Keechie y Bowie, dejando la trama criminal en segundo término, es decir, invirtió la prioridad de la estructura dramática tradicional. donde la historia amorosa es siempre una trama secundaria (y donde el interés amoroso del protagonista sirve para revelar su afectividad, escondida mientras vive -actúa en- la trama principal que arrastra -empuja- la película).
Hasta tal punto Ray se enamora de Keechie y Bowie que se olvida (de mil amores) de la trama criminal para filmar (con encanto perdurable) la tierna luna de miel en el coche, como se olvidaba también Godard en la isla de Pierrot le fou, hasta que Marianne arrastra a Ferdinand de vuelta a la trama criminal... dejemos de fingir que estamos en una novela de Julio Verne y volvamos a nuestro thriller con coches, pistolas y discotecas. No quiero ser injusto con Anderson, tampoco falta ternura en la novela:
Como título de trabajo, Ray eligió You Red Wagon, la canción que canta Mary Bryant en la película (la cantante -y bailarina y coreógrafa- con la que había trabajado en Beggar's Holiday); una canción que habla de la carga que todos hemos de arrastrar, en definitiva, del pasado que llevamos a cuestas. Keechie y Bowie escuchan You Red Wagon, en un club nocturno, cuando ya presienten el final; han asumido que su historia tiene las horas contadas y miran las cosas de este mundo con desapego, como recién llegados de otro mundo, o como quien se despide de algo ya ajeno para siempre; en palabras de Ray, aquella escena era el clímax de su existencia como personas normales.
Ray le confesó al director de fotografía de su opera prima, George E. Diskant, que aquella película era su prueba de fuego, así que iba a ser su película; decidiría donde colocar la cámara en cada plano y cada metedura de pata sería sólo suya también; iba a saber de una vez si el cine era para él, si no, volvería a Broadway. Con They Live by Night, Ray se enamoró del cine, en el curso de la milagrosa captura de la fugacidad de los momentos felices que viven Keechie y Bowie. Era su película favorita. Tenemos todo el derecho a proclamar que el cine también se enamoró de Nick (así como la industria y sus magnates lo repudiaron). Cómo olvidar aquella hiperbólica -pero tan justa y verdadera- declaración de Godard en un texto ya mítico: Nicholas Ray es el cine.
El montador Sherman Todd animó a Ray a experimentar y romper las reglas. El director le atribuye la bellísima transición con el encadenado de Keechie arreglándose el pelo (para ir junto a Bowie) con los árboles al viento. Ahí, en ese tránsito, acontece la transfiguración de niña en mujer que propicia el amor fulminante de Bowie por Keechie, un fiel reflejo -qué razón tiene Jacques Rancière- de nuestro amor por la capacidad del cine de inventar un cuerpo.
Tras una prueba, Houseman y Ray le insistieron a Dore Schary para que le pidiera a Goldwyn en préstamo a Farley Granger para encarnar a Bowie y a Cathy O'Donnell para Keechie. El director había conocido al primero en una fiesta en casa de Gene Kelly; el actor llegó a sentirse muy incómodo, porque Ray no hacía más que beber y observarlo, hasta que algún invitado le explicó que andaba buscando actores para su primera película. El director le preguntó a Farley Granger si había alguna actriz con quien le gustara trabajar y el actor le recomendó a Cathy O'Donnell (había aparecido en The Best Years of Our Lives); los dos estaban bajo contrato con Goldwyn. Ya lo sabéis, convencieron a Schary y le consiguió a los protagonistas.
La película se rodó en siete semanas. El rodaje comenzó el 23 de junio de 1947 (hace justo setenta años y un mes) con la escena filmada desde un helicóptero que sirve de fondo a los créditos, y terminó el 16 de agosto (con un día de adelanto sobre el plan de trabajo). Houseman notó, tras la primera vuelta de manivela, un nuevo trato en su relación con Ray, después de haber colaborado de forma estrecha y afectuosa más de diez años, aunque la amistad se mantuvo no sólo durante el rodaje sino toda la vida:
Cuenta Bernard Eisenschitz que, hacia el final del rodaje, Ray se tomó su tiempo para escribir una escena más. Mattie delata a Bowie a cambio de la libertad de su marido, que ya sólo sentirá desprecio por su mujer, después de usarlo como pieza de cambio en una traición. Poco después -y aquí llega la escena añadida por Ray a última hora- Mattie se encuentra cara a cara con Bowie (que no sabe que lo ha vendido): el delator/la víctima, una situación muy familiar durante la caza de brujas (con las listas negras) que había empezado tres meses antes del comienzo del rodaje. El personaje de Mattie, pérfido y despreciable como es, desprende en esta escena una honda y dolorosa emoción, y llega a inspirarnos siquiera una cierta lástima (bueno, a Ángeles... no, la verdad).
Con la película recién estrenada en junio de 1948 con el título de The Twisted Road (en Argentina, quince meses después, Sendas torcidas), Dore Schary se va a la MGM y se hace con la RKO un tipo tan turbio como Howard Hughes, quien veía la película de Ray como un ovni y no sabía qué hacer con ella. Para empezar, la retiró de la exhibición en los cines y la congeló en los depósitos del estudio.
Un año y medio después la RKO se plantea su reestreno. Por dos razones: una, el inesperado éxito cosechado en Londres (donde se había estrenado el 28 de junio de 1948) que los ejecutivos del estudio se encargaron de divulgar en la prensa de Los Ángeles; otra, la programación de la película por Iris Barrie en el MoMA a principios de febrero de 1949, que representaba un reconocimiento de su calidad cinematográfica.
Así que la maquina publicitaria de la RKO se puso en marcha tras barajar varios títulos (y consultar a una empresa de investigación de audiencias): el título de la novela, Thieves Like Us; el utilizado por Ray como título de trabajo, Your Red Wagon; el de la mencionada divisa del cineasta, I'm a Stranger Here; el título con que se había estrenado el año anterior, The Twisted Road, y el finalmente decidido por Hughes, They Live by Night (es de suponer que siguiendo la recomendación de la empresa de sondeos), con el que se reestrenó en Nueva York el 4 de noviembre de 1949.
Sabemos adonde vamos, le dicen -primero Keechie y luego Bowie- al juez Hawkins/Ian Wolfe, que los acaba de casar y les propone una luna de miel en México. Desdeñan la oferta porque ya presienten que no hay lugar para ellos en este mundo. Sabemos adonde vamos. A ninguna parte. O lo que es lo mismo, a un lugar que no figura en los mapas y sólo el amor puede cartografiar. Se echan a la carretera para vivir su amor en un coche, el único hogar que pueden permitirse unos perseguidos, expulsados de aquellos precarios que se procuran por el camino.
Amantes en fuga, Bowie y Keechie, al amparo de la noche tutelar, apuran el encantamiento de unos días clandestinos, enmascarados con los ritos más prosaicos de una cotidianidad exaltada por la ternura. Cobijados por la mirada cálida de Ray que los filma de forma entrañable, esas fechas cobran visos de un tiempo precioso, más precioso aun porque la puesta en escena (verjas, barrotes, sombras) presagia la fatalidad y enardece las horas contadas que les quedan por vivir.
Esa mirada transfigura a Keechie y Bowie en los únicos amantes de un mundo propio, tan exclusivo por existir en perfecta contigüidad con el mundo normal (del que dan cuenta la radio y los periódicos y esos trenes que escuchamos pasar), y por quererlo igual de normal devienen ante nuestros ojos los primeros amantes de la humanidad.
They Live by Night destila un arrebato elegíaco que canta ese tiempo precioso y perdido, cifrado en los relojes que se regalan Bowie y Keechie, que sólo marcarán la hora de unos amantes que saben adonde van para vivir, de la forma más (desesperadamente) normal, fuera del tiempo de los relojes de este mundo.
Godard rememora el final de They Live by Night en el 23' del capítulo 4a. El control del universo de sus Histoire(s) du cinéma. Le escuchamos:
A propósito de la poética de Nicholas Ray, comentaba Jacques Rancière -en uno de los textos reunidos en La fábula cinematográfica- cómo en They Live by Night se cumple la doble ley romántica de la belleza: una imagen está hecha de varias imágenes y también de duelo por otra imagen...
Este chico y esta chica no pudieron ir juntos al cine.
Se les acabó el tiempo demasiado pronto a Keechie y Bowie.
En su memoria vamos los hijos de los amantes de la noche.
Hijos de la noche (del cine).
Todo empezó por una novela de Edward Anderson, Thieves Like Us (aquí, Son ladrones como nosotros, habría quedado mucho mejor sin el "son"), que había comprado la RKO por 10.000 dólares en 1941. John Houseman, el productor de They Live by Night, cuenta que después de las tentativas fallidas de adaptación por sucesivos guionistas (uno de ellos Dudley Nichols), como le gustaba tanto la novela se la dio a leer a Nicholas Ray, que estaba familiarizado con el universo del libro, había recorrido aquellos lugares con Alan Lomax en 1939, grabando a cantantes folk y blues, como Leadbelly, para la Biblioteca del Congreso, y -son palabras de Houseman (en su autobiografía, Front and Center, publicada en 1979)- sabía más que nadie sobre los años de la Depresión en el Suroeste. A Ray le entusiasmó la novela y se embarcó en un tratamiento con ánimo febril. El productor recuerda que...
...Nick trabajaba (...) como un poseso. Por la tarde y por la mañana temprano revisábamos lo que él había hecho durante el día, y trabajábamos también los fines de semana. Por entonces yo estaba convencido de que teníamos algo muy especial, lo que yo había esperado y deseado desde mi llegada a Hollywood tres años antes.
Ray escribió dos tratamientos de Thieves Like Us, en abril y agosto de 1946. Puso un acento inusual en el sonido, por ejemplo en esos trenes que pasan pero casi nunca vemos, y en el uso diegético de la música -anotando las canciones que se escucharían- y de la radio, con efectos narrativos y dramáticos (Ray había trabajado con Lomax, a principios de los 40, en un programa de radio de la CBS donde participaron los principales cantantes de folk).
Según Bernard Eisenschitz, Ray destiló un viaje íntimo, lírico y autobiográfico, donde resuena su experiencia vital, su sensación de extrañamiento ("Soy un extraño aquí" es el título de todas mis películas, llegó a decir el cineasta, y la banda sonora de They Live by Nigh incluye un blues titulado I'm a Stranger Here, otros de los títulos que -como veremos- se barajó para la película), su propensión a la errancia, la historia de amor que vivió con su primera mujer, la periodista Jean Evans, que siguió siendo su amiga y veía en la historia de Keechie/Cathy O'Donnell y Bowie/Farley Granger muchas cosas de su propia relación con el cineasta. Pero no sólo ella: Connie Bessie, otro de los amores de Ray en los años 40 (trabajaron juntos en la radio), que también siguió siendo amiga suya y lo acogerá en su casa, en la calle Sullivan de Nueva York, a principios de los 70, habla de They Live by Night como de su historia con Nick. Quizá, después de todo, They Live by Night cuenta la historia de amor según Nicholas Ray.
Tal era la pasión de Ray que Houseman nunca dudó de que acabaría dirigiendo la película, pero despidieron a William Dozier, el jefe de producción que había aprobado el proyecto, y el nuevo ejecutivo de la RKO no tardó en cancelarlo; los gerifaltes no lo consideraban comercial ni veían con buenos ojos ponerlo en manos de alguien sin experiencia como director; Ray sólo había trabajado en el cine como ayudante de Kazan en A Tree Grows in Brooklyn (1945). A Houseman...
... el repentino aparcamiento de Thieves Like Us me partió el corazón. Con la salida de Dozier todas las esperanzas de realizarla parecieron perdidas para siempre. Conseguí mantener a Nick en nómina tres semanas más; acabamos el tratamiento, mandamos a la multicopista sus 124 páginas, y nos hicimos con una docena de copias para un posible uso en el futuro.
Aquel coitus interruptus -son palabras del productor- los dejó presos de desasosiego e impaciencia que trataron de aliviar con un musical en Broadway, Beggar's Holiday, una adaptación de la obra de John Gray (que Brecht había convertido en La ópera de cuatro cuartos) con libreto de John La Touche y partitura de Duke Ellington, producido por Houseman, dirigido por Ray y coreografiado por Valerie Bettis (en el cine coreografió escenas de Rita Hayworth: Trinidad Lady y I've Been Kissed Before, en Affair in Trinidad, y la danza de los siete velos, en Salomé). Se estrenó el 26 de diciembre de 1946 y alcanzó 111 representaciones. En Nueva York, Ray no se olvidó de Thieves Like Us y consultó el tratamiento con Joan Evans, Connie Bessie y Alan Lomax, quienes debieron reconocer en aquellas páginas fulgores de experiencias compartidas.
Una vez aprobado el proyecto por Schary, Houseman contrató a Charles Schnee para escribir el guión, aunque le preocupaba la posible alteración de un tratamiento que le gustaba tanto. Charles Schnee y Ray trabajaron juntos -bajo la supervisión de Houseman- y en seis semanas aquel tratamiento torrencial se materializó en un guión que se presentó a la RKO en mayo de 1947. Claro que (otro flashforward) durante el rodaje Ray volvía siempre a su tratamiento para reescribir las escenas. Sobre la primera página del guión dejó por escrito una frase que cifraba su película:
Esta no es una historia sobre los bajos fondos, no es una historia de intriga sobre violencia y miseria; es tierna, no cínica; trágica, no brutal. Es una historia de amor, y también una moral contada con el ritmo de nuestro tiempo.
Releyendo la novela se ve hasta qué punto Ray se centró en Keechie y Bowie, dejando la trama criminal en segundo término, es decir, invirtió la prioridad de la estructura dramática tradicional. donde la historia amorosa es siempre una trama secundaria (y donde el interés amoroso del protagonista sirve para revelar su afectividad, escondida mientras vive -actúa en- la trama principal que arrastra -empuja- la película).
Hasta tal punto Ray se enamora de Keechie y Bowie que se olvida (de mil amores) de la trama criminal para filmar (con encanto perdurable) la tierna luna de miel en el coche, como se olvidaba también Godard en la isla de Pierrot le fou, hasta que Marianne arrastra a Ferdinand de vuelta a la trama criminal... dejemos de fingir que estamos en una novela de Julio Verne y volvamos a nuestro thriller con coches, pistolas y discotecas. No quiero ser injusto con Anderson, tampoco falta ternura en la novela:
¿Me quieres, Keechie?
Sí.
¿Mucho?
Sí.
¿Una tonelada?
Sí.
¿Mil toneladas?
Sí.
¿Cien mil millones de toneladas?
Sí.
Te amo, Keechie.
Como título de trabajo, Ray eligió You Red Wagon, la canción que canta Mary Bryant en la película (la cantante -y bailarina y coreógrafa- con la que había trabajado en Beggar's Holiday); una canción que habla de la carga que todos hemos de arrastrar, en definitiva, del pasado que llevamos a cuestas. Keechie y Bowie escuchan You Red Wagon, en un club nocturno, cuando ya presienten el final; han asumido que su historia tiene las horas contadas y miran las cosas de este mundo con desapego, como recién llegados de otro mundo, o como quien se despide de algo ya ajeno para siempre; en palabras de Ray, aquella escena era el clímax de su existencia como personas normales.
Por supuesto hubo que reescribir el guión para resolver las pegas -entre otras- del Código de Producción. Por ejemplo, para los censores era imprescindible que Bowie y Keechie estuvieran casados. Y lo que son las cosas, la escena de la boda es una de las más bellas, conmovedoras y memorables de la película, que ya es decir.
Ray le confesó al director de fotografía de su opera prima, George E. Diskant, que aquella película era su prueba de fuego, así que iba a ser su película; decidiría donde colocar la cámara en cada plano y cada metedura de pata sería sólo suya también; iba a saber de una vez si el cine era para él, si no, volvería a Broadway. Con They Live by Night, Ray se enamoró del cine, en el curso de la milagrosa captura de la fugacidad de los momentos felices que viven Keechie y Bowie. Era su película favorita. Tenemos todo el derecho a proclamar que el cine también se enamoró de Nick (así como la industria y sus magnates lo repudiaron). Cómo olvidar aquella hiperbólica -pero tan justa y verdadera- declaración de Godard en un texto ya mítico: Nicholas Ray es el cine.
El montador Sherman Todd animó a Ray a experimentar y romper las reglas. El director le atribuye la bellísima transición con el encadenado de Keechie arreglándose el pelo (para ir junto a Bowie) con los árboles al viento. Ahí, en ese tránsito, acontece la transfiguración de niña en mujer que propicia el amor fulminante de Bowie por Keechie, un fiel reflejo -qué razón tiene Jacques Rancière- de nuestro amor por la capacidad del cine de inventar un cuerpo.
Tras una prueba, Houseman y Ray le insistieron a Dore Schary para que le pidiera a Goldwyn en préstamo a Farley Granger para encarnar a Bowie y a Cathy O'Donnell para Keechie. El director había conocido al primero en una fiesta en casa de Gene Kelly; el actor llegó a sentirse muy incómodo, porque Ray no hacía más que beber y observarlo, hasta que algún invitado le explicó que andaba buscando actores para su primera película. El director le preguntó a Farley Granger si había alguna actriz con quien le gustara trabajar y el actor le recomendó a Cathy O'Donnell (había aparecido en The Best Years of Our Lives); los dos estaban bajo contrato con Goldwyn. Ya lo sabéis, convencieron a Schary y le consiguió a los protagonistas.
La película se rodó en siete semanas. El rodaje comenzó el 23 de junio de 1947 (hace justo setenta años y un mes) con la escena filmada desde un helicóptero que sirve de fondo a los créditos, y terminó el 16 de agosto (con un día de adelanto sobre el plan de trabajo). Houseman notó, tras la primera vuelta de manivela, un nuevo trato en su relación con Ray, después de haber colaborado de forma estrecha y afectuosa más de diez años, aunque la amistad se mantuvo no sólo durante el rodaje sino toda la vida:
Hasta entonces, a pesar de que tenía completa confianza en su gusto y talento y de que aceptaba con frecuencia sus ideas, Nick había actuado como ayudante mío. De la noche a la mañana esto había cambiado. Desde el primer momento del rodaje, Nick Ray se reveló como un creador independiente, con un estilo y una forma de trabajar que eran entera y casi rabiosamente personales. Como ocurrió con Orson [Welles] durante nuestros primeros días de colaboración [en el Mercury Theater], mi función como productor pasó a ser la de mantener un clima en el cual él pudiera trabajar libre y creativamente, sin interferencias de nadie, ni siquiera de mí mismo.
Pero había ciertos aspectos en lo que yo podía ofrecerle una ayuda muy limitada. La realización de una película es un asunto complejo: conjuga elementos tanto técnicos como humanos que pueden explotar en cualquier momento. Como los costes son tan elevados y el tiempo tan valioso, un director se ve sometido a insoportables tensiones que poco tienen que ver con su capacidad artística. Y esta presión se veía agravada en nuestra película por los manejos del poder que eran particularmente virulentos en un estudio tan inestable como la RKO.
Nick empezaba su primera película, que era difícil y tenía un ajustado plan de trabajo. Sabía que estaba bajo la lupa del Departamento de Producción, siempre alérgico a un nuevo talento y a la espera del primer signo de ineficacia o debilidad para echarle de la película. Para un hombre que no siempre se ha mostrado emocionalmente seguro y estable, Ray se comportó con coraje y gran profesionalidad. Desde el primer día de rodaje, su autoridad en el plató fue completa e indiscutible.
Con la película recién estrenada en junio de 1948 con el título de The Twisted Road (en Argentina, quince meses después, Sendas torcidas), Dore Schary se va a la MGM y se hace con la RKO un tipo tan turbio como Howard Hughes, quien veía la película de Ray como un ovni y no sabía qué hacer con ella. Para empezar, la retiró de la exhibición en los cines y la congeló en los depósitos del estudio.
Un año y medio después la RKO se plantea su reestreno. Por dos razones: una, el inesperado éxito cosechado en Londres (donde se había estrenado el 28 de junio de 1948) que los ejecutivos del estudio se encargaron de divulgar en la prensa de Los Ángeles; otra, la programación de la película por Iris Barrie en el MoMA a principios de febrero de 1949, que representaba un reconocimiento de su calidad cinematográfica.
Así que la maquina publicitaria de la RKO se puso en marcha tras barajar varios títulos (y consultar a una empresa de investigación de audiencias): el título de la novela, Thieves Like Us; el utilizado por Ray como título de trabajo, Your Red Wagon; el de la mencionada divisa del cineasta, I'm a Stranger Here; el título con que se había estrenado el año anterior, The Twisted Road, y el finalmente decidido por Hughes, They Live by Night (es de suponer que siguiendo la recomendación de la empresa de sondeos), con el que se reestrenó en Nueva York el 4 de noviembre de 1949.
Sabemos adonde vamos, le dicen -primero Keechie y luego Bowie- al juez Hawkins/Ian Wolfe, que los acaba de casar y les propone una luna de miel en México. Desdeñan la oferta porque ya presienten que no hay lugar para ellos en este mundo. Sabemos adonde vamos. A ninguna parte. O lo que es lo mismo, a un lugar que no figura en los mapas y sólo el amor puede cartografiar. Se echan a la carretera para vivir su amor en un coche, el único hogar que pueden permitirse unos perseguidos, expulsados de aquellos precarios que se procuran por el camino.
Amantes en fuga, Bowie y Keechie, al amparo de la noche tutelar, apuran el encantamiento de unos días clandestinos, enmascarados con los ritos más prosaicos de una cotidianidad exaltada por la ternura. Cobijados por la mirada cálida de Ray que los filma de forma entrañable, esas fechas cobran visos de un tiempo precioso, más precioso aun porque la puesta en escena (verjas, barrotes, sombras) presagia la fatalidad y enardece las horas contadas que les quedan por vivir.
Esa mirada transfigura a Keechie y Bowie en los únicos amantes de un mundo propio, tan exclusivo por existir en perfecta contigüidad con el mundo normal (del que dan cuenta la radio y los periódicos y esos trenes que escuchamos pasar), y por quererlo igual de normal devienen ante nuestros ojos los primeros amantes de la humanidad.
They Live by Night destila un arrebato elegíaco que canta ese tiempo precioso y perdido, cifrado en los relojes que se regalan Bowie y Keechie, que sólo marcarán la hora de unos amantes que saben adonde van para vivir, de la forma más (desesperadamente) normal, fuera del tiempo de los relojes de este mundo.
Ojalá pudiéramos ir al cine. Siempre quise ir al cine con una chica.
Algún día iremos.
[El cine] está con nosotros puesto que es nosotros mismos. Está presente cuando la cuna se ilumina. Está ahí cuando se nos aparece la joven asomada a la ventana con sus ojos inocentes. (...) Está presente cuando la hemos desnudado, cuando su torso firme tiembla al latido de nuestro deseo...Entonces aparece ralentizado el rostro de Keechie en el momento en que se vuelve hacia nosotros (o así queremos verlo), testigos de la inolvidable historia de amor que ha vivido con Bowie, ya muerto, ahí al lado, fuera de campo. Hasta fundirse en la noche.
A propósito de la poética de Nicholas Ray, comentaba Jacques Rancière -en uno de los textos reunidos en La fábula cinematográfica- cómo en They Live by Night se cumple la doble ley romántica de la belleza: una imagen está hecha de varias imágenes y también de duelo por otra imagen...
La conciencia de lo inevitable tiñe con su mortal belleza, la belleza del duelo, las torpezas de los pueblerinos y las tonterías de los recién casados. Pero esa belleza también es el duelo de otra. Ya fue necesario quemar a una Keechie, a la niña vulnerable del garaje, para crear el cuerpo frágil y algo desgarbado de esa enamorada abocada a la muerte. Y ese icono calcinado cruzará como un fantasma el rostro que, en el plano final, se girará hacia nosotros leyendo las últimas palabras, triviales e íntimas (Te quiero), de la carta de Bowie que yace en el suelo.
Se les acabó el tiempo demasiado pronto a Keechie y Bowie.
En su memoria vamos los hijos de los amantes de la noche.
Hijos de la noche (del cine).
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