La semana pasada nos fijamos en la mirada de Lionel Stander (como el barman de la casa de postas en C'era una volta il West, de Sergio Leone), gloriándose con la aparición de Claudia Cardinale en aquel lugar perdido en medio de ninguna parte.
También nos lo podemos topar cualquier día si le ponemos los ojos encima a A Star Is Born (1937), una obra maestra de William A. Wellman, en el papel de Matt Libby, un cínico y despiadado agente de prensa.
Uno de los muchos personajes secundarios o de reparto que interpretó Lionel Stander en el cine de Hollywood durante los años 30 y 40, como el Cornelius Cobb de Mr. Deeds Goes to Tow (1936), de Frank Capra, titulada aquí El secreto de vivir.
El taxista de Hangmen Also Die (1943), Fritz Lang.
O el Hugo Standoff de Unfaithfully Yours (1948), de Preston Sturges.
Lo que se dice un actor de carácter. Hasta que llegó la caza de brujas. Y el HUAC -el Comité de Actividades Antiamericanas- se lanzó sobre No Time to Marry (1938), una olvidada comedia de Harry Lachman en la Columbia, con Lionel Stander interpretando el personaje de Al Vogel.
Virginia Dale y Lionel Stander
en un fotograma de No Time to Marry.
En un cuaderno de hace diez años anoté la historia que contó Homero Alsina Thevenet en un artículo publicado en El País, si no recuerdo mal. El caso es que en una escena de No Time to Marry y mientras esperaba el ascensor, Al Vogel -o sea, Lionel Stander- silba la Internacional. Ni en el rodaje ni en la proyección en el estudio ni en el estreno nadie en la Columbia, ni Harry Cohn ni el director vieron (o mejor, escucharon) nada raro en aquella escena, dicho de otro modo, les pasó completamente desapercibido que Lionel Stander silbaba la Internacional, aunque quizá a esas alturas -como apunta Homero Alsina Thevenet- bien podría asociarse la melodía como un apoyo a la causa de la República en la guerra civil española. Y desde luego, si alguien se dio cuenta, a nadie le importó.
Pero catorce años después era otro cantar. Los agentes del FBI y/o investigadores del HUAC revisaban con mil ojos y oídos de tísico las películas escritas por Paul Jarrico para encontrarle trazas de pedigrí comunista, entre ellas No Time to Marry, precisamente su primer crédito como guionista. Paul Jarrico fue uno de los blacklisted que participó en la producción de La sal de la tierra (1954), la legendaria película de Herbert J. Biberman, y sí, efectivamente, era comunista, pero en el guión de No Time to Marry no figuraba que Al Vogel, el personaje encarnado por Lionel Stander, tuviera que silbar la Internacional mientras esperaba el ascensor. Entonces incluyeron la escena dichosa en el expediente de Lionel Stander, que fue citado ante el HUAC como sospechoso de ser comunista. En mayo de 1953, el actor compareció y no se quedó callado precisamente; puso de vuelta y media a los miembros del tribunal, pues eran ellos los que de hecho traicionaban la Constitución, y se negó a colaborar.
Treinta años después, rememorando el episodio de la caza de brujas, Lionel Stander comentó que lo de silbar la Internacional en aquella escena de No Time to Marry fue cosa suya, y nadie pareció darse cuenta. Y quizá nadie hubiera vuelto a hablar del asunto si no fuera por Red Star Over Hollywood: The Film Colony’s Long Romance with the Left, el libro de Ronald y Allis Radosh publicado en 2005, que refiere el episodio entre los expedientes ridículos que instruyó el HUAC en el aquel de acreditar y atajar la infiltración comunista en el cine americano. (En las persecuciones políticas -amasadas con patriotismo- lo trágico se conjuga a menudo con lo grotesco.)
Incluido en la lista negra, Lionel Stander (como Betsy Blair, por citar otro caso), vino a Europa donde pudo continuar trabajando. (Los actores -a diferencia de los guionistas- no podían trabajar como negros, con una tapadera: tenían que dar la cara, la máscara es una de sus herramientas.)
Lionel Stander, como Dicky, en un fotograma
de Cul-de-sac (1966), de Polanski.
Su único papel protagonista.
Su único papel protagonista.
Quién sabe si no le debemos a la Internacional en aquella escena de una comedia de Hollywood, que acabara como barman en el decorado de una casa de postas en Cinecittà para recibir como se merecía a Claudia Cardinale en C'era una volta il West.
Con un embelesado mirar. Si yo fuera él, en esa escena volvería a silbar la Internacional. Esa melodía peligrosa mientras esperas el ascensor.
Qué oportuno recordatorio de este peculiar y represaliado actor al que pude ver precisamente hace unas semanas revisando el agónico thriller "SENTENCIA PARA UN DANDY" (A Dandy in Aspic), donde incorporaba a ese amigable agente ruso llamado Sovakevich.
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